El despertar - Fantasía romántica

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Al recobrar la conciencia, lo primero que lo abrumó fue el intenso hedor de la carne en descomposición y luego el acoso de las moscas sobre su cara. Abrió los ojos con dificultad, pero un líquido espeso no se lo permitía. Con una mano se despejó la mirada y se levantó del suelo. Se vio la mano y al descubrir que lo que le cubría la cabeza era sangre, se aterró.

Al observar el terreno que lo rodeaba quedó peor de perturbado. Estaba en el fondo de un pozo de tierra, ancho y de varios metros de profundidad, y junto a él se hallaban trozos de huesos, carne y órganos, que parecían haber sido de varios animales. Le costaba erguirse por el dolor agudo que afectaba a sus músculos y por las heridas sangrantes de profundos arañazos que tenía en la piel. Se miró el cuerpo con asco, sin comprender las razones por las que estuviera en ese estado: desnudo, herido y lleno de tierra y barro.

Se sentó de nuevo intentando recuperar la cordura. No recordaba cómo se llamaba, cómo había llegado allí, ni por qué estaba en esas condiciones. El miedo lo embargó. Levantó la cabeza al cielo y emitió un fuerte alarido para descargar parte de su ansiedad, pero lo que salió de su boca fue un fiero rugido que logró alarmarlo aún más. Se envolvió la garganta con las manos, temblando por el desconcierto, pero intentó controlarse para no entrar en pánico, pensaba que aquello era un mal y horrible sueño.

Un extraño olor comenzó a colarse en sus fosas nasales, eliminando el aroma de la putrefacción. Agudizó el olfato buscando percibir más de aquel dulce aroma que le calmaba los nervios.

Se puso de pie enseguida y comenzó a olfatear la dirección por la que provenía esa fragancia. La sangre le fluyó por las venas como lava ardiente.

Con agilidad escaló las paredes del pozo, ayudado por raíces y piedras. Salió en cuestión de segundos a la superficie, encontrándose con un inmenso paisaje devastado. Lo que en algún momento debió ser una selva lleva de vida, ahora era un desierto árido y muerto, con cientos de árboles cortados con crueldad y con los restos quemados, aún humeantes. Una carretera serpenteante salía de una montaña cercana atravesándolo, hasta perderse en el horizonte. En un punto de aquella vía una nube de tierra se extendía hacia el cielo, demostrando que algo se acercaba a gran velocidad. Su corazón comenzó a palpitar con brutalidad, conmocionándolo de tal manera que le despertó una furia latente y una inquietante emoción por lo que se acercaba.

Se dirigió presuroso al borde de la calzada, dispuesto a detenerle el paso a aquel objeto. Esa era la fuente del dulce aroma que lo aplacaba y lo ayudaba a pensar con claridad.

El deseo se le agitó en las venas cuando comenzó a ver la forma de un auto que se aproximaba. Se detuvo en medio de la vía y cerró los puños con fuerza, en el preciso instante en que logró divisar en la lejanía el brillo de unos ojos grises que lo miraron con sorpresa y le traspasaron el alma.



Relato que formó parte de la REVISTA MINATURA, en una edición dedicada a la "Licantropía y otras transformaciones".

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