El efecto vampírico - Comedia

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El blog VILLA VAMPIRO organizó en una ocasión un concurso de relatos basados en vampiros cuyo ganador recibiría como premio novelas en ebook de ese género y otros detalles alusivos. Me inscribí como una especie de experimento y aunque no gané, recibí un reconocimiento por mi participación al obtener muchos comentarios positivos sobre la historia. Aquí se las presento:


Relato: EL EFECTO VAMPÍRICO.


Cansado de tanta incertidumbre, Kiko Zamora se alejó del ordenador y se dirigió a la cafetera para servirse la cuarta taza de café que se tomaría en menos de una hora, aunque sabía que al hacerlo, la ansiedad lo volvería más loco que de costumbre.

Revisó por décima vez el reloj, notando que ya era hora de marcharse del trabajo, pero no quería irse hasta no recibir la noticia que esperaba. En su casa no contaba con internet.

Volvió a sentarse frente al ordenador con la taza humeante apresada entre las manos. Había perdió la cuenta de la cantidad de veces que había revisado su correo electrónico en espera de una respuesta. Si volvía a encontrarlo vacío, no sabría cómo reaccionar. Ya no soportaba más angustia.

Al entrar a la aplicación, pegó un respingo esparciendo el ardiente café sobre su uniforme, lo que lo hizo maldecir decenas de veces. Quiso limpiar el desorden, pero la ansiedad lo venció. Dejó a un lado la taza y se dispuso a revisar el mensaje electrónico.

«Positivo, mi tigre. Hoy a las diez nos vemos en Galenos».

Poco le faltó a Kiko para caer infartado por la impresión. Se levantó nervioso de la silla y comenzó a caminar por toda su minúscula oficina como un león enjaulado. Había logrado convencer a su amante cibernética de encontrarse en una discoteca para "hacer realidad sus fantasías" y ya no había oportunidad de arrepentimientos.

«¿Y si se entera Martica?», pensó angustiado, pero con la rapidez de un rayo apartó esa preocupación de su mente. Eso le pasaba a la muy tonta por haberlo rechazarlo tantas veces.

Ahora él estaba dispuesto a tener a otra mujer, mucho mejor que ella. Y ella seguiría sola y amargada por culpa de su terquedad.

Alejó de su alma cualquier sentimiento de arrepentimiento y pena y comenzó a recoger sus cosas para marcharse. Debía prepararse para esa ardiente cita.

En su casa, luego de pasar horas en el baño hasta dejar su piel enrojecida de tanto que había restregado la pastilla de jabón en su cuerpo, se paró frente al espejo y ensayó varias poses de macho seductor.

Aspiró todo el aire que pudo e infló su huesudo pecho, ahuecando aún más su estómago entre sus costillas. Enderezó los delgados hombros y tensó los brazos pretendiendo hacer notar algún músculo, y aunque solo salían huesos, eso no lo frustró. Se admiró un buen rato antes de engominar sus ensortijados cabellos hasta dejarlos tan duros como el cemento. No deseaba que ninguno se moviera de su sitio mientras conquistaba a su enigmática dama.

Sonrió haciendo brillar los ganchos de acero que trataban inútilmente de enderezar sus torcidos dientes. Estaba seguro que con ese destello deslumbraría a su chica. Se vistió con sus mejores ropas, ya planchadas y almidonadas por su madre, pero antes de marcharse necesitaba descargar un poco su vanidad y decidió llamar a Martica para molestarla.

Su llamada fue recibida con un habitual «Uhmm».

—Martica, cariño, me voy de parranda con una amiga que conocí por internet.

—Ok —respondió con fastidio.

—No te voy a extrañar, aunque me hubiera encantado que estuvieras a mi lado.

—A mí también me hubiera encantado estar ahí para ver tu cara de idiota cuando te dejen plantado —expresó con burla.

Kiko se carcajeó con una risa que sonaba igual a un cerdo, sabiendo que había logrado despertar los celos de su Martica. Eso lo hizo como una lección para la mujer, aunque en el fondo, sabía que ella era la única dueña de su corazón.

Sin más dilataciones, se despidió de su adorada futura novia y se fue directo a la discoteca. Allí lo esperaría Cleopatra, la hermosa, exuberante y divertida joven que había conquistado en un chat.

Adentro la música dance invadía el ambiente. Kiko estaba solo en una pequeña mesa cerca de la barra, bebiéndose la tercera cerveza de la noche. Cleopatra tenía cuarenta y siete minutos de retraso, aunque eso no le preocupaba, sabía que a las mujeres les fascinaba hacer esperar a los hombres. Para entrar en calor y no aparentar ser un idiota, terminó de beberse el resto de la cerveza que quedaba en el vaso y con mucha determinación se dirigió a la pista. Batió los brazos por sobre su cabeza y sacudió las caderas al estilo Ricky Martín., aunque por sus torpes movimientos daba la impresión de sufrir una fuerte dislocación del hueso.

Con energía comenzó a realizar sus muy ensayadas rutinas de baile, imitando a Jhon Travolta en Fiebre de Sábado por la Noche. Conocía la coreografía muy bien, ya que era habitual que realizara esos espectáculos en las fiestas familiares frente a sus arcaicas tías, su madre y Martica. Pero ese día era diferente, se sentía un miembro más de la sociedad, un ganador.

Cuando se encontraba en medio de su más exigente rutina, pudo notar a una despampanante rubia que se acercaba a él con mucha sensualidad. Ella sacudió sus caderas de forma sugestiva y pasaba sus abultadísimos pechos muy cerca del rostro.

El hombre no sabía qué hacer, veía embobado a la exuberante mujer al tiempo que intentaba coordinar sus pasos. La rubia clavó sus hipnóticos ojos color esmeralda en los suyos y lo engulló con la mirada.

—Mi querido Roco —susurró junto a su oreja. Kiko quedó inmóvil en medio de la pista y con el rostro tan blanco como la leche.

Aquel ángel de cabellos de oro lo había llamado por su nombre cibernético y con una voz erótica.

—¿Cleopatra? —preguntó con timidez. La mujer asintió y sonrió divertida, disfrutaba a lo grande aquel baile.

Kiko quedó por unos segundos atontado, aquello había superado sus expectativas.

—¿Cómo..., cómo me reconociste?

—Dime si ves a otra persona en este lugar que tenga puesta una corbata purpura estampada con pequeñas mariposas amarillas.

Él sonrió avergonzado, pensaba que aquello era un cumplido. Esa corbata había sido la única prenda de vestir que se le había ocurrido colocarse para que ella lo reconociera entre la muchedumbre. Un regalo de su bis tío abuelo antes de morir.

Sin pensarlo dos veces, siguió a la hermosa rubia hasta su mesa y pudo pasar la noche más maravillosa de su vida. Cleopatra no había ido sola a la discoteca, estaba con sus tres hermanas, unas mujeres tan despampanantes y desinhibidas como ella. Todas con abultados senos que él podía notar muy bien, ya que estaban a la altura de su rostro. Esas mujeres estaban hechas a su medida.

Las cervezas iban y venían hasta que él perdió la conciencia y despertó al día siguiente en una habitación oscura de hotel, desnudo y enrollado en finas sábanas de seda junto a las cuatro hermanas.

Continuará...

Trocitos de mi ♥️ RelatosWhere stories live. Discover now