El milagro de una mirada - Romance (Parte 3)

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Cuando Libia miró al hombre que se acercaba presuroso al puente para ayudarla, se aterró aún más. Las maderas apenas podían sostenerla a ella, si él subía, ambos caerían entre las rocas.

—¡No se acerque!

Trató de detenerlo, pero era imposible, el hombre estaba dispuesto a rescatarla de aquella peligrosa travesía y se acercaba con determinación.

—¡Cálmese! La bajaré de allí, no se preocupe —dijo él con seguridad.

¿Y cómo Libia no iba a preocuparse? Una cosa era entregarse de manera voluntaria a la muerte y otra muy diferente era llevarse consigo a un inocente. Eso no podía consentirlo.

—Por favor, retroceda. Las maderas están a punto de ceder. Si usted sube, caeremos juntos.

—Créame, las maderas son más resistentes de lo que cree.

—¿Cómo lo sabe?

Libia intentaba regresar con lentitud, apoyando la mayor parte de su peso en la soga; y Alex procuraba alcanzarla, con su confianza puesta en la fuerza del agarre de la cuerda para no afectar aún más al puente.

—Llevo dos días trabajando sobre ellas para colocar la soga y me han sostenido muy bien.

La mujer levantó el rostro para observar a la persona que intentaba ayudarla, hasta quedar atrapada por el poder de su mirada. El hombre poseía los ojos más hermosos que jamás hubiera visto, de un color esmeralda oscuro tan profundos como el indómito río.

Alex también había quedado inerte. Los ojos chocolate de la mujer le inmovilizaron cada fibra de su cuerpo y le golpearon el alma como si fuera un poderoso rayo que le surcaba todo el corazón.

—No se mueva, voy a sacarla de allí.

Libia se estremeció con su voz suplicante. No entendía por qué confiaba en aquellas firmes palabras, pero lo obedeció y se quedó quieta hasta que él pudo llegar a ella.

El desgarrador crujir de las maderas les transfiguró a ambos el rostro, transformándolos en una máscara de puro terror. Lo que terminó cediendo no fue el puente, sino la soga, ya que no tenía la suficiente fuerza para soportar el peso de ambos.

No pudieron evitar perder el equilibrio y caer al vacío, dirigiéndose a toda velocidad hacia la orilla, como si fueran una indetenible bola demoledora.

Alex la cubrió con su cuerpo para recibir el impacto del choque. A pesar del devastador golpe, pudo sostenerla con fuerza y se aferró a la soga que pendía del árbol al que estaba atada.

Libia tenía los brazos y las piernas alrededor de su salvador, apretada con fuerza a su robusto cuerpo. Cuando el corazón dejó de latirle desbocado, se atrevió a levantar el rostro del cuello del hombre para volver a mirarlo a los ojos, experimentando una dulce humareda de ternura que le recorrió el alma.

—Gracias...

El débil susurro de su voz le llegó a Alex como una tierna melodía navideña y le apretujó el pecho.

—Gracias a ti.

Y en realidad era mucho lo que agradecía. Su milagrosa mirada le arrancó la desolación del alma y lo alejó de la muerte.

Un nuevo crujir los sacó a ambos de su embelesamiento y los ocupó en bajarse de aquel lugar antes de que el árbol se derribara por el peso de sus cuerpos.

Hasta que no tocaron el suelo, no se sintieron aliviados.

¿Morir? Por ahora no. Tenían bastante trabajo qué hacer mientras indagaban las razones de las intensas sensaciones que estaban sintiendo.

—Me llamo Libia.

Ella levantó la mano derecha para que su héroe la estrechara, pero con caballerosidad él la tomó para besarle con suavidad los nudillos y arrancarle una tímida sonrisa.

—Soy Alex. ¿Te gustaría compartir conmigo una taza de café? ¿O un chocolate caliente?... Te daré lo que quieras.

Lo único que Libia pudo hacer fue asentir con la cabeza, sin borrar de sus labios una sonrisa.

Ambos se alejaron del indómito río para dirigirse a un café del pueblo y compartir una bebida, un dulce navideño y una buena conversación. Pasaron el resto de la tarde juntos, e incluso se hicieron compañía durante la cena de Navidad. Celebraron, bajo el resplandor de las estrellas, un milagro más de la Noche Buena.

En el solitario río el viejo puente terminó de ceder. Nadie pudo ser testigo de la fuerza arrolladora de la corriente cuando arrastró sus maderas y las golpeó con fiereza contra las rocas, hasta lograr astillarlas en cientos de pedazos y sumergirlas en las oscuras profundidades del torrente.

El río tuvo su parte del banquete mientras Libia y Alex compartían el suyo, conociendo de nuevo el significado de la esperanza. Un milagro que les llegó a través de una intensa mirada, reflejada en los profundos ojos de un amante.

Trocitos de mi ♥️ RelatosWhere stories live. Discover now