No juegues conmigo - Suspenso/Ciencia ficción (Parte 2)

4 0 0
                                    

Horas después, Jacinto caminaba inseguro por un concurrido andén, esperando el arribo del autobús proveniente de Barquisimeto.

Se quedó muy quieto al ver al colectivo que esperaba estacionándose frente a él. Lorena no le dio tiempo al chofer para detener el bus, se bajó apresurada lanzándose sobre su exesposo y envolviéndole el cuello en un fuerte abrazo. Los ojos le brillaban por las lágrimas reprimidas.

Ese gesto lo confundió aún más. Ella se había marchado furiosa de su lado jurándole odio eterno por los marchitos años que le había dedicado y reduciendo al mínimo la comunicación después de la muerte de Anastasia, pero allí estaba, sosteniéndose de él para buscar a la hija que al parecer, les había resucitado de entre los muertos.

Respondió perplejo a su abrazo y trató de calmarla con suaves caricias en la espalda.

—Vámonos. No tardemos más —sentenció ella alejándose con rudeza de él y tomándolo de la mano para arrastrarlo por el andén hacia el estacionamiento, dispuesta a emprender cuanto antes su aventura. Jacinto la siguió como si fuera un niño regañado, esperaba encontrarse en un sitio menos atiborrado para conversar con la mujer, ya que creía que era imperioso detenerla.

—Lorena, espera...

La mujer lo miró con severidad. No aceptaría un No a esas alturas del viaje. Sola o con él buscaría a su hija.

—No es correcto lo que haremos —insistió Jacinto—. Anastasia está muerta, esa mujer no puede ser ella.

—Lo es. Yo la vi.

—Yo también la vi y no te puedo negar que se parece mucho, pero eso no nos da derecho a invadir la casa de nadie y agobiarlos con ilógicas suposiciones.

—Soy su madre, tengo derecho de hablar con ella.

Lorena lo soltó para dirigirse sola a la parada de bus, pero Jacinto se interpuso en su camino y la detuvo posando sus manos en los hombros.

—Está bien, iremos juntos —claudicó—. Buscamos la casa, llamamos a la puerta, pedimos hablar con Verónica Santaella, la felicitamos por el éxito de su esposo y nos marchamos del lugar. ¿Te parece? —dijo esperanzado. Ansiaba que sucediera algún milagro la hiciera cambiar de parecer.

—¿Por cuál éxito la vamos a felicitar? No perderé tiempo en temas irracionales. Le preguntaré cómo pudo regresar de la muerte y qué demonios está haciendo aquí.

Las palabras de Lorena lo alteraron aún más. Se iban a meter en un gran lío si llegaban a la casa del empresario haciendo un alboroto con semejante paranoia. Los arrojarían a la cárcel por una eternidad.

Ella se apartó de él para continuar, pero Jacinto volvió a interponerse.

—Lorena, no podemos llegar diciendo eso. La vas a asustar. Vamos a presentarnos con formalidad, le ofreceremos nuestro apoyo y amistad por los éxitos que su esposo está obteniendo, y luego, con el tiempo, averiguamos si es Anastasia o no.

—¡Lo es! —La terquedad de la mujer lo exasperaba y le revolvía agrios recuerdos. Se agarró la cabeza con las dos manos en señal de frustración, pero debía seguir intentando convencerla, ya no tenía oportunidad para hacerse la vista gorda y permitir que ella cometiera una estupidez.

—Prométeme que hoy no le dirás nada sobre ese asunto —pidió en un ruego—. Solo la saludaremos.

Lorena respiró hondo para llenarse de resignación, le costaba entender lo absurdo de su idea, pero quería llegar hasta su hija y para eso necesitaba la ayuda de su exesposo. No deseaba pasearse sola por una ciudad que poco conocía.

Trocitos de mi ♥️ RelatosWhere stories live. Discover now