Culpable o no - Suspenso. Halloween

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Sentado muy recto en la débil silla de metal, con los brazos apoyados sobre la plataforma de hierro que fungía de mesa para los interrogatorios, Gary se mantenía firme ante la mirada quisquillosa del oficial Fernández.

Desde hacía un poco más de seis horas el policía había intentado sacar algo provechoso de aquel perturbado chico, pero no había manera de comprender sus bloqueos y superarlos para adentrarse en sus pensamientos. Gary conservaba la mirada perdida en la blanca pared, reflejando una profunda tristeza producto de la soledad.

El hombre bajó el rostro para estrujarse los ojos con una mano y pensar en una solución efectiva. Si no le presentaba a su jefe una razón convincente del hecho, lo dejaría toda la madrugada en la comisaría interrogando inútilmente a más testigos. Fernández sabía que nadie podía darle respuestas, el único era Gary.

—Vamos, chico. Dame al menos, una pista —le rogó.

—Lo siento, no tengo nada más —dijo el joven, sin apartar la mirada de la pared.

—Entonces, ¿te declaras culpable?

Gary levantó los hombros restándole importancia a la conversación, le daba igual si lo acusaban o no. Él merecía un castigo, necesitaba que lo encerraran.

—¿Qué ganas con cargar toda la culpa? Estoy seguro que tú no disparaste el arma, ni iniciaste el fuego. ¿Por qué asumes una responsabilidad que no te corresponde? —A esas alturas del interrogatorio, Fernández estaba a punto de perder la cordura. Tenía hambre, sueño y fatiga, y aquel chico le hacía cada vez más difícil el día.

—Enciérrame de una vez —suplicó, y en esa oportunidad lo miró a los ojos.

—¿No tienes miedo? La cárcel no es sitio idóneo para chicos como tú. ¿No temes encontrarte solo? ¿O rodeado de delincuentes con prontuarios peligrosos? No puedo creer que no sientas algo de angustia. ¿Acaso no te das cuenta del error que vas a cometer?

—¡¿O acaso no te das cuenta de que no puedo, de que no soy capaz de albergar sentimientos como esos que llamas miedo, temor o angustia?!

El chico perdió el excelente dominio que tenía sobre sus nervios y estalló por la furia reprimida, golpeó la lámina de metal con un puño y tensó el rostro para prohibir el paso de las lágrimas. Fernández lo miró con lástima, sin comprender el motivo de aquellas palabras. El policía se irguió y aspiró una buena bocanada de aire antes de continuar.

—Muy bien. Si eso lo que quieres, así será.

Fernández salió de la oficina frustrado y enfadado, controlando las ganas de golpear la pared o el rostro de alguien. El chico se había culpado a propósito, para defender a alguien, pero, ¿a quién?

Esposaron a Gary para trasladarlo al calabozo. Dos policías lo escoltaban a pesar de no significar un verdadero peligro. El chico era un joven enjuto, alto, aunque de contextura débil, con la piel pálida y la mente enferma. Ya tenía antecedentes delictivos por cargos menores, la mayoría, a causa de malas compañías. Fernández sabía que aquel crimen, donde murieron dos hombres y una mujer embarazada acribillados a tiros y quemados dentro de su propio local comercial, fue causado por algún criminal de mayor calibre y no por aquel chico adicto al crack. Pero Gary no le daba otra posibilidad, desde el principio se declaraba culpable y rogaba que lo encerraran.

El joven caminaba erguido y con el mentón en alto por un largo pasillo de paredes blancas. Al final, una puerta de hierro se encontraba cerrada esperando ser abierta, y a su lado, un chico de unos ocho años, con el rostro pálido y con los ojos del color del vino, que lo observaba fijamente.

Los guardias abrieron la puerta y le dieron paso al área de las celdas sin reparar en el niño. Lo atravesaron como si fuera un fantasma. Gary entró aceptando con resignación su destino. Esperaba que aquellos muros pudieran controlar nuevas embestidas.

Trocitos de mi ♥️ RelatosWhere stories live. Discover now