¿Reparando el trineo de santa? - Narrativa

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Relato elegido para formar parte de la edición N°9 de la revista literaria española ENTROPÍA.


Relato: ¿REPARANDO EL TRINEO DE SANTA?


Mientras soportaba en silencio el frío atenazador de la noche, Juan Tovar continuaba su vigilia en la entrada de una zona residencial de la gran ciudad. Era Navidad, y aunque había poca circulación de vehículos, debía mantenerse atento ante la presencia de conductores ebrios que pudieran alterar la paz del lugar.

Daniel Arteaga, su superior, detuvo un auto moderno y le hizo señas a él para que se encargara de revisarlo. En medio de un suspiro, Juan se acercó al lujoso Audi al tiempo que abría la funda protectora de su arma.

Nunca estaba de más estar preparado.

—Buenas noches, ciudadano, salga del auto y muéstreme los documentos.

Mientras el hombre bajaba del vehículo, Juan revisaba con ayuda de una linterna el asiento trasero.

—¿Sucede algo, oficial? —preguntó el conductor: un sujeto alto y corpulento, vestido con traje de corbata y mocasines brillantes. Se detuvo frente a Juan y lo observó con cierto nerviosismo.

—Es una revisión de rutina. ¿Me facilita la licencia de conducir?

El hombre, con lentitud, buscó en los bolsillos traseros de su pantalón la billetera, manteniendo una mirada alerta en el policía.

—¿Todo bien, Tovar? —consultó Daniel Arteaga mientras se acercaba a ellos y evaluaba al conductor con desconfianza—. Abra el maletero del auto —exigió como medida preventiva, al ver un leve temblor en la mano del hombre cuando entregó a su subordinado la licencia de conducir.

El conductor dudó en acatar la orden del superior, reacción que alertó a Juan.

En el preciso instante en que el sujeto entraba al vehículo para sacar las llaves que abrirían el maletero, decenas de fuegos artificiales comenzaron a estallar en el cielo. Los sonidos repentinos y atronadores los sobresaltaron a todos, sobre todo, al conductor.

Juan percibió cuando el hombre sacaba un arma oculta de debajo del asiento y la dirigía hacia él. Rápidamente intentó sacar la suya, pero en cuestión de segundos el sujeto recibía un disparo certero en la cabeza, quedando sin vida dentro del auto. Su superior se le había adelantado, logrando salvarle la vida.

Quedó estupefacto y con las manos temblorosas.

—Saca las llaves. —La voz fría y autoritaria de su superior lo ayudó a reaccionar. Con movimientos toscos cumplió su tarea, procurando no tocar al difunto.

Le entregó las llaves a Arteaga y este se apresuró en abrir el maletero. Al hacerlo, un cargamento de drogas, armas y aparatos electrónicos de gran valor se presentó ante ellos.

Daniel sonrió con malicia y se dirigió a su otro subordinado que se encontraba cerca manteniendo la vigilancia en la solitaria calle.

—¡Rosales, trae la patrulla!

El segundo policía no se dilató en cumplir la orden con una amplia sonrisa en los labios. Juan no comprendía qué los divertía, esa noche había fallecido una persona, que con seguridad tendría una familia que lo esperaba en casa. Esa muerte se quedaría almacenada en su memoria y en su alma para siempre.

Al llegar la patrulla, Daniel guardó parte de la droga y de los aparatos electrónicos en la cajuela. Tomó la radio y avisó a la central lo sucedido. Al terminar, se acercó a Juan y le palmeó un hombro con cierto paternalismo.

—Pasemos unas Navidades en paz —le pidió—. El sujeto sacó un arma para agredirte por eso nos defendimos y lo que hay en la maleta del Audi es lo único que encontramos. ¿De acuerdo?

Juan asintió sin poder mirarlo a los ojos. Su jefe le exigía que ocultara el hecho de que él se llevaría parte del cargamento.

—No te preocupes, Tovar, soy generoso —notificó Arteaga mientras caminaba en dirección a la patrulla—. Tanto a ti como a Rosales les tocará una buena parte del pastel. Eso sí —se giró hacia él y lo señaló con un dedo—, si mantienes la boca cerrada.

Daniel Arteaga se alejó, a lo lejos se escuchaban las sirenas de otras patrullas que se acercaban con rapidez para servir de apoyo. Rosales se detuvo junto a Juan, con la mirada fija en el difunto.

—El sueldo no me alcanzó para comprar juguetes valiosos para mis hijos, solo algunas baratijas que espero, les gusten. Ahora les diré que esta noche ayudé a Santa a reparar su trineo, por eso me entregó mejores regalos. —El policía sonrió con desgana, Juan lo observó desconcertado—. Ya sabes, Tovar, la Navidad es una época para agradecer. Demos gracias por nuestra buena suerte —ironizó y se retiró para dejarlo solo con el difunto.

El cuerpo de Juan temblaba, aunque no sabía si era por los nervios o por el viento helado de la noche.

¿Agradecer? Quizás sí debía hacerlo, pero por estar aún vivo. Y si mantenía la boca cerrada, seguiría así por más tiempo.

Trocitos de mi ♥️ RelatosWhere stories live. Discover now