El regalo de la brujas - Terror. Halloween

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«Hoy es noche de Halloween y las brujas están sueltas. Si crees en ellas, te sorprenderás al ver como los anhelos más profundos de tu corazón se hacen realidad. Pide a las brujas todo lo que desees».

Miriam intentaba olvidarse de las palabras que le había dicho hacía unos minutos Elena, su amiga, a través del móvil. La chica pretendía animarla para que aceptara salir con ella olvidándose de sus penas, sin saber que aquellas palabras la perturbaron.

Aunque la chica se esforzaba por mostrarse fuerte, en realidad, estaba hecha añicos. Su novio, Antonio, la había abandonado dos semanas atrás dejándola por otra mujer y ni siquiera fue capaz de llevarse sus cosas.

Su corazón deseaba verlo de nuevo, abrazarlo y sentir su calor, pero también quería respuestas y descargar sus frustraciones. Su mente, en cambio, quería olvidar y seguir adelante, pero la tristeza le dificultaba ese trabajo.

Salió del baño envuelta en una toalla dispuesta a vestirse lo mejor posible para ir con su amiga a una fiesta de disfraces que había sido organizada en una discoteca de la ciudad. La pena y la confusión la tenían agotada, tal vez, esa celebración la ayudaría a pensar con claridad y actuar con mayor determinación para superar su abandono.

«Siempre serás mía». Miriam cerró los ojos con ira para intentar callar el recuerdo de las sensuales palabras que Antonio siempre le repetía. Mentiras que le decía una y otra vez, seguramente, para ocultar su traición. A cada segundo ella se esforzaba por odiarlo, pero su corazón terco no paraba de llorar y suspirar por él.

«Pide a las brujas todo lo que desees», el consejo de su amiga retumbó en su cabeza. Olvidarlo. Eso era lo que deseaba, pero no era lo mismo que anhelaba su corazón.

Pasadas las once de la noche, Miriam y Elena se adentraron en el club traspasando la marea de cuerpos sudorosos que se hallaban en la pista de baile, para llegar al otro extremo del salón, en busca de sus amigos.

Miriam se sentía algo avergonzada al recibir las miradas masculinas. Aunque no sabía si era por el atrevido disfraz de caperucita roja erótica que llevaba puesto o por el traje de su amiga, que iba casi desnuda con un diminuto y sensual body blanco, una colita peluda rosa y unas orejas de conejo.

Por más que lo intentaba, no podía sonreír con honestidad. Se sentía incómoda, ansiosa y un poco enferma. El estómago le daba más vueltas que un carrusel y la piel se le había transformado en un témpano de hielo. Quería regresar a su casa para darse un baño con agua caliente y dormir, pero Elena no la dejaría marchar, su amiga le había jurado que ese día sería otra.

Al hallar a sus amigos se esforzó por compartir con ellos y disfrutar de la música, pero la angustia le estaba ganando la batalla, así que se alejó del grupo hacia la barra para pedir al barman un vaso de agua, pensando que de esa manera mejoraría. Mientras le buscaban la bebida, notó que entre la decoración del bar había un cartel de madera oscura con un mensaje escrito en letras rojas: «Pide a las brujas todo lo que desees».

Miriam se estremeció, perturbada por la coincidencia de toparse de nuevo con ese mensaje.

Decidió ignorarlo y se giró hacia la pista para ver a sus amigos bailar. Sabía que aquello no era más que cuentos infantiles que solo creían los perdedores o desesperados. No obstante, no podía de dejar de pensar en los deseos que suspiraba su corazón.

Quedó de piedra al ver a Antonio en medio de la pista de baile, observándola con fijeza. Todo en su interior vibró al volver a encontrarse con su mirada cálida, aunque pronto fue capaz de notar ciertas curiosidades. Antonio estaba muy quieto, vestido con la misma ropa que había tenido puesta el día en que se marchó de casa. Miriam se acercó a él con lentitud y con un extraño escalofrío recorriéndole la piel.

Al estar frente a frente, se percató que sus pupilas estaban más dilatadas de lo habitual, aunque imaginó que aquello se debía a la poca luz del local.

—¿Qué haces aquí? —se atrevió a preguntarle.

—Me llamaste.

—¿Te llamé? Nunca lo hice —alegó confusa. Él se acercó más a ella, logrando que los nervios de la chica se alteraran.

—Estaré afuera esperando por ti. Ya casi es hora. No tardes.

Sin decir más, Antonio le dio la espalda y se retiró. Miriam quedó petrificada, con la emoción, el terror y la furia debatiéndose un puesto en su alma. Por un lado quería alejarse de él, pero por otro, deseaba hacerle miles de preguntas. Sin embargo, los insistentes gritos de Elena la obligaron a girarse hacia su amiga para atender su llamado.

Elena se abalanzó sobre ella y la abrazó con fuerza. La pena le invadía el rostro.

—Lo siento, amiga.

—¿Qué sucedió?

—Me acaba de llamar por el móvil Gabriel, el hermano de Antonio. Me dijo que lo encontraron muerto en la casa de la tal Lucia, la que supuestamente era su amante.

La sangre de Miriam dejó de correr por sus venas.

—No puede ser —susurró, impactada.

A Miriam se le llenaron los ojos de lágrimas, pero no por el dolor de la noticia, sino por el pánico. Antonio estaba muerto, pero ella acababa de hablar con él.

—Me dijo que lo estuvieron buscando sin descanso estas dos semanas, hasta que dieron con la mujer y la interrogaron. Ella al principio les aseguró que no sabía nada de él, pero ellos le insistieron tanto que lograron que les confesara que lo había asesinado de dos puñaladas cuando él fue a reclamarle por atormentarte, haciéndote creer que tenían una relación. Lo enterró en su patio y luego huyó. Ellos avisaron a la policía y esta tarde encontraron el cuerpo.

Miriam lo único que pudo hacer fue llorar, con el corazón destrozado y el cuerpo tembloroso. Elena la observó con preocupación y le acarició los brazos.

—Quédate aquí, voy a despedirme de los chicos y nos iremos a tu casa.

Elena se fue y la dejó inmóvil en medio de la pista. El sonido de unas tétricas campanadas de reloj comenzaron a sonar en la disco, anunciando la llegada de la media noche. Cada campanada, Miriam las sentía como puñaladas en la memoria, agitándole los recuerdos de Antonio, de sus caricias, de sus besos fogosos y de su sonrisa perezosa. Lo amaba, nunca había dejado de hacerlo... y lo necesitaba a su lado.

Corrió hacia la salida en busca de su novio, con la esperanza de que todo fuera mentira y él estuviera vivo, esperándola afuera como se lo había dicho hacía apenas unos minutos. Se detuvo en medio del estacionamiento y repasó los alrededores, hasta que una suave voz la turbó al susurrarle al oído.

—Siempre serás mía...

La piel se le erizó por completo. Y aunque la mente le ordenaba correr, la fiereza de su corazón desbocado la había dejado paralizada.

Unas frías manos se enrollaron en cintura y la jalaron hacia atrás, hasta que tocó un cuerpo helado, que le despertó los miedos.

Quiso escapar, pero la apresaron con tanta fuerza que le cortaron el aliento. Le fue imposible moverse, solo gimió por el terror.

Nadie pudo escuchar su ahogado pedido de auxilio. Ella simplemente, desapareció...

Trocitos de mi ♥️ RelatosWhere stories live. Discover now