7

20 6 1
                                        


Keela se encontraba de rodillas, con la cabeza gacha, frente a un pequeño montículo entre las raíces del cedro, para distinguir la tumba habían colgado algunos huesos y conchas y una túnica, anudada a modo de tela en el tronco del árbol, una de las prendas que había usado el abuelo de Keela en vida.

La chica estaba cantando otra vez la canción que había cantado para Obsidiana, que su abuelo le había enseñado siendo niña, la canción que había escuchado tras perder a sus padres.

Abrió los ojos y se giró, Obsidiana estaba de pie, mirándola desde el sendero, tenía el cabello enredado y hojas en él, así como los dedos manchados de hollín.

—Lo siento ¿Te interrumpí?

—No pasa nada, ya estaba terminando. —Bajo su cabeza hasta tocar el suelo y luego se incorporó.

— ¿Qué es esa canción?—Pregunto Obsidiana.

—Me la enseño mi abuelo, es una canción sobre tristeza que aprendí cuando murieron mis padres—Explico. —Nos dice que lamentar es tan importante como celebrar, y que incluso en la tristeza debemos hallar la fuerza para levantarnos. Creo que es un modo agradable de animarnos a saborear nuestro dolor, sin guardarlo ni tener miedo de él. Cuando la canto pienso en mis padres, y ahora, cuando la cante pensare en él también.

Keela acaricio la mejilla de Obsidiana, sonriéndole, la gema le devolvió el gesto y ambas se aproximaron.

— ¡Cabeza de mora!—La llamo una niña apareciendo por el sendero, pero Obsidiana ya se había apartado de Keela. — ¡Necesitamos levantar algunas vigas!

—No me llamo cabeza de mora. —Gruño Obsidiana.

La niña se ruborizo mientras se presionaba el interior de las mejillas con la lengua, sin saber que responder. Obsidiana se fue con ella, y se sorprendió de ver que la niña alzaba su delgado brazo para intentar tomar su mano. Cuando sus dedos acariciaron los suyos, la pequeña sonrió y alzo ambos, deseando que la levantara.

—N-no hagas eso.

Habían reparado casi toda la aldea, aunque todavía faltaban un par de cabañas, en especial la de Keela, cuyo techo había ardido casi por completo, dejándolo surcado de profundos agujeros. Obsidiana era lo suficientemente fuerte y alta para sostener dos vigas en sus brazos y manipularlas sin problemas, cosa que tranquilizaba a los aldeanos, aunque muchos continuaban teniendo sus reservas hacia ella. Los días continuaron pasando, el trabajo no podía hacerse más rápido, porque Obsidiana dependía del descanso de los humanos, que solían dormir por la noche y cazar, de modo que para cuando se dio cuenta de que se había acostumbrado a estar entre ellos, sentarse a su mesa y mirarlos comer o acompañar a los hombres a cazar, la luna había desaparecido en el cielo.

Muy pronto Torka y Keela se unirían, ese detalle mantenía muy inquietos a los ancianos, pero Obsidiana estaba todavía más angustiada. No había podido quedarse a vivir con ellos, era cierto que las gemas podían volver a aparecer, y si su tecnología era tan misteriosa como la fusión creía que así era, seguramente rastrear y localizar una gema desconocida rodeada de humanos no sería un problema. Descansaba en una cueva, que Keela y algunas otras chicas habían decorado para ella.

Incluso cuando aprendió a dormir, no tenía más que sueños confusos, aunque había aprendido a mantener a raya a la señorita Zafiro y a la señorita Perla, estas conseguían colarse a sus pesadillas, donde no podían hablar, solo mostrarle horribles desenlaces que ella negaba una y otra vez.

Pronto fue contagiada por la angustia de la boda, no podía entender el sentimiento que la obligaba a permanecer junto a Keela, pero no le importaba la interrogante, no estaba nunca segura de nada, pero a Keela no parecía importarle. La visitaba a menudo, siempre en las madrugadas y en las tardes, daban paseos juntos y en ocasiones, la gema despertaba con Keela entre sus brazos, recostada a su lado.

Obscura como la obsidiana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora