PRÓLOGO

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A la edad de 7 años:

- ¡Ya estoy aquí! -Gritó mi padre entrando por la puerta de casa. Mi madre fue a recibirle con un beso, pero él le apartó enfadado.

- Cariño, ¿estás bien? -Dijó mi mamá preocupada.

- ¿Cómo crees? -Preguntó mi padre irónico.

- No lo sé amor... ¿Qué ha ocurrido?

- ¡Me han despedido! ¡Y perdí todo el dinero que tenía en una apuesta del fútbol! -Le dio una patada a la mesa muy enfadado. La vena de su cuello cada vez era más notable.

- No pasa nada mi vida... Busca otro trabajo... -Mi madre se alejó de él lentamente.

- ¿Y por qué no trabajas tú? ¡Todo el día en casa con la puta niña, sin hacer nada!

- Pero... Hay que cuidar de ella... Solo tiene 7 años...

- ¡Fue un accidente! ¡Nunca quisimos tenerla! ¡Aún así, ya tiene edad para cuidarse sola! -Mi papá me miró enfurecido y se acercó a mí. -¡Vete a tu cuarto ya! ¡Deja de escuchar las conversaciones de los mayores! -Me empujó y yo subí rápidamente las escaleras, asustada. Nunca lo había visto así. Cuando entré en mi cuarto, escuché un golpe seco, y los sollozos de mi madre. Me metí en mi cama y me tapé hasta arriba, llorando.

A los 12 años:

Mi padre ya casi nunca estaba en casa, nos trataba mal a mi madre y a mí, y mi madre estaba todo el día trabajando de limpiadora. ¿Y yo? Sola en casa.

Un día cualquiera bajé las escaleras para desayunar, y me encontré a mi madre tirada en el sofá, diciendo estupideces con una botella de... ¿Alcohol?, a su lado.

- ¿Mami? -La llamé.

- Q-que...

- ¿Qué haces ahí? ¿No tendrías que estar trabajando? -Pregunté asustada, por si mi padre volvía.

- Me he tomado un rato libre. -Rió atontadamente. De repente, la puerta principal se abrió, y se escuchó un portazo.

- ¡¿Qué haces que no estás trabajando, perra?! -Gritó mi padre enfurecido con una vara de hierro en la mano.

- Eh... -Mi madre se quedó quieta, se levantó torpemente y cayó al suelo.

- ¡Haced algo! -Se dirigió a mí y alzó la vara. Me pegó en la espalda y yo le miré aterrorizada, con lágrimas en los ojos. De esto quedarían cicatrices. - ¡Deja de lloriquear y haz algo tu también! -Me volvió a golpear. Después me dio unos cuantos de golpes más, y se dirigió a mi madre. Corrí y corrí hasta la puerta de mi casa, tapándome los oídos para no escuchar los golpes que propinaba mi padre a la borracha de mi madre. De repente, me topé con dos chicos. Creo que tenían mi edad.

- Ho-Hola... -Les dije asustada.

- Hey, soy Damien. ¿Y tú? -El chico tenía los ojos azules y el pelo negro. Parecía simpático y era realmente guapo.

- Soy Candy. -Dije tímida.

- Él es Nathan, mi hermano. Nos llevamos un año. -Dijo señalando al de su lado, tambíen muy atractivo. -¿Quieres venir con nosotros? Tengo la sensación de que nos vamos a llevar bien. -Me sonrió de lado. Yo asentí y me fui con ellos, intentando olvidar un rato a mi trágica familia.

A la edad de 15:

Damien, Nathan y yo nos habíamos hecho muy amigos. A nuestro grupo se nos habían unido una chica realmente simpática y un chico negro, que venía de New York. Damien y yo nos habíamos enrollado más de una vez, por lo que éramos una especie de... ¿Novios? Pero sin amor. Solo atracción.

Mi padre había conseguido un trabajo de camionero, y nunca estaba en casa. Así que todos los días organizaba fiestas en casa. Mis amigos traían alcohol y tabaco. Poco a poco, nos fuimos aficionando a ello.

Mi madre ya no trabajaba porque siempre iba borracha, así que la despidieron. Pero se había vuelto tan alcohólica que ni se enteraba de mis fiestas en casa. Mis padres dejaron de darme el cariño que necesitaba, por lo que tuve que encontrar apoyo en otras cosas: Las drogas y el alcohol. Mis amigos me llevaron a la cabaña de un militar retirado, que vendía armas que había robado del ejército y droga. Era un tío bastante simpático, por lo que íbamos muchas veces a por nuestra hierba.

Y así es como se formó la chica dura que hoy soy; Candy Quenn.

'Wolves'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora