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Ya era hora de salida, el timbre suena y todos salen amontonados en los pasillos. Apenas podías caminar por ahí. Yo prefería esperarme adentro del curso a que todos se marcharan y solo quedaran unos cuantos estudiantes en el centro. Cuando voy saliendo en el pasillo siento que una mano aspear aprieta mi hombro. Me quedo helada.

—Señorita —escucho que dicen detrás de mí.

Era la voz ronca del director que podía escuchar. Me giro lentamente y lo veo allí parado detrás de mí.

—Sí, ya voy señor —agacho la cabeza y camino hasta el primer curso.

Era un completo caos, era un desorden, no quiero imaginar que las demás aulas estén así porque me iba a pasar toda la noche.

Empiezo a ordenarlo, un par estaban tiradas en una esquina, otro grupo estaba arreglada, había unas cuantas dispersas por toda la habitación y así. El director me miraba mientras lo hacía.

Ordené el primer piso completo, pero aún me faltabal dos plantas más, por un momento creí que no terminaría. El director dejó de mirarme y se fue al pie de la escalera para hablar con las conserjes. Yo empecé a ordenar las butacas, este curso no estaba tan desordenado, terminé rápido de él. Cuando llego al otro curso veo un joven allí sentado, los vellos se me erizaron al verlo.

—Hola —digo mientras me acerco muy lentamente.

Él estaba sentado en su lugar mirando a la pizarra.

—Ordenaré el salón —le informo mientras tomo uno de los asientos.

Él sacó un cuaderno y empezó a copiar. Yo hago lo que tengo que hacer porque ya estoy cansada de estar aquí y me quiero ir.

Terminé de ordenar el curso, él todavía estaba allí sentado copiando su clase. Yo camino hasta la puerta y lo veo una vez más, dirijo mi vista a la pizarra y me doy cuenta de que allí no había nada copiado. Mi corazón empezó a latir muy fuerte, debo de admitir de que me sentí aterrada. Él se giró y me vio, yo salí corriendo — ¡Ahhh!... —Grité. Bajé las escaleras a toda velocidad. Bajo la escalera muy rápido, cuando paso al lado el director él me sujeta por el brazo.

— ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa, Stheisy? —Él se ve preocupado.

—Temblorosa trato de explicarle —yo, allá... Vi, un-un joven...

—Cálmate, cálmate. Respira —me acoge en sus brazos.

—Respiro profundo e intento una vez más decirle lo que vi—. Allá arriba, yo entré al curso y vi a un joven, no lo había visto antes. Yo lo saludé, él está viendo la pizarra, me puse a arreglar los asientos y él sacó un cuaderno. Empezó a copiar. Cuando ya me iba lo miré y me di cuenta de que en la pizarra no había nada escrito. Estaba limpia —abro mis ojos al decir la última palabra.

—Muy bien, tranquila. ¿No terminaste de ordenar? —Me pregunta él.

—No, no, aun me faltan cursos. Bien, yo te acompañaré para que termines y luego te vayas a casa, ¿Sí?

Este hombre era increíble, me estoy muriendo del miedo y a él lo que le interesa es que le ordene sus asientos. No sé si están de acuerdo conmigo, pero lo mínimo que pudo hacer era mandarme a casa, pero no, él quería sus asientos ordenados. Pensaba que yo no quería ordenar nada y que por eso lo había inventado, es una bestia.

Estoy en el último curso del segundo pabellón del edificio. Al fin estoy terminando, ya solo me faltaba la tercera y podía irme.

Subimos y empecé a ordenar, el curso era un basurero, era un desastre, había papeles por todas partes los asientos estaban más desordenados que los anteriores: el curso valía por tres. Este era un completo caos. Estoy ordenando la quinta fila cuando veo al director parado en la puerta, él estaba viendo como las ordenaba una por una. Yo suelto una sonrisa tan falsa que se podía ver la etiqueta de Made in china en ella. Él me sonrió hipócritamente también, este hombre y yo sí nos entendemos bien, pienso al decirlo.

Salgo del salón hasta llegar al próximo que para mi suerte este estaba ordenado —por fin, era justo y necesario —digo. Él sonríe al escucharme decirlo, cuando me asomo al próximo este también estaba organizado, —Pero... —lo miro. Voy al siguiente y pasa lo mismo y así sucesivamente hasta llegar al octavo curso. Todos estaban ordenados.

—Bueno, a lo que veo ya no hay nada más que arreglar —escucho que él dice.

Yo lo miro y le sonrió.

Los dos nos dirigimos a los escalones. Cuando llegamos al primer piso me preguntó.

— ¿Cómo te irás de acá? —Pregunta él interesado.

—Me iré caminando —le contesto.

—No vamos, yo te llevaré hasta tu casa, creo que paso por allí. No es una molestia para mí—. Yo lo miro.

Los dos caminamos hasta su auto, era un mercedes Benz del 1980: era blanco y se veía en muy buen estado. Yo me subí al asiento del acompañante mientras que él tomó el volante.

Estaba un poco asustada, no estaba acostumbrada a este tipo de cosas, no era que él me daba mal espina, sino que no podía confiar en él.

El director arrancó. En el trayecto estaba todo en silencio, nadie decía nada, ninguno de los dos se atrevía a decir algo, no sé por qué. Yo mantengo mis manos sobre mi regazo durante todo el camino. Ya nos estamos acercando a casa y yo no paraba de mirar al frente, no quería verlo, podía sentir una extraña sensación no entiendo el motivo de esta, pero sé que la sentía y era molesto.

—Es en la casa del frente, la de los balaustres blancos —le indico.

Él hace lo que le digo y se detiene frente a esta.

—Muchas gracias —digo mientras me bajo del vehículo.

Cerré la puerta y lo escuché decir:


—Siempre señorita Coleman—. Aquello hizo que los vellos se me erizaran. Algo andaba muy mal y no sabía el motivo.

¿Cuál es la realidad? (Nueva versión de Mil voces que me atormentan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora