s i g u e a n d a n d o
¿Qué pasa que nos caemos tantas veces? Chocan sus palmas contra el suelo demasiado frío y la indiferencia de las voces giran en su cabeza como un tiovivo sin metas o esperanzas, velando por las noches lluviosas y anhelando la calidez de las velas.
Se siente tan doloroso como el rasgar un corazón hasta vaciar su contenido y desnudar sus emociones regadas en el asfalto, por cómo las farolas pestañean con lentitud en una inexactud de compresiones incontextas. Tratando de entender el idioma de las flores muertas y hablando en solitario porque ni las estrellas escuchan por encima del ruido del tráfico, las bocinas y las personas demasiado atrapadas en sus propias vidas como para sacar sus cabezas de la pecera y respirar la belleza de un mundo olvidado en la decadencia.
Deteniéndose a amarrar sus trenzas puede ver la luz que parece agitarse como polillas hipnotizadas en el indeterminado final del horizonte que se recuesta agotado porque ha sido un largo día.
Y el suspiro que se guarda para sí mismo y solo así ser capaz de contener la vida, como atrapar el claro de luna entre sus manos y no asomarse a verlo por miedo a perder todo lo que ha logrado en un instante congelado en un reloj descompuesto.
Siguiendo con el camino que se resbala de la luna hasta gotear el océano inexplorado, sus pies flotan a la vez que van caminando en un futuro incierto y al mismo tiempo tan lejano que no sabe si podrá alcanzarlo.
Hasta que la luna le dé la espalda.