Despierta en la habitación
sintiendo vacío
y el silencio zumbando en sus oídos,
observa sus manos
sintiéndose sorprendido
porque estas son mariposas de papel.
Chocan con el cristal
de la ventana que solloza
huracanes
y se desliza hacia el piso.
Acerca su cara
solo para verlas aletear lejos,
la tinta se desliza por su cuello
y las paredes son tan finas
que escucha cómo los vecinos suspiran
acartonados
en la monotonía.
Un cliché conoce
sus típicas mentiras
y se aburre de verse en el espejo.
Los adormecidos ojos
no pueden recordar su rostro
cuando los cierra y
la oscuridad se apodera de sus temores
ahogandolos en la tranquilidad
del alquitrán
que marchita sus ganas
de colorear sus días,
procrastina
hasta que el carboncillo se deshace
y cae dormido,
pero sin sueños.
Las personas dicen que ha soñado lo suficiente
y aún sabiendo ello
sigue durmiendo,
porque lo más eufórico que
alcanzó
era un sueño.
El final de
una metáfora incompleta
que nadie entiende,
y que lo observa taciturna
a los lados de la cabeza,
donde su visión periférica
no llega.
Cuando sus ojos de vidrio
se quiebran
y el dolor crece
siendo un sentimiento vivo
en la inconsistencia de sus pensamientos.