¿Dejaría de anhelar el
sangriento crepúsculoque desgarra los cielos
solo por el murmullo de una diminuta voz?Brazos caen inertes a los lados,
cansados de esperar por la calidez
que solía llenar sus almas hasta rebosar.¿Pueden las aves cantar
más fuerte?Tan alto
como para vociferaraquella condenada melodía
que contiene su llanto
como manos frías
apretando su garganta.Respirar las cenizas
de un fuego vivo
que ya no está.
La falacia de su calor
y la asfixia en sus pulmones.Muerte al atardecer
encallado en la orillaluego de intentar escapar
del mar.El alarido del dolor
que no se puede llorar
porque el mosaico arde
en colores cargados de sentimientos
opacados por el último rayo de luz
cegado con su vanidad.
El sol que dramatiza su despedida
para que haya quien lo pueda lamentar.
¡Vaya acto tan singular!
En las playas frías
donde los dedos tiran adoloridos
cuando toca madrugar,
despertar con un ojo llorando la realidad
y el otro en el sueño con el que fantasea
persigue una cometa por el mar
hasta que te hundes.
Perdido en la tortura
de saber lo que nadie más ve
y los dolorosos bordes
de un sol imperfecto.
Aciaga manía
de sufrir por la belleza
que cae en putrefacción.