Capitulo 6

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—Señorita Henley, pase —el hombre levantó la vista al verla entrar—. Siéntese, por favor.

Ella se sentó enfrente de él y esperó ansiosa.

—Cuando fue contratada —él carraspeó y tiró del cuello de la camisa antes de mirarla a los ojos—, fue para un puesto temporal. Como ayudante del señor Bieber mientras estuviera aquí.

—Correcto —ya habían pasado por todo aquello.

—Siento mucho comunicarle que ya no necesita una ayudante. Ha cambiado de planes.

—¿Disculpe? —ella lo miró estupefacta durante unos segundos.

—Su contrato ha terminado con carácter inmediato.

—¡Bastardo! —exclamó ella—. ¡Es un completo y absoluto bastardo!

—El servicio de seguridad la acompañará a su habitación para que recoja sus pertenencias —continuó él como si tal cosa.

—Señor Patterson, puede decirle de mi parte, textualmente, al señor Bieber, que es la peor de las escorias. Es una basura sin agallas y espero que se ahogue en su propia cobardía.

Acto seguido, se levantó y salió del despacho. El portazo retumbó por todo el pasillo.

No había tenido el valor de despedirla él mismo. Menudo farsante.

Dos guardas de seguridad se unieron a ella junto al ascensor, como si fuera una delincuente.

Subieron en medio de un tenso silencio y los hombres la siguieron por el pasillo hasta la habitación, apostándose cada uno a un lado de la puerta.

La joven se dejó caer sobre la cama como un globo desinflado. Maldito fuera ese hombre. No tenía dinero para seguir viajando. Había gastado hasta el último céntimo de sus ahorros en llegar hasta allí y ese trabajo debería haberle permitido recuperarse económicamente.

Pero en aquellos momentos sólo le quedaba una opción si quería tener un techo sobre la cabeza. Tendría que regresar a San Francisco y al apartamento de Kirk.

Tenían un acuerdo. Cada vez que ella necesitara un lugar en el que alojarse, podía ir allí.

Sólo podía ponerse en contacto con él por correo electrónico. Tan sólo esperaba que no coincidiera allí con ella, en una de las escasas ocasiones en que regresaba a su casa.

San Francisco pues, decidió al fin a regañadientes. A lo mejor encontraría un trabajo y podría ahorrar algo. Era una suerte disponer de alojamiento gratis, pero no le gustaba la idea de aprovecharse de la generosidad de Kirk.

—Maldito seas, Justin Bieber —susurró. Ese hombre había conseguido convertir la noche más bella de su vida en algo sucio y odioso.

Se sacudió mentalmente. No servía de nada sentir lástima de sí misma. Sólo le quedaba recoger sus cosas, seguir adelante y, con suerte, aprender la lección.

Una Aventura ClandestinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora