Capitulo 34

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—¿Todavía no vas a decirme adónde vamos? —preguntó ____(tn) varias horas después mientras avanzaban en coche por una autopista llena de curvas.

—Paciencia, yineka mou —Justin sonrió—. Creo que la espera merecerá la pena.

Ella suspiró y se relajó en el asiento. Dondequiera que estuvieran, era un lugar precioso y salvaje. Estaba casi segura de que se trataba del Caribe o algún otro lugar tropical. ¿Se dirigían a uno de sus hoteles?

El coche se paró frente a una puerta de seguridad y Justin marcó un código de seguridad. La enorme verja de hierro se abrió lentamente y continuaron camino.

A su alrededor abundaba el verde follaje. Era como conducir en medio de un paraíso privado. Había flores, plantas, fuentes e incluso una pequeña catarata que caía sobre unas rocas a lo lejos.

De repente vio la casa y se quedó boquiabierta ante la increíble mansión que, a pesar de su tamaño, tenía el aspecto de una acogedora cabaña de piedra.

—¿Vamos a alojarnos aquí mientras estemos en este lugar? —preguntó ella cuando el coche se paró frente a otra enorme fuente con flores que flotaban en el agua.

—Es tu casa, yineka mou. Nos pertenece.

Ella se quedó sin habla.

—Pero lo mejor está aún por llegar —dijo él.

Ella lo contempló bajarse del coche y se preguntó cómo demonios podría mejorarse aquello.

Justin la ayudó a salir del coche y les hizo un gesto a los hombres de seguridad que desaparecieron de inmediato mientras él rodeaba a su esposa por la cintura y la conducía por un camino que bordeaba la casa.

De repente lo oyó. El lejano rumor de las olas. Respiró hondo, embriagándose del aire salado.

—¡Oh, Justin! —exclamó.

Ascendieron hasta un pequeño promontorio entre una sección del jardín y la terraza de madera que volaba desde la casa por encima de un escarpado acantilado. Al asomarse vio la gran extensión de océano, de un color azul tan brillante que casi hacía daño a la vista.

El paseo continuaba y, en algunos puntos, era interrumpido por unas escaleras que conducían a la playa. La casa estaba situada sobre el acantilado, guarecida entre dos enormes rocas. Disponía de una pequeña extensión de playa, completamente privada.

Era la vista más maravillosa que jamás hubiera podido imaginarse. Y era suya.

—No sé qué decir —susurró—. Este era mi sueño, Justin. No puedo creerme que sea nuestro.

—Es tuyo, yineka mou. Mi regalo de bodas. Tengo entendido que está equipada con un servicio completo, incluyendo a cierto cocinero al que, al parecer, tienes en gran estima.

—Gracias —ella le rodeó el cuello con los brazos, haciendo caso omiso de la punzada de dolor que la asaltó—. Es maravilloso, Justin. No sé cómo podré agradecértelo.

—Cuidándote mucho, y a mi hija —dijo él con solemnidad—. No quiero que vayas por el camino que baja a la playa a no ser que yo te acompañe.

—Te lo prometo —le aseguró ella. En ese momento, le prometería hasta la luna.

—Vamos dentro. La cena nos espera. Comeremos en la terraza mientras vemos la puesta de sol.

Ella lo siguió ansiosa por ver el interior de la casa. Tras un breve recorrido por la planta baja, salieron a la terraza. La mesa estaba puesta y se sentó en una silla dispuesta a cenar.

—Es maravilloso —dijo al fin. Se sentía completamente abrumada ante la idea de vivir en aquel lugar, y de que fuera suyo. Era sencillamente demasiado bueno para ser cierto.

—Me alegra que te guste. Tenía miedo de no tenerlo todo listo antes de que te dieran de alta.

—¿No era tuya antes?

—Hice que mis agentes buscaran el lugar ideal el día que me describiste dónde te gustaría vivir. Cuando encontraron esta propiedad, supe que era perfecta. La venta aún no está cerrada, pero he convencido al dueño de que nos permita tomar posesión de ella antes de terminar el papeleo.

—Es la cosa más maravillosa que nadie haya hecho por mí —ella no podía dejar de sonreír.

—Dime una cosa, yineka mou —él colocó su mano sobre la palma de la de ella—. ¿Alguna vez alguien ha hecho algo maravilloso por ti? Tengo la impresión de que tu vida no ha sido fácil.

Ella se puso tensa e intentó retirar la mano, pero él no lo permitió.

—¿Qué es eso que no quieres contarme? —preguntó con calma—. Entre marido y mujer no debería haber secretos.

Ella se volvió hacia el mar. La brisa del océano le secó las invisibles lágrimas que derramaba.

—Tampoco es tan trágico —dijo con naturalidad—. Mis padres murieron siendo yo muy pequeña. Apenas los recuerdo e incluso sospecho que esas personas que recuerdo como mis padres no son más que unos de los muchos padres de acogida que tuve.

—¿No tenías ningún pariente que pudiera ocuparse de ti?

—Al menos ninguno que quisiera hacerlo —ella sacudió la cabeza.

Una mujer joven apareció en la terraza con una bandeja y ____(tn) suspiró aliviada. No le pasó desapercibido el ceño fruncido de Justin, claro indicativo de que la conversación no había terminado, simplemente se había postergado.

Sin embargo, nada bueno podía surgir de remover el pasado.

Una Aventura ClandestinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora