Los relámpagos brillaban sobre su cabeza. Varios segundos después, los truenos hicieron temblar la tierra.
Reprimiendo maldiciones, el jinete solitario se esforzó en controlar su asustada montura. Inclinándose hacia adelante, le susurró al caballo palabras calmantes en élfico, prometiéndole al bello animal un establo cálido y un montón de comida desde que llegaran a casa. El caballo se calmó y continuó al trote por el camino embarrado.
La lluvia que había comenzado hacía una hora seguía cayendo con fuerza y no mostraba signos de detenerse. El elfo de cabello dorado suspiró mientras se envolvía mejor con la capa que llevaba buscando refugiarse del fuerte viento. Se había cubierto la cabeza con la capucha para protegerse los ojos de la lluvia, pero ya había dejado de ofrecer alguna comodidad pues estaba empapado.
"Debería haberme quedado un día más en Minas Tirith como Estel me había ofrecido –murmuró miserablemente el príncipe Legolas Thranduilion, lamentando su impaciencia por volver a Ithilien-. ¡Ay! ¡Si ese humano se entera de esto me lanzará a una celda y tirará la llave!"
Y no estaba lejos de la verdad. Aragorn le había sugerido, no, ordenado, que se quedara en la ciudadela.
"Fíjate en el cielo. Va a llover –había dicho el rey de Gondor mientras observaba con sus agudos ojos azules cómo su amigo elfo preparaba su caballo-. Vas a quedarte atrapado en la tormenta por la pinta de esas enormes nubes negras."
Pero, para exasperación del hombre, Legolas se había negado.
"Lo siento, pero no puedo. Además, me encanta la lluvia" –había respondido el elfo con una sonrisa.
"Oh, estoy seguro de eso –había dicho Aragorn, poniendo los ojos en blanco-. En serio, Legolas. Quédate y deja que pase la tormenta. Tu hogar no se va a ninguna parte."
"Sí, pero Nara se preocupará si me quedo. Podría pensar que he encontrado una dama más hermosa que ella en Gondor" –había dicho Legolas, encogiéndose de hombros.
Aragorn se había quedado confundido.
"¿Por qué pensaría eso? ¡Tu esposa es muy hermosa! Ninguna mujer podría sobrepasar su belleza."
"Lo sé –entonces Legolas le había lanzado una mirada significativa-. ¿Te has fijado en ella últimamente? Literalmente brilla gracias al embarazo de nuestro primer hijo, está más radiante cada día. ¡Pero ella sigue comparándose con un olifante, pensando que ya no es hermosa ahora que su vientre no le permite verse los pies!"
Aragorn se había echado a reír.
"Entiendo lo que quieres decir. Arwen hizo lo mismo durante su primer embarazo. Supongo que son los nervios de las madres primerizas. No te preocupes, pasará."
Con una sonrisa, Legolas había asentido.
"Tienes razón. ¿Pero sabes qué? Me gusta mucho más esta Narasene. Se ha vuelto más posesiva y... ¡ejem!... más demandante, si entiendes a lo que me refiero. ¡No se cansa de mí!"
Ante eso, los dos amigos habían compartido un par de sonrisas traviesas y luego habían comenzado a palmearse las espaldas, riéndose.
"Veo que el elixir que te preparé hace maravillas, ¿hmm?" –había preguntado Aragorn, moviendo las cejas.
Tras sonrojarse ligeramente, la sonrisa de Legolas se había ensanchado.
"Oh, sí."
Legolas sonrió mientras recordaba la conversación que había tenido con su amigo esa mañana. La verdad era que no podía esperar más para ver a su esposa. Sabía que Narasene también lo echaba de menos, sobre todo con la reticencia que había mostrado cuando iba a partir hacia Minas Tirith. Todavía recordaba la intranquilidad en su rostro cuando se había marchado hacía varios días.
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Regreso en el Tiempo
FanfictionLegolas no puede esperar para volver a casa tras una reunión en Minas Tirith. Sin embargo, a mitad de camino, una banda de merodeadores le bloquea el paso e intentan robarle