Capítulo 4

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Legolas solo pudo parpadear al escuchar las palabras de Gervas.

"Tu esclavo –dijo lentamente-. ¿Y qué servicio deseas de mí? ¿Enseñarles a esos niños revoltosos algo de decoro? La verdad es que me di cuenta de que no saben nada sobre normas de comportamiento. Eres un padre terrible."

Gervas enrojeció, cogió un palo de madera que sostenía uno de los guardias y golpeó con fuerza al elfo en la cabeza. Legolas tuvo la sensación de ver estrellas por el golpe y cayó inconsciente.

Cuando volvió en sí poco después, se dio cuenta de que yacía sobre un costado, todavía atado al asta de la bandera. Pero ahora, en lugar de una cuerda, llevaba grilletes en las muñecas y los tobillos. También estaba descalzo y sin camisa, con solo sus empapados leggings.

Legolas no pudo evitar gemir de dolor, todavía en el suelo. Con una mano temblorosa se tocó la herida que tenía en la cabeza y que todavía sangraba, sin poder dejar de maldecirse a sí mismo. ¡Ay! ¡Estúpido idiota! ¿Por qué no puedes mantener la boca cerrada?

"¿Estás despierto, elfo? Bien. Ahora escucha lo que te voy a decir" –Gervas apareció de repente en la línea de visión de Legolas cuando se puso en cuclillas delante de él. El príncipe alzó una ceja ligeramente, esperando en silencio a que continuara.

"Como te decía justo antes de que me interrumpieras, serás nuestro esclavo –dijo Gervas-. Harás todo lo que te digamos que hagas, créeme, hay mucho que hacer aquí. Estarás muy ocupado. Mi consejero, Budal, te dará instrucciones por la mañana."

Un hombre enorme se acercó y miró al elfo con dureza. Legolas tragó saliva, algo intimidado por los enormes músculos de Budal.

Así que este monstruo se encargará de vigilarme. Impresionante, pensó Legolas, molesto, lanzándole una mirada amenazante.

"Pero por ahora espero que descanses todo lo que puedas. Porque no tendrás más tiempo para eso –continuó Gervas, con una fría mirada-. Y que ni siquiera se te pase por la cabeza la idea de escapar. ¿Ves eso?"

Legolas miró hacia donde señalaba y vio a varios hombres armados con arcos y flechas en diferentes puntos, vigilantes.

"Estarán vigilando todos tus movimientos. Si intentas huir te dispararán sin hacer preguntas. Nunca tendrías éxito. Esos hombres se encargarán de ello."

Gervas se enderezó, se dio la vuelta para irse y entonces se detuvo de nuevo.

"Oh, y antes de que me olvide, elfo. Bienvenido a mis dominios."

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"¡Cuando ponga mis manos sobre ese... ese... elfo...! ¡Juro que lo meteré en una celda hasta que se le ponga el pelo gris! –exclamó el rey de Gondor mientras caminaba de un lado a otro de su estudio-. ¡Maldición! ¡Ese elfo es una amenaza para sí mismo!"

La reina Arwen intercambió una mirada divertida con el Príncipe Faramir, que estaba sentado al lado suyo. Aragorn estaba así desde que había recibido una carta de Narasene. Faramir, que en ese momento estaba a punto de volver a Emyn Arnen, había enviado a sus mejores rastreadores en busca del desaparecido príncipe elfo. Pero, tras dos días de búsqueda, seguían sin buenas noticias.

"Estel –Arwen se puso en pie y sujetó la mano de su esposo-. Vamos, siéntate. Tienes que calmarte."

Aragorn abrió los ojos como platos.

"¿Calmarme? ¿Cómo voy a calmarme cuando Legolas está por ahí, herido o muerto en alguna parte?"

Manteniéndolo inmóvil, Arwen lo miró a los ojos y vio la gran preocupación que sentía. Y la culpa.

Regreso en el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora