1. Small.

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Había días (incluso semanas y meses, en ocasiones), en los que simplemente deseaba no haber despertado...

No, no era depresión. Tampoco era pereza o disgusto por quienes lo rodeaban (aunque sí que los odiaba y su mera existencia le sacaba de sus casillas cada tres días). Su deseo de sumergirse en un coma se debía a problemas mayores, problemas tan graves que empezaban por la primera letra del abecedario...

Aburrimiento.

Se encontraba tan sumergido en la monotonía de su día a día que simplemente ya no le gustaba despertarse por las mañanas para vivir aquel ciclo interminable de tortura, prueba y error.

Era un asesino.

Ser un asesino era divertido, sólo cuando no haces lo mismo todos los días.

Despertaba con un camaleón sobre su nariz, se preparaba un café fuerte, se aseaba y vestía para salir. Realizaba los trabajos asignados y alguno que otro adicional, la paga no era mala (no cuando eres el maldito mejor en lo que haces y ese era su caso, por favor). Una vez acabado eso se dirigía al bar para beber y comer, algunas veces incluso conseguía citar a los intermitentes de sus compañeros (principalmente al único asiático entre ellos, el único  con quien verdaderamente gozaba de conversaciones coherentes y tranquilas) y, cuando el milagro no se daba, se limitaba a ligar libremente con las mozas del lugar.

Y llegaba a casa para realizar un trabajo que él mismo se conseguía con aquellas despampanantes mujeres, damas de todas las edades que  acababan por volverse en sus amigas frecuentes. Por lo menos hasta que se aburría de ellas (aunque había una que otra demasiado insistente; Bianchi Gokudera y una joven bailarina de pole dance de nombre Nana), es así como finalmente se iba a dormir luego de una cena ligera y finalizaba su día, comenzando otro absurdamente idéntico al anterior.

Una vida miserable, claramente.

O, por lo menos, se supone que así debía ser.

Era Miércoles cuando su desgraciada rutina tomó un giró desenfrenado de esquizofrenía total.

Reborn despertó sintiendo que los planetas se habían alineado en su contra, por lo que lo mejor hubiera sido quedarse en cama. Justo como llevaba haciendo desde hacia una o dos semanas, desde que la señorita del pole dejó en claro que no se desharía de ella tan fácilmente.

Siendo honestos, resultaba incluso curioso el motivo por el que ella se había encaprichado tanto, es decir. Contrario a su experiencia anterior (la joven y molesta, Bianchi), no había declaraciones de amor o ansias de contacto humano.

Ni siquiera habían tenido más de tres citas amistosas, sin besos ni acción. Ella no le interesaba de esa manera, él tampoco era su tipo. Sólo compartían una copa, degustaban los almuerzos preparados por Colonello (o Skull, dependiendo del día) y caminaban juntos a casa cuando el turno de la joven acababa.

Por lo menos eso hicieron la última vez.

Bah, como sea.

—¿Te vas a quedar allí todo el día, otra vez? —un gruñido escapó de entre las mantas y unos ojos verdes rodaron con molestia— Venga, me han mandado a despertarte porque el trabajo se acumula.

—Ya hemos hablado de esto —farfulló el adulto entre ellos—. Bianchi, niña, eres molesta. No quiero que vuelvas a colarte en mi casa.

—¡No me he colado! —se quejó exasperada— Sólo he entrado por la ventilación, nada fuera de lo... ¡No cambies el tema, Timoteo quiere verte!

—Pues dile que no estoy o que me morí —bostezó sentándose—. ¿Qué se yo? Quizás hasta se lo crea, sólo tienes que decirle que me obligaste a comer algo que preparaste y lo hiciste pasar como comida de mi restaurante favorito.

Small MiracleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora