11. Dormir.

704 94 6
                                    

El silencio era incómodo.

Lambo se encontraba creando una divisón en la cama, las preguntas de cómo habían acabado en eso llegaron a la mente de ambos y quisieron salir para ir a patear a Giotto. De él era la culpa, y si no lo era pues fingirían que sí. Querían retractarse, Reborn estaba dispuesto a darle la cama al adolescente e irse a dormir a la oficina de Colonello (no sería la primera vez que lo hiciera y poco le importaba que el dueño de la misma hubiera regresado), pero ninguno hizo el intento por arreglar aquello.

No darían el brazo a torcer.

No en esta vida, probablemente tampoco en la siguiente...

—¿No te cansas?

—¿De ver tu cara de estúpido? —bufó Bovino— Bastante, la verdadera pregunta es...

—No estoy para tus arrebatos —rodó los ojos irritado—. ¿No te cansas de fingir que no te sientes atraído por mí?

Los movimientos se detuvieron, sólo un segundo.

Reborn lo notó y Lambo supo que era así, es por ello que fingió dudar qué hacer con la almohada de Barnie el dinosaurio que había traído de la habitación de Uni.

—¿A tu sobrina le gustan estas...?

—Probablemente no, pero a su madre le encantaba —rodó los ojos—. No cambies el tema.

—No lo hago —lo miró de reojo—. Sólo... ¿Quién dice que me atraes?

—Todo en ti lo dice —suspiró cansado mientras tecleaba algo en su portátil—. Desde la primera vez que nos vimos, me he estado preguntando cómo han acabado las cosas así para ti.

—No me gustas.

—No dije nada de gustar —señaló—. He dicho la palabra "atraer".

—¿No son sinónimos?

—No en mi diccionario, pero como sea —cerró el computador y le dedicó su completa atención—. ¿Cuándo dejarás de fingir?

—¿Para qué habría de haerlo?

—¿Admites que te gusto?

—No es como si no lo supieras —dejando lo que hacía de lado, Lambo se sentó en la cama y le frunció el ceño—. ¿A qué viene este repentino interés? Me asustas un poco.

—No voy a hacerte nada.

—Dormiremos juntos esta noche y me estás diciendo que deje de fingir que no me gustas —lo señaló con una mueca de desconfianza—. Desde mi punto de vista, estás tramando algo y puede que no me guste.

—Como puede que sí.

—El solo hecho de que digas que me gustará me asusta —confesó inquieto—. En serio, no entiendo qué demonios sucede en tu cabeza.

—Nada de lo que debas enterarte por ahora —sonrió, los nervios del menor se criparon—. ¿De qué tienes miedo?

—De ti, claramente.

—¿Por qué?

—Porque te conozco desde los diez —rodó los ojos—. Seis años es tiempo suficiente como para que sepa muchas cosas mala sobre ti.

—Y aun así te gusto.

—No lo he dicho.

—No hace falta.

—Que bueno, jamás planeo decirlo en voz alta —miró el reloj de su muñeca—. ¿Crees que es muy tarde para ir a un hotel?

—¿Quieres ir a uno?

Small MiracleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora