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El camino cuesta abajo resultaba ser menos pesado cuando retornaba a casa. Yacchan tenía la costumbre de darse dos vueltas a la manzana, alrededor de la escuela y los dormitorios para estudiantes.

En una de las esquinas, mientras esperaba a que el semáforo cambiase de luz, se secó el sudor de la frente con la parte posterior de la palma, y pasó su toalla de mano por el cuello y el borde descubierto del pecho.

De otra gran bocanada de aire, normalizando su respiración, Yacchan continuó trotando en dirección a una de las entradas secundarias de la academia Morimori.

Después de asearse en las duchas comunes, salió con la parte inferior cubierta. Cuando se dirigía a los vestidores, escuchó el correr del agua en el otro extremo del baño. Supuso que fue su imaginación, pues nadie en su sano juicio vendría a estudiar tan temprano en la mañana, ni siquiera sus compañeros de taller. A penas el reloj marcaba las seis.

Yacchan se detuvo frente de la puerta de salida con la mano en la manija.

«¿A quién le importa quién se está duchando a esta hora? No es mi maldito problema. Tampoco me quiero cruzar con algún idiota que malinterprete las cosas», pensó y se encogió de hombros.

Luego de vestirse y acomodar la ropa sucia en su maletín, ordenó sus pertenencias en el casillero deportivo y sacó su mochila. Las clases empezarían en unos cuantos minutos. Tiempo suficiente para pescar un buen desayuno e ir a paso lento al salón.

Antes de llegar a los escalones, los cuales conducirían al primer piso, Yacchan decidió llenar su botella con uno de los filtros de agua. De repente, notó el cambio de temperatura a sus pies y la ligera capa de vapor que salía por la rendija de la madera.

El agua seguía corriendo.

Yacchan soltó sus cosas e ingresó al cuarto de baño. Al abrir la puerta, una capa de vapor más espesa lo azotó y escapó a lo largo del techo, humedeciendo el ambiente.

—¿Pero qué rayos?

Avanzó cuidadosamente, sosteniéndose de la pared y de la baranda de metal. Cada vez que daba un mal paso o se apresuraba, las suelas de sus zapatos lo hacían resbalar.

Un par de minutos después de batallar con la humedad, Yacchan llegó al último cubículo y empujó la cortina de plástico. En un rincón, con el hombro apoyado sobre la baldosa, una figura estaba recostada. Agua hirviente corría por un costado, yendo directamente al drenaje. Yacchan corrió a cerrarla y abrió la llave de agua fría.

Poco a poco el manto fue disminuyendo.

Al colocarse de cuclillas, frente al otro chico, pudo observar con claridad el cuerpo de éste y lo mareado que estaba. El sujeto se llevó las manos a la cabeza y gruñó.

El color de su cabellera, de sus ojos parcialmente abiertos y su estúpida expresión lo llevaron a exasperarse como nunca. Yacchan gritó:

—¡TOONO!

Su voz corrió como una mezcla de suma preocupación y amonestación. Yacchan se apresuró a tomarlo por los brazos y permitió que se apoyase en él. Con una mano libre, lo sostuvo de la cintura y lo alzó.

—Oye.

No hubo respuesta. Toono seguía balbuceando y balanceándose de un lado a otro.

—¡Oye! —insistió Yacchan, sacudiéndolo.

Por una fracción, el cuerpo mojado de Toono resbaló por sus dedos. Yacchan lo cogió del costado, por el cinturón de Adonis [1]. Aunque no había sido adrede, sus yemas trazaron parte del vello púbico y el muslo. Su rostro empezó a arder.

«¡No es tiempo de pensar en eso! Toono necesita mi ayuda».

Con un movimiento torpe, puso sus brazos detrás de las piernas de Toono y pretendió cargarlo. Un brazo bajo su espalda y el otro bajo sus piernas. De esa manera, lo sacó de ahí.

—Toono, ¿me escuchas? —inquirió Yacchan, llamándolo nuevamente.

Dentro de los vestidores, lo había recostado en una de las banquetas y apoyó su cabeza sobre una toalla seca. Su cuerpo fue cubierto con una chaqueta y otro par de prendas que había encontrado en los casilleros abiertos.

Toono volvió a gemir. Sus ojos se abrieron, pero su vista fue borrosa.

—¿Yacchan?

—¿Qué se supone que estabas haciendo ahí?

Hizo una breve pausa y replicó con dejadez:

—Ducharme, ¿qué más?

—¿No tienes un baño propio para eso? —ladró—. ¿A quién demonios se le ocurre desparramarse en el piso? ¿Quieres que suceda lo de la otra vez?

Ahora podía verlo claramente. Yacchan estaba empapado de pies a cabeza. Su camisa traslucía sus botones rosados. Toono desvió la mirada y se centró en su rígido semblante. Estaba furioso.

—¡Si otro imbécil te hubiese encontrado, no dudes en que...!

Toono se incorporó. La chaqueta cayó al piso.

—Hubo una tubería rota en los baños de nuestro dormitorio desde la semana pasada... Pensé que podría venir aquí a ducharme si me levantaba más temprano.

Yacchan suspiró.

—¿Por qué no dijiste nada? —renegó—. Has estado en mi casa hasta tarde en estos días o te escapabas antes del amanecer. Pudiste habérmelo pedido, idiota.

—Pero yo...

—Yo no te diría que «no» si me lo pidieses.

Yacchan advirtió sus ojeras marcadas y su cansancio para hablar. Estaba exhausto.

—Imaginé que te desagradaría. Kashima me dijo que podía...

La cercanía de su rostro lo interrumpió. Yacchan lo sujetó por uno de los hombros y con su otra mano, la fijó en el borde del asiento. Lo tenía acorralado.

—Dijo que podía quedarme con él —finalizó Toono.

—¿Y con quién prefieres ir?

No lo había pensado. La pregunta se le escapó. Yacchan se retiró de inmediato. Otra vez deseaba poder coserse la boca. Tenía que obstaculizar esos extraños pensamientos cada vez que lo veía.

—V-vístete. Buscaré qué ponerme —tartamudeó Yacchan.

Toono estrechó sus labios en una pequeña sonrisa.

—Yacchan.

—¿Q-qué?

—¿Podría utilizar el baño de tu piso?

—No preguntes. Sólo hazlo, tonto.

[1] El cinturón de Adonis, pliegue inguinal o V abdominal, es un término utilizado para llamar los surcos profundos en la superficie del abdomen que se extienden en paralelo desde el hueso de la cadera hasta el pubis

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[1] El cinturón de Adonis, pliegue inguinal o V abdominal, es un término utilizado para llamar los surcos profundos en la superficie del abdomen que se extienden en paralelo desde el hueso de la cadera hasta el pubis.

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