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Yacchan le dio un gran sorbo a la botella con agua que cargaba desde el pie de la pendiente. Con pereza se desparramó junto a Toono, sobre un tronco entre la maleza. Yacchan le convidó un sorbo y su compañero lo aceptó.

—¿Desde este ángulo estará bien?

—Todavía hay ramaje que no cubre. ¿Si vamos unos pasos hacia el noroeste? Si nos llegase el sol, Rina saldrá mejor en la foto y el brillo ocultará las rajaduras.

—Bien pensado —dijo Yacchan.

Extendió su mano y esperó a que lo ayudase.

Habían escalado por un sendero pronunciado desde la mañana con las mochilas en la espalda y unas bolsas de tela para la merienda. Rina iba en un recipiente tapado, en caso de que resbalasen o cayesen.

Luego de encontrar una zona despejada y hacer una rápida sesión de fotos, ambos descansaron sobre un par de rocas. Acomodaron su equipaje a un costado y se estiraron a lo largo de la dura superficie. El sol brillaba con fuerza y calentaba sus sudorosos músculos.

—Yacchan, tengo que volver a mi dormitorio —inició triste.

—¿Terminaron con las tuberías?

—Sí.

Hubo un prolongado silencio, donde sólo se podía escuchar el viento contra las grietas de la piedra y el chillar de las aves cazadoras y carroñeras. Yacchan dejó escapar un quejido.

—¿Estás molesto?

—¿Por qué siempre piensas que estoy molesto? —preguntó con brusquedad, casi gruñendo.

—Bueno... —titubeó Toono y rio inquieto.

—¿Acaso extrañas cuando fingía hablar con dulzura, Toono-kun? —imitó la voz que usaba con los demás y enfatizó el nombre de su compañero.

Para su sorpresa, aquel tono le dio un escalofrío por toda la espina. Fue hilarante cómo en el pasado había adorado la voz de Yacchan cuando hablaban en la academia. Pero, al haber convivido por más de una semana, se le hacía extraño escucharlo hablar así.

En una ocasión, cuando estaban charlando en un grupo de amigos, Toono no recuerda con exactitud qué había dicho; sin embargo, fue lo suficientemente enervante como para que Yacchan se descuide y permita que su máscara se quiebre en público. Yacchan comentó con hostilidad, la cual tuvo que disimular al toser y jurar que algo pasaba con su garganta.

—No. Háblame como siempre lo haces. Me gusta.

Yacchan volvió a rezongar y renegó en voz baja:

—No puedo creer que tu atención hacia mí no haya cambiado para nada, como me lo prometiste...

—¿Dijiste algo, Yacchan?

—Nada que te importe —espetó.

Toono se resignó y se recostó a su lado.

No supo en qué momento sus parpados se cerraron por completo y terminó a medio dormitar.

—No hueles tan mal. —Escuchó decir a Yacchan.

Luego sintió un brazo pasar por debajo de su cuello y permanecer tan quieto como una almohada. Después vino la calidez de una respiración sobre su cabeza.

—¿Eso es un cumplido? —murmuró Toono, aún con los ojos cerrados.

—¿Qué quieres? ¿Una maldita sonata? —rio Yacchan—. Te estás volviendo malditamente codicioso.

Toono sonrió, no se midió a sí mismo y lo abrazó por la cintura. En un principio, su tacto hizo que Yacchan se petrifique y deje escapar un chillido ahogado. Temeroso, Yacchan reciprocó el gesto al pegar la yema de sus dedos sobre la espalda de Toono. Ni siquiera podía apoyar su palma entera.

—¿Te doy asco? —musitó Toono con suma diversión.

Yacchan tosió y tragó saliva.

—N-no.

—Entonces abrázame bien —insistió y lo apretujó—. O aplastaré a Rina una segunda vez.

—¿Me estás amenazando? —resopló avergonzado y contento.

—¿Me vas a abrazar como si fuese una pelota de fútbol o no?

Yacchan rio.

—¿Quieres que te patee?

Toono abrió los ojos de par en par y alzó la vista.

—¡No! Como te gusta el fútbol, supuse que...

—¿Qué hace que pienses que tú me gustas?

Toono miró a los lados.

—¿Me patearías si hago esto?

—¿Qué? ¿Aplastar a Rina con tu enorme trasero virgi-...?

Toono lo besó.

REPELÚSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora