Capítulo 20
Todo Hogsmeade esperaba con nerviosismo el momento en el que la novia entrara en el templo. A pesar de que la boda hasta ahora parecía marchar sin contratiempo alguno, los vecinos del pueblo aún hacían apuestas sobre si Hermione terminaría por casarse con Don Perfecto o si huiría antes de llegar a pronunciar el «sí, quiero».
La iglesia estaba llena a rebosar; no sólo habían asistido al evento los familiares de ambos contrayentes, sino que todos y cada uno de los habitantes del pequeño pueblo esperaban con impaciencia presenciar el rito del matrimonio, ya fuera dentro o fuera del recinto.
La mitad de los presentes opinaba que Hermione sería raptada por Harry en mitad de la ceremonia, la otra mitad, que Hermione no llegaría a entrar en la iglesia. Solamente unos pocos osaban comentar que Hermione finalizaría la boda, casándose con el perfecto Draco.
Todo estaba listo: la iglesia estaba esplendorosa por los adornos florales de delicadas rosas blancas. Lazos de seda de color nieve engalanaban los asientos de los invitados y una gran alfombra roja indicaba a los novios el camino hasta el altar.
El novio aguardaba pacientemente junto al altar; las damas de honor y sus acompañantes ya habían sido colocados en su lugar; la madrina permanecía al lado del novio y únicamente faltaba la imprescindible presencia de Hermione Granger y su padre.
La pequeña orquesta de música clásica comenzó a tocar y los niños del coro entonaron una hermosa canción. Las puertas se abrieron y Hermione irrumpió de una forma atolondrada y desorientada.
Antes de que la novia comenzara a caminar hacia su futuro, una niña de unos cuatro años esparció pétalos de rosas lentamente por el camino. Hermione agarraba con fuerza el brazo de su padre mientras, absorta en sus pensamientos, continuaba preguntando por Harry sin prestar ninguna atención a lo que ocurría a su alrededor.
—¿Por qué se va, papá? —quiso saber Hermione, confusa.
—Porque no quiere ver como haces tu vida con otro que no sea él —contestó murmurando el señor Granger.
—Pero el pueblo es lo suficientemente grande para los dos...
—Cielo, si tu madre me dejara por otro y yo tuviera que ver día a día cómo rehace su vida junto a él, no podría soportarlo. Creo que Harry es un hombre muy fuerte, pero todos tenemos un límite, y ese límite para Harry eres tú.
—Pero no puede irse... —manifestó Hermione.
—Bueno, cariño, ahora lo que tienes que pensar es en tu futuro —indicó John Granger ayudándola a caminar despacio hacia Draco Lucius Malfoy Black.
Mientras Hermione se acercaba cada vez más a su novio, el dinero iba cambiando de manos a lo largo del enorme pasillo, pero alguna que otra persona se negó a pagar hasta presenciar el final de la hermosa ceremonia.
(Hermione)
El pasillo se me hacía larguísimo.
Con cada paso que daba parecía alejarme más de mi destino en lugar de acercarme a él, y eso no me asustaba: no estaba impaciente por llegar junto a Draco ni por decir el consabido «sí, quiero» ni por comenzar una vida junto a él.
No estaba deseosa de que terminara mi boda para que todos me comenzaran a llamar señora Malfoy. No sentía esos nervios previos a un casamiento que hacen imposible mantenerse serenas a las futuras esposas, pero sí que tenía todas las dudas del mundo cuando miraba a mi futuro marido.
Eso me hizo reflexionar sobre si verdaderamente él era el adecuado.
¿Por qué ahora, justo antes de que mi precioso sueño de la infancia se llevara a cabo, me daba cuenta de que eso no era en el fondo lo que yo deseaba?
Miré a Draco y lo vi perfecto: sin una arruga en su elegante traje, ninguna duda en su hermoso rostro... Era como siempre: la perfección personificada, y fue entonces cuando mi revoltosa mente comenzó a compararlo con Harry, el siempre desordenado y salvaje Harry.
Recordé cada una de sus trastadas de cuando éramos niños, rememoré mi primer beso, la primera vez que hice el amor, y todos y cada uno de los veranos que habíamos pasado juntos.
Comparé sus apasionados besos con los de Draco, que no me hacían arder como lo hacían los suyos. Me pregunté una vez más por qué aún no me había acostado con mi futuro esposo mientras que no podía evitar lanzarme a los brazos de Harry ante la menor de sus caricias.
¿Por qué no podía resistirme a él y sí al hombre que había decidido que era perfecto para mí? ¿Por qué podía hablar con Harry de todo y con Draco sólo de arte o de temas serios? ¿Por qué reía con él todo el rato ante bromas estúpidas y Draco nunca bromeaba? ¿Por qué era yo misma entre los brazos de Harry y simplemente Doña Perfecta en los de Draco?
Ante mí se planteó la pregunta definitiva y trascendental que marcaría mi futuro: ¿quién quería ser yo en realidad: la impredecible y alocada Hermione Granger o la impecable y previsible Doña Perfecta?
Miré a todos mis vecinos y parientes. Los observé durante unos momentos sin dejar de caminar y noté cómo Rosmerta y Albus discutían sobre una nueva apuesta, vi como mis hermanos intentaban coquetear con mis damas de honor con descarados gestos, como mi madre apuñalaba con la mirada, cuando creía que nadie la veía, a Narcisa Malfoy. Me percaté de que el señor Sirius el jefe de policía, revisaba todas las entradas a la espera de alguna fechoría por parte de Harry y observé como mi futura cuñada me miraba con envidia y recelo.
Los miré a todos y decidí que, si ninguno de ellos era perfecto, yo tampoco tenía por qué ser Doña Perfecta. El diablillo rebelde que había en mí, ése que únicamente osaba salir en presencia de Harry Potter, preguntó una vez más por qué él no estaba allí para raptarme o algo parecido. Fue entonces cuando comprendí que hasta el último momento había tenido la esperanza de que él aparecería en la iglesia para impedirme, como siempre, que cometiera un estúpido error.
Pero esta vez Harry había decidido concederme lo que tantas veces le había rogado: la libertad de elegir.
A pesar de que el hombre perfecto existía, él no era para mí.
Yo nunca podría ser feliz a su lado porque él no me enfurecería hasta el punto de desear tirarle un zapato, porque él no me haría ridículos regalos que me harían llorar, porque él no me exigiría que cumpliera mis apuestas con escandalosas proposiciones, o nunca me dedicaría la serenata más espantosa de mi vida. Ni me dibujaría un sapo que parecía una vaca, ni tampoco me diría mil veces al día que me quería sin dejar de insistir en ello porque dejar de hacerlo era sinónimo de abandonar, y él nunca abandonaba... «Hasta ahora», pensé, y las lágrimas comenzaron a brotar nuevamente de mis ojos.
No, no podía convertirme en Doña Perfecta si eso significaba no ver a Harry nunca más.
Sequé mis lágrimas, molesta con él por no haberse presentado y por hacerme ir tras él con ese estúpido vestido, así que me dirigí rápidamente hacia ese novio que no era para mí mientras la orquesta aumentaba el ritmo de la música siguiendo mis pasos.
—Lo siento, Draco, eres el hombre perfecto, pero no eres para mí —declaré decididamente por primera vez en mi vida.
—Él me lo advirtió, pero yo no quise creerlo —comentó Draco, molesto.
—¿Quién te advirtió qué? —pregunté confusa.
—Harry me dijo que no te casarías conmigo, que lo amabas a él. Como le gustan tanto las apuestas, le propuse que, si tú y yo nos casábamos, lo mejor sería que desapareciera del pueblo; por el contrario, si él se casaba contigo, desaparecería yo.
—¡No tenías ningún derecho a echar a Harry Potter de este pueblo! —grité furiosa mientras apretaba uno de mis puños con fuerza y, sin saber cómo, me encontré golpeando a Don Perfecto en la cara hasta tumbarlo en el suelo, donde lo increpé con muy malos modos. ¡La única que tiene derecho a echar a Harry de este pueblo soy yo!
Luego me marché apresuradamente de la iglesia entre las risas de algunos, la indignación de otros y los intercambios de dinero por parte de casi todos.
Me detuve a las puertas de la iglesia sin saber qué hacer. ¿Cómo podía localizar a Harry? Le arranqué el teléfono móvil a uno de mis hermanos, que se había acercado nervioso, y después de varias llamadas sin respuesta a Harry descubrí que el muy cabezota no le había dicho a nadie adónde narices iba.
Miré con desesperación a todos lados en busca de una señal divina que me permitiera saber cómo podía volver a recuperar a mi hombre imperfecto y allí, delante de mí, encontré la respuesta.
Ignorando los gritos de advertencia de mis hermanos, desgarré la parte inferior de mi vestido y lo arrojé a la enfurecida Daphne, quien pasaba por allí justo en ese instante, y me metí en el coche de policía del señor Sirius
Por suerte tenía las llaves puestas y, cogiendo desesperada la radio entre mis manos, supliqué a Colin, uno de los policías más jóvenes del cuerpo, que detuviera a un hombre sospechoso de robo de vehículo. Le di la descripción y la matrícula de Harry, luego puse el coche en marcha y me dirigí hacia las afueras del pueblo con la esperanza de que Harry me perdonara una más de mis trastadas después de confesarle mi amor.
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El Salvaje y Ricitos
Fanfiction-«Mi perfecto príncipe azul. 1. Tiene que ser el más guapo.» ¿Eso es todo? -preguntó bruscamente para molestarla. -No, tengo que ir añadiendo las demás cualidades a lo largo de los próximos años hasta que sea mayor. -Pues yo soy guapo, ¿soy yo tu pr...