Capitulo 8: Cormac MGLaggen

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  Capítulo 8

Cuando Doña Perfecta y el Salvaje dejaron el pueblo, todo permaneció en calma.
Los días volvían a ser monótonos; las tardes, aburridas, y las noches, silenciosas y sosegadas. Pero en el momento en el que los dos volvieron de vacaciones, hubo una paz nada habitual entre ellos. Todos sospecharon que se trataba de la calma que precede a la tormenta y empezaron a apostar quién sería el primero en romper la tranquilidad que los mantenía a todos tremendamente adormecidos en sus deberes matutinos.
Las vacaciones de Navidad duraban apenas unas semanas, pero aún así Hermione había decidido regresar al hogar. Uno de sus compañeros de clase, Cormac MGLaggen un chico guapo y risueño que siempre estaba rodeado de chicas, iba a quedarse solo en esas fechas tan señaladas, así que, sintiéndose llena de compasión y de lástima, se decidió a invitarlo a acompañarla. ¡Craso error! ¿Quién podía llegar a sospechar que todo el pueblo se revolucionaría ante su llegada?
Cormac MGlaggen era apuesto, de cortos cabellos rubios y unos atrayentes ojos azules que hacían su rostro de adonis muy interesante. Su cuerpo, a pesar de dedicarse sólo al arte, era firme y fuerte. Sus deportes favoritos, la natación y el footing.
De humor siempre alegre y despreocupado, la hacía reír y le recordaba a su hermano Nev; por eso y porque añoraba su casa, acabaron siendo pareja en algún que otro proyecto de clase.
Hermione se hallaba empaquetando sus cosas cuando él se acercó a preguntarle dónde pasaría las vacaciones y ella, ilusionada, le describió su hogar como si de un sueño se tratase:
—Iré a mi casa, Cormac. No te puedes creer lo maravillosa que es en esta época del año: el pueblo entero se cubre de nieve, los niños hacen muñecos por todos lados, las casas compiten con los adornos y, aunque en ocasiones puedan parecer recargadas, son adorables. También hay una función de Navidad en la que el tema lo eligen los vecinos; por lo tanto, te puedes encontrar obras tan estrafalarias como El padrino —Hermione hizo una pausa y continuó su descripción con una sonrisa—. Todos son amigables unos con otros, y el encendido del árbol en la plaza es algo precioso. ¡Tengo unas ganas tremendas de pasar estas fiestas en mi hogar! ¿Y tú Cormac? ¿Dónde irás?
—Yo me quedaré aquí, solo —respondió Cormac—. Ya sabes que mi familia es prácticamente inexistente y no me hace demasiada ilusión visitar a mi madre borracha en su vieja caravana.
—¡Pobre! ¿Y no tienes ninguna chica con la que pasar las fiestas, ningún primo lejano que visitar? —quiso saber Hermione, preocupada por la soledad de su amigo en fechas tan especiales.
—Estaré solo, pero tú no te preocupes por mí: ya estoy acostumbrado a ello —expresó Cormac quejosamente.
—¡Ningún amigo mío pasará solo estas fiestas! ¿Por qué no te vienes conmigo a casa de mis padres? Tenemos una fantástica habitación de invitados y seguro que los habitantes de Hogsmeade te recibirán encantados.
—Está bien, si me lo pides así... —comentó Cormac sonriente aceptando pasar sus vacaciones en un pueblo muy particular.

Harry llegó ese año cargado de regalos para el día de Navidad un poco antes de lo habitual en él, y trajo consigo uno muy especial para Hermione. Había pensado en obsequiarla con un anillo de compromiso, pero, como era demasiado pronto y probablemente se lo tiraría a la cara, le compró un precioso par de zapatos rojos de tacón de aguja, pues, tras pasar un día frente al escaparate en el que estaban expuestos mientras hacía alguna compra de última hora, no pudo dejar de imaginarse a Hermione desnuda y luciendo solamente esos espléndidos zapatos.
Cuando llegó, su madre y su abuela corrieron a recibirlo con un gran abrazo. Mientras Penélope lo llenaba de besos y preguntas sobre su salud, su abuela lo reprendía con una sonrisa por las posibles travesuras realizadas. Continuaron atosigándole hasta las escaleras, donde le apremiaron a dejar sus cosas en su habitación y a que bajara con rapidez para tomar un tentempié tras el largo viaje.
Después de ocultar bien los regalos ante los posibles husmeos de sus familiares, Harry bajó las escaleras corriendo para preguntar por sus amigos y su querida Doña Perfecta. Antes siquiera de que abriera la boca, su abuela ya le había respondido a cada una de sus preguntas, o a casi todas.
—Tus amigos Justin y Neville ya han vuelto de la universidad, y Hermione este año ha traído a un chico con ella. ¡Quién sabe! A lo mejor se ha echado novio, aunque por ahora dice que sólo es un amigo. Haz el favor de no espantarlo —le advirtió su abuela, amenazándole con un dedo mientras lo dejaba marchar apresuradamente hacia la casa de los Granger.
Cuando tocó al timbre le abrió la puerta un joven desconocido de la edad de Hermione con una sonrisa en los labios y un gorro navideño que, si no recordaba mal, pertenecía al señor Granger.
—Bienvenido al hogar de los Granger, ¿en qué puedo ayudarle? —preguntó despreocupadamente Cormac mientras no dejaba de mirar hacia el interior, donde Hermione intentaba colocar el ángel en lo alto del árbol y ofrecía a quien pudiera verlo una buena imagen de su soberbio trasero enfundado en unos leggins negros que se pegaban a su cuerpo como si de una segunda piel se tratase—. Hermione, un poquitín hacia delante —le indicó Cormac.
Y ambos hombres pudieron ver desde la entrada como se le marcaba el tanga.
—Cormac, eres pésimo indicando. Si me echo más hacia delante me voy a caer.
—Perdona querida, es que me ha distraído la visita —Cormac se volvió hacia Harry y le dijo amablemente—: Vuelva en otro momento.
Luego, sin molestarse en cerrar la puerta, exclamó:
—¡Ahora mismo voy a auparte y verás como llegas a la cima! —señaló con un sonrisa ladina mientras se dirigía hacia ella.
Pero no llegó a alcanzarla, ya que las fuertes manos de Harry bajaron a Hermione del pequeño taburete en el que estaba subida y, cogiendo de sus sorprendidas manos el ángel, lo colocó en el árbol sin problema alguno.
—¡Eh, quería colocarlo yo! —protestó Hermione.
—Pues no podías, eres muy bajita y podías haberte hecho daño —señaló Harry enfadado.
—Cormac me iba a alzar —añadió Hermione decidida a llevarle la contraria.
Harry se acercó lo bastante a ella como para susurrarle al oído:
—Cuando quieras que alguien te toque el culo, sólo tienes que llamarme —señaló groseramente.
—¡No has cambiado nada Harry Potter, sigues siendo un salvaje! —gritó Hermione furiosa dándole la espalda y dirigiéndose hacia la cocina.
Cormac lo miró sonriente y preguntó insolente:
—¿Y tú quién eres?
—El que te va a partir la cara como vuelvas a mirarla así —contestó Harry amenazador mientras apretaba fuertemente sus puños para no ceder a la tentación de cumplir su amenaza.
—Ah, vale. Debes ser el vecino. Qué mal lo has hecho, tío. Mientras tú has quedado como un bruto insensible, yo he quedado como un buen amigo que la apoya y sabe valorarla.
—Tú lo único que estabas valorando es su trasero.
—Sí, pero, como las mujeres son idiotas y se dejan deslumbrar por los gestos caballerosos, yo soy el bueno de la historia y tú sólo un salvaje. Dime una cosa: al acabar las vacaciones, ¿quién crees que estará más cerca de acostarse con ella: el adorable compañero que siempre la apoya o el desquiciante vecino que la cree una inútil?
—Yo nunca la creería una inútil, ella es muy capaz de todo.
—Sí, pero ¿qué es lo que pensará ella? Ésa es la pregunta que te tienes que hacer. He visto a muchos como tú, y con Hermione no tienes ninguna posibilidad.
—Como te acerques a ella... —amenazó Harry a Cormac mientras lo cogía de la solapa del jersey y lo apoyaba contra la pared.
—Piensa bien en la excusa que vas a darle a Hermione para no alejarla más de ti por este rudo comportamiento —señaló Cormac sonriente—. Después de todo, yo únicamente muestro a las damas mi mejor cara.
—¡Cormac, querido! ¿No querías aprendes a hacer galletas? —gritó alegremente Sarah Granger desde la cocina.
—¡Ahora mismo voy, señora Granger! —contestó Cormac con su mejor entonación de niño bueno.
Harry soltó a aquel farsante sin dejar de observar impotente como se alejaba hacia la cocina. Lleno de rabia, salió de casa de los Granger dando un portazo y sin fijarse en nada de lo que lo rodeaba, y colérico, pegó un puñetazo a la pared de la casa de sus vecinos.
—Te agradecería que no dañaras la fachada de mi casa —comentó el señor Granger, que se encontraba en esos instantes en el porche disfrutando de un chocolate caliente.
—Déjalo papá —comentó su amigo Justin mientras lo saludaba.
—¿Por qué crees que debo dejarlo estropear mi hogar? —preguntó John Granger enfadado.
—Porque por su reacción supongo que acaba de conocer a Cormac—se burló Nev compadeciéndose de Harry y apoyando una de sus manos firmemente en su hombro—. Yo reaccioné igual, sobre todo después de que me dejara como un idiota delante de Hannah
—Yo he dormido dos días en el sofá por insinuar que quería dispararle con la escopeta —indicó el señor Granger.
—Y a mí mamá me regañó por decir que era un gilipollas —señaló Justin.
—No me gusta que esté cerca de Hermione, no creo que tenga buenas intenciones —confesó Harry, dejándolos a todos preocupados.
—Podríamos hacerlo desaparecer... —propuso nev, a lo que el señor granger contestó negando con la cabeza:
—Escopeta confiscada.
—Podríamos desenmascararlo —repuso Justin
—Es demasiado buen actor, no dirá nada inadecuado delante de las mujeres —descartó Nev—. ¿Contratamos a un matón? —preguntó esperanzado.
—Eso cuesta mucho dinero —se quejó el señor granger.
—Podría intentar hablar con Hermione y hacerle comprender cómo es Cormac antes de planear nada —intervino Harry intentando hacerse escuchar entre planes de asesinato y secuestro.
—¡Buena suerte! —le desearon tres voces desde el porche mientras seguían planeando un crimen que no fuera demasiado caro.

El Salvaje y RicitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora