Epilogo

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  EPÍLOGO

Vi cómo mi hija observaba al nuevo vecino de su abuela con cara de enfado antes de sacarle la lengua y entrar en casa en busca de su libreta, seguramente para dibujar una rana con cuernos o algo parecido.
Por desgracia, mi pequeña de tan sólo cinco años tenía el mismo talento para el dibujo que su padre, o sea, ninguno. En cambio, le encantaba ver trabajar a éste con la madera y quería ser como él: una manitas consumada.
Con sus pequeños rizos negros y sus ojos miel mi hija Luna era una preciosidad que tenía el mal genio de su padre, aunque Harry aseguraba una y otra vez que el genio lo había heredado de mí, así como la cabezonería.
Observé atentamente como mi hija miraba a Ron Miller, el niño del nuevo matrimonio que había comprado la casa de enfrente de mis padres.
El chiquillo tenía siete años y parecía un perfecto principito, vestido impecablemente y sin una mancha que estropeara sus pulcras ropas, todo lo contrario que el diablillo de mi hija, con sus ropas sucias por el barro de perseguir sin descanso al pobre Botitas —gato al que le pusimos este nombre en honor al primero— por el jardín con una gran pistola de agua regalo de sus tíos. «Cuando coja a mis hermanos, los voy a matar lentamente», pensé al ver de nuevo al pobre minino chorreando agua sobre los brazos de mi suegra.
Mi hija no cesó de hacerle burlas y gestos obscenos, aprendidos seguramente de sus queridos tíos, al niño que la miraba desde enfrente escandalizado y con los ojos abiertos. La reprendí con seriedad y dejó de hacer los gestos obscenos, aunque no abandonó las burlas cuando creía que yo no miraba.
—¿Se puede saber qué es lo que te ha hecho ese crío para que lo trates así? —pregunté finalmente a mi hija.
—Ese niño me ha dicho que, cuando crezca, si me convierto en una digna damisela, tendré el placer de ser su mujer.
Rompí en carcajadas al recordar en ese momento otra arrogante proposición que recibí en una ocasión cuando era niña y miré al responsable de ella, que acababa de salir de casa de mis padres con una rica limonada para mí: «un nuevo antojo», pensé acariciando despacio mi pronunciada barriga.
—¿Y tú qué le contestaste, princesa? —preguntó Harry sonriendo, seriamente interesado.
—Que se metiera esa proposición por... —sin dudarlo, le tapé la boca a Luna.
—Hay que decirle a mis hermanos que dejen de enseñarle ese vocabulario tan soez —comenté a Harry.
Él asintió sonriente mientras me daba el vaso y se dirigía hacia el niño que se acercaba con paso indeciso hacia casa de los Granger

—Hola pequeño, ¿cómo te llamas? Yo soy Harry Potter —saludó Harry al vacilante niño que miraba con enfado a su hija—. ¿Qué te trae por aquí?
—Me llamo Ronald Miller y vengo a pedirle la mano de su hija —pidió seriamente.
—¿No te parece que eres algo joven para querer casarte ya con alguien? —contestó Harry sonriendo al recordar las palabras que alguna que otra vez le había repetido su suegro cuando apenas era un crío.
—Sé que ella es la chica idónea para mí, aunque tendrá que crecer y pulir un poco sus cualidades.
«¡Por Dios, qué niño más pedante!», pensó Harry al observar que un mocoso como él tenía tan extenso vocabulario.
—Pero, verás, hay un problema —reveló Harry desalentado al pequeño al ver como Hermione se sentaba junto a su hija con su antigua libreta y ésta anotaba entusiasmada algo en ella.
—¿Cuál? Le prometo que soy de buena familia y que la trataré bien y nunca le faltará de nada —manifestó el pequeño Don Perfecto tratando de rebatir posibles objeciones.
—En estos momentos su madre le está contando como nos conocimos y hay una lista que no te va a favorecer en absoluto.
—¿Una lista? —preguntó Ron, sorprendido.
—Sí, su madre hizo una lista a lo largo de los años con todas las cualidades que debía tener su hombre ideal, y lo más probable es que ella decida hacer lo mismo.
—Me parece bien, yo soy un niño perfecto. Mis padres me lo dicen constantemente.
—Pero, pequeño, la perspectiva que cuenta no es la de tus padres ni la tuya, sino la de la mujer que hace la lista y, créeme, nunca llegarás a ser su hombre perfecto.
—¿Qué hizo usted, señor Potter? —preguntó el muchacho terriblemente interesado.
—Intentar con todas mis fuerzas parecerme a su hombre perfecto y, cuando éste apareció, convencerla de que la lista no importaba.
—Entonces, ¿usted no llegó a ser nunca el hombre ideal de la señora Potter?
—No, pero soy muy convincente —sonrió alegremente Harry al pequeño.
—¡Pues yo lo conseguiré y me casaré con su hija! —declaró muy convencido el niño sin dejar de mirar a su futura esposa como retándola a decir lo contrario.
Luna se sintió ofendida al ver como el molesto niño la miraba con intensidad, y cogiendo su lista gritó en voz alta mientras escribía lentamente en ella:
—¡Uno! ¡Que sea el mejor motorista del mundo y que tenga la mejor moto!
Eso era sin duda algo de lo más divertido del universo después de que su tío Nev le diera un paseo en su enorme y preciosa moto nueva.
—Tiene usted razón, señor Potter, ¡esa lista me traerá problemas! —coincidió el vecino mientras se alejaba sin dejar de mirar hacia atrás, hacia donde la pequeña niña de rizos negros le sacaba de nuevo la lengua.
—¡Papá! ¡Papá! ¡Eres mi héroe! —gritó Luna mientras se lanzaba a sus brazos—. ¡Por fin me has librado de ese niño tan pesado!
—Algo me dice que volverá —indicó Harry sonriendo con complicidad a su esposa.
—Papá, mamá me ha enseñado su lista. ¿A que tú eres su perfecto príncipe azul? —preguntó Luna ilusionada.
—No, cielo, yo nunca llegué a ser su hombre perfecto —contestó Harry jugando alegremente a hacerle cosquillas a su hija.
—Entonces, mamá, ¿papá no es tu príncipe azul? —preguntó Luna desilusionada besando a su padre con cariño.
—Pues claro que no, es más que eso —respondió Hermione feliz, besando cariñosamente a su marido—. Él es mi perfecto sapo azul —contestó retándolo con la mirada mientras se dirigía rápidamente al interior de la casa.
Harry dejó a su hija en el suelo y entró en busca de su mujer.
La halló escondida en la cocina junto a Sarah, su madre. Sin preocuparse lo más mínimo por escandalizar a los presentes, Harry besó apasionadamente a su mujer. Cuando ella pudo recuperar el aliento, le recriminó con dulzura:
—Salvaje.
—Doña Perfecta —le recordó Harry antes de volver a sellar sus labios con un nuevo y apasionado beso.
FIN

El Salvaje y RicitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora