Capitulo 11: Te concedo un año...

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Capítulo 11


Harry Potter tardó todo un año en recuperarse por completo de la lesión. Como se temía, no pudo volver a jugar profesionalmente y su plaza en el equipo fue cedida a otro alumno mientras él estaba en el hospital.
Después de las facturas médicas, apenas le quedaba dinero. Lo poco que había conseguido ahorrar entrenando a novatos y trabajando de camarero en el campus, junto con su cuantiosa beca, habían acabado siendo utilizados para la recuperación total de su rodilla.
Harry volvió a casa abatido y sin saber qué hacer. Tras soportar durante semanas las miradas de lástima de su madre y de su abuela, de sus vecinos y amigos, puso sus cosas en una maleta y se marchó a la casa del lago que le había regalado el señor Granger años atrás.
La casa de dos plantas apenas estaba en condiciones para que alguien viviera allí. Ya a simple vista parecía ruinosa, con su pintura resquebrajada, sus ventanas rotas, muchas de las cuales carecían de cristales, y su puerta desencajada.
El interior no era mucho mejor, con muebles viejos llenos de polvo y telarañas. Lo único que había podido arreglar antes de marcharse fue la cocina, que lucía como nueva, y las instalaciones básicas, por lo que gozaba de electricidad y agua caliente. Lo demás era todo un desastre, pero ese desastre era lo único que le quedaba. Sacó sus herramientas y se dispuso a convertir ese montón de ruinas en un hogar.
Harry sólo salía de su casa para dos cosas: comprar alimentos y adquirir materiales para sus arreglos. Se convirtió en un auténtico ermitaño, aislado de todo contacto humano.
Todos en Hogsmeade estaban tremendamente preocupados, pero, como ni sus familiares ni sus amigos pudieron sacarlo de su soledad, decidieron darle tiempo hasta la llegada de Hermione, a la que esperaban impacientemente mientras apostaban cuánto tardaría Doña Perfecta en sacar a Harry Potter de su viejo caserón.
Tardó exactamente cinco segundos en sacarlo de su casa, ya que Hermione se encontraba en el porche con una cerilla encendida en una mano mientras en la otra portaba un bidón de gasolina.
—Harry Potter, ¡o sales de la casa o le prendo fuego!
—¡No te atreverás! —gruñó el joven desde dentro mientras se asomaba por la ventana.
—¿Ah no? —respondió Hermione a la vez que arrojaba la cerilla encendida en el viejo suelo de madera del porche.
Harry salió con celeridad hacia el exterior y comenzó a sofocar el pequeño fuego que comenzaba a formarse, apagándolo con la suela de sus botas de montaña. Llevaba puestos unos vaqueros rotos y desteñidos, junto con una vieja camiseta blanca llena de polvo que se pegaba a su pecho sudado marcando sus fibrosos músculos. Su aspecto era desaliñado, con su melena negra despeinada y barba de varios días.
—¿Estás loca? —exclamó enfurecido.
—¡Mírate, pero si has salido de tu casa! Y eso que todavía no he utilizado el bidón de gasolina —comentó Hermione mientras le entregaba el bidón—. Por cierto, el señor Finnigan te manda esto. Te lo olvidaste la última vez que fuiste a su tienda —señaló Hermione mientras pasaba hacia el interior sin esperar invitación alguna. Sus zapatillas de lona resonaron por el viejo suelo, y Harry se permitió admirar su cuerpo, recordando todas y cada una de las curvas que lucía bajo esos cortos pantalones negros y esa camiseta rosa de tirantes bastante ajustada.
La casa continuaba llena de polvo y suciedad. La única variación eran las herramientas y los tablones de madera que descansaban esparcidos por el salón y la entrada ocupándolo todo.
—¿Cómo demonios puedes vivir así? —inquirió Hermione señalando la suciedad acumulada.
—Es lo único que me queda —respondió Harry—, mientras la arreglo no me da tiempo a limpiarla y no tengo dinero para contratar a nadie, así que vivo como puedo y punto. ¿A qué has venido? ¿A atosigarme?
—No, a comprobar que no te habías convertido en el gilipollas que me habían comentado los amigos y vecinos.
—Dudo que alguien que no seas tú despliegue ese lenguaje al referirse a mí.
—Es verdad: ellos te llamaron solitario, ermitaño, poco sociable... Yo prefiero ser más realista.
—¿Se puede saber por qué vienes a insultarme? Hace casi dos años que no nos vemos y lo primero que me dices es que soy gilipollas.
—Porque lo eres. El año pasado quise ir a verte, pero tú echabas a todos de tu lado porque estabas amargado. Este año por fin te veo y lo único que sabes hacer es gruñirme como un animal herido.
—¿Qué quieres que haga, Hermione? ¿Celebrar que ya no tengo nada, ni carrera profesional, ni título universitario, ni dinero, ni fama, ni...?
—¡Estás vivo, tienes una casa, una furgoneta, una familia y amigos que te quieren! —interrumpió Hermione—. ¡No puedes vivir pensado continuamente en el pasado!
—Y eso me lo dice alguien que está obsesionada con una lista que comenzó a hacer cuando tenía... ¿Cuánto? ¿Ocho, diez años?
—¡No cambies de tema! —repuso Hermione amenazadoramente señalándolo con un dedo.
—¿Que no cambie de tema? ¡Sabes que es físicamente imposible que un hombre reúna todas las cualidades que has puesto en ese viejo papel, sólo lo utilizas como escudo para no enamorarte nunca de nadie! Todos somos imperfectos, ¡incluida tú, Doña Perfecta!
—Yo no tengo ningún defecto —declaró Hermione enfurecida mientras se ponía de puntillas y acercaba su rostro al de Harry
—Oh, sí: uno muy grande —contestó él acercándose más a ella.
—¿Y se puede saber cuál es ese tremendo defecto que tengo, según tú? —lo retó Hermione con un leve tono de superioridad.
—Que no te puedes resistir a mí —susurró Harry en el oído de Hermione mientras cogía fuertemente sus nalgas, atrayéndola contra su cuerpo para que notara la evidencia de su excitación.
—Eso... es... mentira —contestó entrecortadamente mientras Harry lamía su cuello.
—¿Eso es un reto, ricitos? —preguntó burlonamente empujándola contra la pared y comenzando a acariciar sus senos por encima de la camiseta.
—Sí —contestó Hermione al sentir cómo su mano se introducía en el escote de su camiseta y excitaba sus pezones con expertas caricias—. ¡No! —rechazó Hermione cuando su mano abandonó sus caricias dejándola con ganas de restregarse contra su cuerpo.
—A ver si te aclaras, ricitos —rió Harry sin dejar de acariciar su cuerpo —. ¿Sabes? Hay un punto en esa lista que me tiene un poco confundido, ¿cómo sabes que no te gusta lo salvaje si nunca lo has probado? —señaló Harry mientras desabrochaba los pantalones de Hermione e introducía una mano por sus braguitas hasta acariciar sus húmedos rizos oscuros, haciéndola gemir y estremecerse contra su mano—. ¿Lo probamos, ricitos? ¿Lo hacemos en plan salvaje contra la pared? —apremió Harry mientras introducía uno de sus dedos en su interior.
—Sí —gimió Hermione llena de placer alzándose contra su mano.
—Recuerda que tú me lo has pedido, ricitos —manifestó Harry sacando su mano de entre sus piernas y devorando todo su cuerpo con sus ojos ávidos de deseo.
—¿Que te he pedido qué...? —preguntó Hermione confusa apoyándose contra la pared.
—Esto —declaró Harry dándole la vuelta con violencia y haciendo que apoyara las manos en la pared, mientras sacaba del confinamiento de la camiseta uno de sus senos y jugaba violentamente con su pezón.
La desprendió rápidamente de sus pantalones, dejándola sólo con sus braguitas. Hermione sintió como él besaba su nuca, haciéndola estremecer. Una de sus manos acarició sus húmedas braguitas, arrancándole gemidos de gozo.
Cuando él interrumpió la tortura que aplicaba a uno de sus senos, oyó cómo la cremallera de los pantalones de Harry se bajaba, y como su ropa interior se rasgaba y quedaba desnuda y expuesta ante él.
Sintió su miembro contra sus nalgas desnudas, moviéndose una y otra vez, humedeciendo cada vez más su mojada entrepierna. Sus manos arañaron fuertemente la pared con desesperación, mientras restregaba su cuerpo ávido de deseo contra su erecto miembro buscando la liberación.
Él la apartó rudamente de la pared y la hizo apoyarse contra el respaldo del viejo y polvoriento sofá, dejándola más expuesta. Hermione agarró fuerte las sábanas que cubrían el sofá entre sus manos cuando Harry la inclinó un poco más y, de una rápida embestida, la penetró por detrás sin dejar de acariciar su clítoris.
Ella sollozaba de placer mientras se movía desesperada contra su pene pidiendo más, cuando de repente Harry dejó de moverse y las caricias cesaron.
Hermione protestó moviéndose, haciéndolo salir y entrar lentamente en ella.
—¡Para! —gruñó Harry mientras la advertía—. Alguien ha tocado a la puerta.
Hermione intentó incorporarse para comenzar a vestirse, pero Harry no la dejó; empujó su cuerpo nuevamente a la posición anterior y siguió firmemente hundido en ella.
—¿Quién es? —preguntó Harry al inoportuno visitante en voz alta.
—Soy yo, Justin, ¿mi hermana está contigo? —preguntó preocupado.
—Sí, está aquí —contestó Harry con una malévola sonrisa en los labios mientras volvía a moverse dentro de ella y reanudaba las caricias en su sensible clítoris.
Hermione mordió uno de sus puños para que su querido hermano no descubriera lo que estaba haciendo.
—¿Y qué se supone que está haciendo a solas contigo?
—Ayudándome a quitar el polvo —rió divertido mientras la penetraba con más fuerza— ¡Y no sabes la que está liando! —Acarició con más ímpetu su zona más sensible, haciéndola ahogar sus gritos de placer.
—Bueno, ¿me dejas entrar sí o no? —preguntó Jus decidido a dejar de hablar con una puerta.
—Lo haría encantado, pero en estos momentos hay una pila de maderos apoyados contra la puerta y no puedes pasar. ¿Verdad, Hermione? —preguntó Harry saliendo lentamente y volviendo a entrar con una rápida estocada.
—¡Sí! —exclamó Hermione entrecortadamente, ahogando uno de sus gritos, muy próxima ya al orgasmo.
—Tu hermana ha decidido quedarse estas vacaciones en mi casa para ayudarme a limpiarla. Después de todo me lo debe por la broma pesada del hospital. ¿Verdad, Hermione? —preguntó nuevamente Harry que, sabiéndola próxima al orgasmo, dejó de moverse.
Hermione le dirigió una mirada furiosa por encima del hombro. Harry le mantuvo la mirada retándola a negarse y recordándole con una suave estocada el placer que podía darle.
Ella cerró los ojos, gimió frustrada con el cuerpo en tensión y lleno de deseo.
—Sí, me quedaré con este energúmeno —gritó finalmente enfurecida, recibiendo como castigo una fuerte embestida que hizo que sus rodillas temblorosas se doblaran, seguida de unas potentes y arrolladoras penetraciones que le hicieron tener un orgasmo demoledor, mientras se convulsionaba contra su duro miembro y mordía fuertemente el mugriento sofá para no gritar.
Saciada aunque con Harry aún dentro de ella próximo al orgasmo, gritó a su hermano irritada por todo lo ocurrido.
—¡Creo que la puerta trasera está abierta, Justin!
Harry salió de su interior a toda prisa con una gran erección insatisfecha y de muy mal humor. Mientras intentaba abrocharse los pantalones y Hermione se vestía, su mirada se dirigía hacia ella una y otra vez reclamando venganza.
Cuando los pasos de Justin irrumpieron en la estancia, los dos estaban más o menos presentables.
—¡Hermione, estás llena de polvo por todos lados! Creí que sólo venías a hacer una visita, no a ponerte a hacer trabajos forzados.
—Harry, que es un hombre muy convincente, me ha propuesto que lo ayudara, y yo, que soy un alma caritativa, he aceptado. Pero creo que necesitará que también ustedes nos den una mano. ¿Por qué no nos quedamos los cuatro aquí, en la vieja casa, como cuando éramos niños?
—¡Sí, ésa es una buena idea! —exclamó Justin convencido—. Además, papá no te dejaría quedarte con un hombre a solas, ni aunque fuera el vecino. ¿Voy a casa a por las cosas y tú te quedas limpiando un poco?
—No, tengo muchas cosas que recoger —respondió Hermione—. Mejor voy contigo.
Cuando pasó al lado de Harry, éste la cogió del brazo y le susurró al oído:
—No creas que con la presencia de tus hermanos vas a librarte de mí tan fácilmente.
—No, pero te será mucho más difícil quedarte a solas conmigo —murmuró Hermione deleitándose en su victoria.
Minutos después de que Hermione corriera hacia su coche, Justin entró con una bolsa de hielo.
—Toma, Hermione me ha comentado que tienes una zona hinchada. Si la hinchazón no baja, deberías ir al médico —comentó Justin preocupado por su rodilla.
—No te preocupes, bajará —repuso Harry decidido mientras miraba perversamente hacia el coche de Hermione y ponía hielo en su rodilla simulando que ésa era la «zona hinchada» que más le dolía.

El Salvaje y RicitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora