Ya era de noche y no podía dormir. Anteriormente había dicho que darle vueltas al beso no me traería nada bueno y era cierto, porque me había llevado la contraria a mí misma y lo había hecho. Ahora tenía la cabeza hecha un lío, era bastante tarde y no podía pegar el ojo.
Normalmente el sonido que hacen las gotas al caer cuando llueve siempre logra relajarme (es como la canción de cuna de para mi yo adolescente), pero esta vez no lo habían conseguido. Hoy llovía tan fuerte que causó que la cuidad entera (o es lo creo) quedara sin energía. No le temía a la oscuridad, pero los malditos rayos y truenos que caían ya me han sacado uno que otro grito solo que estaba algo distraída y me sorprendían.
Hacía dos horas que habíamos cenado; pero pensar tanto me había dado hambre, así que bajé a la cocina, no sin antes tropezarme cientos de veces porque no llevaba nada para iluminar. No teníamos velas ya que al parecer, mi madre supone que podría iniciar algún incendio y mi móvil está totalmente muerto.
Cuando creí llegar a la cocina, empecé a buscar el refrigerado y el galletero con mis manos. Abrí el refrigerador, saqué la leche, la serví en un vaso y la devolví a su lugar y luego encontré el galletero. Lo sé, muy infantil; pero me gusta.
Mientras saboreaba lo que en este momento era la combinación perfecta para mí, escuché que algo o alguien se golpeaba contra un mueble en la sala e inmediatamente todos mis sentidos se pusieron en alerta.
¿Qué tal si era un monstruo que quería comerme o un asesino que se había aprovechado de la situación para escabullirse en la casa?
Tal vez la segunda opción era más creíble; pero yo no estaba lista para morir aún. Así que rápidamente y como pude, ya que el pánico se apoderó de cada parte de mi cuerpo, busqué algo para defenderme de lo que sea que estuviese en la sala. Y como si el mundo después de diecisiete años hubiese decidido ponerse de mi lado, encontré una sartén, la tomé y caminé hacia donde seguían formándose los choques. Cuando creí tener al supuesto asesino frente a mí, apreté el mango de la sartén con todas mis fuerzas y lo golpeé.
Lo escuché quejarse y posteriormente, caer al suelo.
¡Lo hice! Ahí lo tienes asesino, no te metas con esta chica nunca más.
¡No te quedes ahí! Si se levanta te matará ¡Haz algo por el amor de Dios!
Mi conciencia tenía razón, debía hacer algo; pero ¿qué? Ni siquiera sabía si había matado a esa persona, si seguía en el suelo o si se encontraba detrás de mí y solo sería cuestión de segundos antes de pasar a mejor vida. Está bien, tal vez debería dejar de ver tantas películas.
Sacudí mi cabeza e hice lo que creí más sensato en estas circunstancias.
- ¿Quién eres? -Dije mientras seguía apuntando con la sartén como si fuese una espada, a la nada.
¿¡Eso es sensatez!? Te mataría pero somos la misma persona y seria suicidio.
¡Cállate! Además, si morimos, nuestra alma descansará sabiendo quién fue el causante de esto.
- ¿Jessica? -Siguió quejándose. Esperen... Esa voz... ¡Sí! Tiene que ser él.
- ¿Jackson? -Bajé mi arma y fruncí las cejas.
- ¡Por supuesto que soy yo! ¡¿Quién creías que era?! ¡¿Un violador?!
Parece que al activarse mi modo ninja, olvidé el pequeño detalle de que no vivo sola.
- ¡Claro que no! Pensé que era un asesino. -Crucé los brazos y lo escuché bufar.- Y... Lo siento ¿Estás bien? -Me arrodillé para buscarlo con mis manos y me senté junto a él.
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Lo Prohibido
Teen FictionA veces, el amor verdadero, se encuentra en donde menos piensas. Personas que conociste por casualidad, tu mejor amigo, y hasta tu hermanastro.