1. Prólogo

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Lena

Me disponía a ir a visitar a la que había sido mi mejor amiga desde que la había salvado de morir ahogada cuando yo apenas tenía ocho años. Y es que, al parecer, no es algo habitual enseñar a nadar a la futura reina. 

Me acompañaba mi guardián, escoltándome desde mis tierras hasta llegar al castillo. Abrió el coche tirado por los caballos, y me ayudó a bajar tomando mi mano.

-Gracias, James- le dije sonriéndole-.

James pertenecía a la clase caballeresca, y por lo tanto, era noble y digno de casarse con una duquesa. Y ya había manifestado ese deseo de casarse conmigo. En una semana cumpliría los veintitrés años, y mis padres accederían a conceder mi mano a aquel hombre que ganara el torneo que organizarían. Llevaba un par de años deseando que llegara ese momento, pero era tradición en las duquesas esperar a esa edad, para que fueran instruidas en todas las artes.

Era un caballero en todos los aspectos, pues jamás había querido pasar más allá de los besos, por miedo a la posibilidad de no ser él quien ganara el torneo y que mi marido me rechazara por no ser lo que mis padres prometían.

-Estáis preciosa, milady- me dijo antes de dejarme dentro de la seguridad del castillo y quedarse a esperar a la puerta-.

No era cierto. Ni siquiera me había arreglado. Pero siempre recibía halagos por su parte, cosa que me agradaba sobremanera, pues no estaba acostumbrada a ellos. En mi casa, mi hermano Lex siempre había sido el favorito.

Me recibieron con cordialidad y me mandaron al salón a esperar a mi amiga. Un par de minutos después, Ruby apareció corriendo para abrazarme, como siempre hacía. 

-¡Tía Len!- gritó emocionada-.

Era una niña atlética, vivaracha y risueña. Su pelo castaño caía sobre los hombros, como el de su madre. Y sus preciosos ojos pardos también eran heredados de ella.

-Cincuenta y siete por cinco- le dije, probándola como de costumbre-.

-Emmmm- contestó pensando- Doscientos... ¡ochenta y cinco!

-Eres una niña muy inteligente, Ruby.

Sonrió y volvió a abrazarme, para irse corriendo. Fue cuando vi a Alexandra detrás, mirándome con orgullo. Era una mujer caballero, cosa que no abundaba. Entrenó duro y salvó al reino luchando contra invasores, así que la reina le otorgó el título. Iba enfundada en su armadura y llevaba su pelo rojo más corto de un lado que del otro. Jamás había visto nada igual. Era peculiar, sin duda. La consideraba amiga mía, aunque siempre habíamos mantenido la formalidad en nuestra relación.

-Os admira- me dijo entonces- Tiene ocho años y todo el mundo le dice lo preciosa que es, como si sólo importara eso. Que los hombres se pelearán por ella, le dicen... Pero vos halagáis su inteligencia siempre, la ponéis a prueba, haciéndola sentir bien.

-Es preciosa, pero, por encima de eso, es una niña despierta, hábil y creativa. Además, ha salido a su madre en cuanto a inteligencia. Ambas sobresalen por encima de la media.

-Me recuerda a su madre en todos los sentidos.

-Sí, la belleza también acompaña a la reina.

Alexandra miró hacia otro lado y la vi sonrojarse, sin entender muy bien por qué. Detrás de nosotras apareció Sam, con una sonrisa tan preciosa como la de su hija. 

-Majestad- hice una reverencia-.

-Deja de hacer eso, ya te lo dije mil veces. 

-Perdona, Sam- reí- Me gusta burlarme.

La diferencia entre tú y yo (SUPERCORP +AGENTREIGN) TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora