Capítulo XII: Un día para Amy

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A través del escaparate de aquella pequeña tienda de ropa, Amy podía ver el pueblo de la gloria nevada en todo en su esplendor. Disfrutaba con la imagen de los coches cubiertos de nieve y los niños que corrían de un lado para otro, sin importarles el frío que hiciera. Le recordaron a los trillizos Záitsen e inevitablemente en su rostro se dibujó una sonrisa. Tenía muchas ganas de que Nelkhael cumpliera su promesa y llevase a los niños a casa de los Doyle a visitarla. Le habían parecido tan dulces que no podía evitar querer su compañía. Además, aun se sentía fascinada ante el hecho de que fuesen iguales.

Conocer a los Záitsen había despertado dos grandes sentimientos en ella. Una inmensa calidez, al encontrarse en el seno de una familia tan unida, y una extraña sensación de nostalgia. No podía evitar preguntarse si ahí fuera habría alguien que la estuviese buscando, y si no era así, ¿qué habría pasado con sus padres? ¿Acaso no les importaba su hija? O quizá simplemente no tenía familia ¿Sería huérfana? ¿La habrían abandonado? ¿Seguirían ellos vivos? Todas esas preguntas esas preguntas rondaban en su cabeza, atenazando la angustia en su corazón sin que ella pudiese evitarlo.

Todavía con la mirada perdida, a través del escaparate vio cómo Judd se adentraba en el pequeño restaurante de la acera de enfrente. Inmediatamente su estómago gruño pidiendo que le hiciera compañía. Se mordió el labio inferior durante un instante y se volvió para encontrarse con James y Ciro, quienes continuaban discutiendo sobre si debían comprar un jersey o no.

-No puedes comprarle eso, morirá de frío si se lo pone- dijo Ciro un poco exaltado.

-¡Por el amor de todos los santos, Ciro! Si por ti fuera, Amy llevaría tantas capas de ropa puesta que una de dos: O muere de asfixia, o tendría que aceptar el hecho de no poder volver a moverse jamás- Exasperado, James seguía intentando persuadir a su sobrino.

Amy se sorprendió ante el razonamiento de ambos, y comprendió que ninguno de ellos se había dado cuenta todavía, de que Judd se había marchado siguiendo los dictados de su estómago. La escena le pareció cómica, ella se había preocupado en un principio, pero ellos llevaban así toda la mañana y Judd le había asegurado que era algo muy común en ellos, por lo que no había por qué darle importancia.

Era la segunda tienda que visitaban, claro que tampoco había muchas más, pero eso a ella no le importaba. La verdad era que no le gustaba que tuvieran que molestarse en comprarle ropa, pero James y Ciro se habían mostrado implacables con el tema, y Amy debía admitir que se sentía feliz de tener ropa propia al fin. Le encantaban sus nuevas botas negras, que le concedían algo más de altura. Los vaqueros claros que llevaba puestos se ceñían a su figura y el suave jersey blanco de lana le quedaba un poco holgado, pero le sentaba bien. Amy todavía no podía creer que fueran suyos y se preguntaba cómo podría llegar a  compensarles algún día todo lo que hacían por ella.

Cogió su negro abrigo nuevo, y decidió que por una vez podría intervenir en su discusión, ya que la expresión indignada de Ciro le decía que podía llegar a ser muy extensa, y Amy tenía demasiada hambre como para esperar a que acabasen. Buscó entre el montón de ropa que le habían hecho probar la que le gustaba, tal y cómo había hecho en la tienda anterior  y se colocó en medio de ambos.

-Ya he escogido la ropa que me voy a llevar- dijo dedicándoles una muy amplia sonrisa al ver sus expresiones de desconcierto, pero pronto se recuperaron y se dirigieron hacia el mostrador sin añadir ni una sola palabra más.

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