Capítulo XI: Fiebre

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        Pedalearon el uno junto al otro, como siempre, primero hacia la entrada del pueblo, y luego en sentido contrario, rodeando por completo la estructura de Glorysneg y saliendo de sus garras de gloria nevada para adentrarse en el desnudo manto de la estepa. El cielo perlado se fundía en una casi invisible línea del horizonte con la blanca nieve que ante ellos todo cubría, pero sólo ocurrió hasta que las oscuras aguas fueron visibles. La nieve era más fina cuanto más se acercaban a las aguas del fiero mar de Kara, y era sustituida por dura tierra mojada, marcada ahora por las huellas de los dos jóvenes y sus bicicletas. Habían tardado toda la mañana en llegar allí, pero sólo la visión del mar y el rugir de sus tripas sirvieron para interrumpir su constante conversación. A pesar de su nueva situación amorosa, Nika y Vladimir seguían siendo amigos por encima de todo, y como cada semana, habían sacado las bicis del garaje para pasear y estar un rato lejos de todo.

Sin embargo, aquella era la primera vez que no se limitarían a montar y pedalear. Como Vlad había sugerido, comerían en la playa –que más que playa parecía un congelador- como si de un picnic se tratase. 

Dejaron las bicicletas sobre la gruesa arena y se acomodaron en la manta de picnic que el muchacho había traído, aun sabiendo que su madre le mataría si se llenaba de tierra. Ella se había levantado antes del amanecer para preparar una suculenta comida, y el sólo imaginarse a Nika en la cocina, cocinando para él, hizo que Vlad sonriese tontamente mientras la morena lo extendía todo sobre el mantel. Por alguna razón, a simple vista nadie podía ver lo dulce que llegaba a ser Nika cuando quería a alguien de verdad, pero hasta él se sorprendió con aquello. Tuvo que pestañear varias veces ante el festín.

-¿Qué es todo esto, Nika?

-Pues ensalada Olivié* , sopa Schi de col, pelmeni, pan negro, té y priánik–Contestó con una gran sonrisa según señalaba cada tartera.

-No me refería a eso –Le devolvió el gesto-, sino a por qué te has esforzado tanto si sabes que yo con un sándwich soy feliz.

-Pues porque –Se sonrojó, tragó saliva y sacudió la cabeza-… Da igual, no tiene importancia.

-Te has sonrojado, quiero saber lo que es –La atrajo hacia sí tirando de sus brazos.

-No, Vlad…

-¿Ah, no? –Comenzó a hacerle cosquillas en el abdomen hasta que la derribó y se dejó caer suavemente sobre ella. Las risas se silenciaron, y Nika, todavía más colorada, desvió la mirada de los profundos ojos azules de Vladimir antes de contestar.

-Para mí esto es mi primera cita, y me importa mucho.

El rubio tomó su barbilla con delicadeza y besó sus labios dulcemente, haciendo que el frío siberiano restallase contra el calor de sus cuerpos. No quería separarse de ella todavía, pero si no lo hacía la situación se volvería incómoda. Se incorporó y tiró de su chica para ayudarla.

Sus ojos plateados expresaban confusión cuando se separaron. ¿Por qué se estaba reprimiendo Vladimir? Claro que aquello le venía de perlas teniendo en cuenta el trato que había hecho con Sergei, pero… Ella también sentía curiosidad y deseos por él. Parpadeó y comenzaron a servirse la comida en un incómodo silencio. 

En un determinado momento en medio del sepulcral mutis, sus manos se encontraron a la hora de tomar una segunda taza de té. Sus ojos ardieron en preguntas que debían realizar, pero se limitaron a esbozar una tímida sonrisa de consuelo.

-Siento haber sido tan brusco antes –Se disculpó él sin borrar la sonrisa.

-¿Brusco? 

-Escucha, Nika, tú me importas de veras… No quiero dar ni un solo paso en falso contigo.

Tinieblas NevadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora