Capítulo XXVII: El asfixiante lazo de la serpiente

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La plaza quedaba tan atrás que no podía verla, pero en su mente persistía aquella Amy fuerte y orgullosa que se mantenía firme ante la persona que había roto todo cuanto era. Tragó saliva, saboreando la culpabilidad, y echó un vistazo a su derecha: Dimitri caminaba elegantemente, con esa sonrisa que empezaba a detestar, y canturreaba una canción que ella desconocía.

- Deja de hacer eso.

- ¿Qué? – Reaccionó, acercándose a ella, divertido.

- Sonreír como si todo fuese maravilloso.

- Todo es maravilloso – Alegó.- Me gustan los días de nieve, y tengo buena compañía…

- ¡Dimitri! – Se detuvo bruscamente.- ¿Te das cuenta de la situación que has provocado entre esos dos?

Dimitri guardó silencio, y su sonrisa se borró. Entonces, alargó el brazo, agarró la muñeca de la morena y la atrajo hacia sí. Sus brazos la rodearon, estrechándola, envolviéndola en ese calor que sólo existía en sus ojos.

- Claro que soy consciente, esos dos necesitaban hablar, y por mucho que quieras protegerlos lo necesitan –Se pasó una despreocupada mano por el pelo, suspirando. -. Mira, no sé qué les ha pasado, ni tengo interés en ello, pero tú no puedes protegerlos de todo, no eres su madre.

- ¡Están heridos! – Chilló, apartándolo de un empujón.- ¡Están heridos y yo no puedo hacer nada! ¡Lo mínimo es que intente cuidar de ellos!

- ¿Y quién está cuidando de ti, Nika? ¿Quién? – La nieve comenzó a cesar, pero entre ellos se iniciaba una tormenta. Él la sujetó con fuerza por los hombros y la mantuvo cerca a pesar de sus forcejeos.- Dime, ¿cuántas veces has pensado en ti desde que ese chico murió? ¿Cuántos días has dedicado a cuidarte, a distraerte o a seguir adelante?

- No hables de él así – Protestó, entrecerrando los ojos a modo de amenaza.

-¿Así cómo? Está muerto, Nika. No es justo, ni fácil de asimilar, pero es la realidad.

- No… Cállate… - Cerró los ojos.- No lo entiendes, no sabes lo que siento.

- ¡Claro que lo sé! – La sacudió y volvió a abrazarla con fuerza.- Lo querías de verdad, fue… tu primer amor. Pero no puedes perderte a ti misma, y no puedes refugiarte en los problemas de los demás para evitar pensar en tus miedos y en tu dolor. No huyas de ti misma, o verás al verdadero demonio que hay en ti.

Un profundo sollozo alertó a Dimitri de que había ganado aquella discusión. Acarició sus cabellos y besó su coronilla, buscando tranquilizarla, y sin dejar de abrazarla la condujo al callejón más próximo, para evitar las miradas de los vecinos. La sintió tan frágil y vulnerable que deseó, por una milésima de segundo, no haber dicho nada. Pero no soportaba verla así, esquivando los problemas y negándose a sí misma todo lo que sentía.

- Si no les protejo… si no cuido de mi familia, de mis amigos… No hay nada que yo pueda hacer, y mi vida dejará de tener sentido porque nadie me necesita. Si toda la gente a la que quiero separa su camino del mío… olvidaré a dónde voy… porque no voy a ninguna parte…

- No es verdad, Nika, no es cierto. Tú eres Nika Kirchev, la única dueña de tu camino. La única persona por la que sigo en este maldito pueblo.

- Dimitri – Se apartó de él sin tanta brusquedad, apenas unos centímetros, su rostro empapado en lágrimas estaba enrojecido y crispado, como el de un niño disgustado  o el de una madre desconsolada.-, ¿cómo lo haces? ¿Por qué me conoces tan bien, por qué siempre apareces cuando te necesito? ¿Por qué descifras mi vida como si fuese un enigma sencillo?

Sus ojos se mantuvieron, titilantes, en el mismo nivel de comprensión. Sabían que entre ambos existían muchas más preguntas que respuestas, muchas más dudas que datos sólidos, pero allí, en aquel estrecho callejón, no importaba demasiado. Nika tiró de las solapas de su abrigo y esperó, tan cerca de su rostro como pudo. Las yemas de sus dedos perfilaron la mandíbula de la chica, palparon sus mejillas y colocaron un mechón de su cabello tras la pequeña y perfecta oreja a la que se acercó para susurrar:

Tinieblas NevadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora