Kapitel 2: øjne (ojos)

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Flor siempre fue una chica dulce, tierna, sincera y llena de luz.

Flor siempre fue soñadora, emprendedora, vivaz y competitiva.

Pero lo que flor no era, era ser... ¿Feliz? A veces dudaba del significado de esa palabra.

Toda la vida siendo señalada por su condición.

Toda la vida siendo criticada por sus circunstancias.

Toda la vida siendo la burla por sus pesares.

Toda la vida siendo tan ¿observada?

La mirada del otro le pesaba mucho a Florencia, bueno, más bien todavía le pesa, pero en terapia está trabajando en eso y los ejercicios de relajación que le enseñaron hace unas semanas estaban surtiendo efecto.

Incluso ahora mismo los ponía en práctica.

En terapia le hicieron entender la importancia de tomarse un tiempo para sí, de tomarse un tiempo para estar sola, para buscarse y encontrarse; para así poder hallar y hacer propio su eje, su equilibrio.

Recostada en el pasto y bajo la sombra de aquél árbol, que había sido testigo de su primer beso, cuya única prueba de eso eran las letras D y F marcadas en su tronco, Florencia cerró sus ojos y suspiró tratando de encontrar el eje, hasta que una chica a lo lejos interrumpe sus pensamientos:

—¿Por qué?—y a Flor el corazón le dio un vuelco— ¿Por qué siempre me enamoro de la persona equivocada?— esa voz era de un ángel, dulce pero fuerte, rasposa pero melodiosa... La voz de ella...

—Aaahhh nooooo, ¡Ahora vos no!— Y ahí fue cuando Flor supo que su ejercicio ya no podría cumplir su cometido, aunque ya se le hacía tiempo de volver a la floristería, así que no le quedaba de otra que arrancar.

Abrió los ojos, luego los volvió a cerrar mientras daba un largo bostezo y se desperezaba con sus brazos extendidos..

—¡Aggh!— y escupió una bola de papel que se le coló por sorpresa a la boca —¡Concha de la lora puta!¡Mjhh!— Ya se le había hecho presente su tourette ¿Cuándo podría tener una tarde tranquila sin putear?¿Cuándo iba a poder a ponerse a pensar en cosas triviales y no en que tiene que calmarse? ¿Cuándo?

Y como un torbellino se puso en pie.

Como un ciclón tomó la bola de papel y su bolso.

Y se dirigió como un huracán a la única persona que la acompañaba en ese solitario parque: la colorada del banco; sin dedicarse a meditar las posibles consecuencias y siguiendo a ciegas a su enojo...

—¡¿Pero qué te pensás que sos?!— le decía mientras se acercaba a sus espaldas—¡El parque es de todos!¡Mjhhh!¡No se puede andar tirando basura sólo porque sí!¡Casi me ahogo! ¡Raba desconsiderada ah!—y el repertorio de reproches iba en aumento hasta que por fin la alcanzó.

La otra chica se dio media vuelta para enfrentarla —Perdón, ni me fijé que estabas ahí—se disculpó la pelirroja, mientras se giraba a verla—Pero es que...— y sus ojos se cruzaron con los de ella.

Esos ojos, sus ojos, verdes cristalinos, le atravesaron el alma, se la arrancaron y se la dieron de vuelta, todo en ese instante.

Sintió una electricidad que le recorrió el cuerpo, la cabeza y el corazón.

Nunca nadie la había mirado así.

No sabía cómo descifrar esa mirada, no era sorpresa, no era enojo, tampoco era desprecio o desaprobación (que eran a las que más acostumbrada estaba), pero esa chica pelirroja de ojos verdes, tan verdes, la miraba como nadie... Pero tampoco decía nada... ¿Por qué no hablaba?

Y eso a Flor la ponía nerviosa.

¡Mjhhh! ¡Ña!—decía cuando se golpeó el pecho la primera vez— ¡Ña!—se golpeó por segunda vez, más fuerte y la otra chica la seguía mirando— ¡Ñaaa!— y apretó los ojos con fuerza, esperando el siguiente golpe en su pecho, pero no pasó.

En su lugar, un par de manos cálidas le detuvieron su puño, esa suave y tersa piel, si bien estaba tibia, a Flor le quemaba como el mismo fuego.

—Shhh, tranquila, perdón ¿Sí? Tranquila—decía la chica del banco mientras le acariciaba tiernamente el rostro a lo que ella continuaba con los ojos cerrados.

¡Mjhhh!— y por fin abrió sus ojos—Es que me puse nerviosa—se disculpó—Me incomodan los silencios, y...— sus ojos se posaron en los verdes de la otra y luego a su mano que le seguía dando leves caricias a su mejilla, no con ninguna intención aparente, sino para escapar de esos infames ojos verdes que le robaban el aliento, pero la pelirroja no lo interpretó de esa manera y rápidamente retiró su mano.

—¡Uia!¡Perdón! Es que yo también me puse nerviosa— se disculpó la colorada —¿Estás bien?

—Sí sí, estoy bien, gracias; pero no deberías tirar basura en el parque, está prohibido— y sin más, le regaló una amplia sonrisa (no pudo evitarlo, le salió así, natural), le devolvió la bola de papel con la que casi se atraganta y se dio media vuelta para irse, para huir y no salir más lastimada de lo que ya lo estaba a causa de ella.

Si bien el cuerpo de Flor ya se encontraba muy lejos de ese parque, su corazón quedó preso de esos ojos, sus ojos que definitivamente no eran de este mundo.

BlomsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora