Estaban ellas dos, en su mundo, su universo.
Nada más importaba ya.
Flor por un segundo se había olvidado de sus tics, su celular, el hospital.
Jaz se había olvidado de su labor de clown, su frustración, su tristeza.
Ambas estaban presas de los ojos de la otra.
Un aura mágica e impenetrable las rodeaba, nadie se atrevía a romperla, ni las hermanas que miraban con asombro la interacción de ambas chicas y cómo alguien que no era de la familia era capaz de calmar a Flor, ni mucho menos Rebecca, la amiga incondicional, la cual miraba con orgullo cómo su amiga se convertía en toda una mujercita enamorada, y que la llenaba de amor; porque eso era lo que se veían en esos ojos verdes: amor.
Sus sonrisas, que adornaban sus rostros, hacían competencia a ver cuál era más amplia.
A Flor se le formaban sus hoyuelitos al sonreír, sólo pasaba cuando sonreía de verdad.
A Jaz los ojitos se le achinaron, lo que le hacía ver más dulce, y sólo pasaba cuando también sonreía de verdad.
Ninguna supo cuánto tiempo pasó que quedaron así, una enfrente de la otra, sosteniéndose la mirada, mientras una repartía suaves caricias en el rostro de la otra.
-No sabía que estabas acá
-Yo tampoco
-¿Qué hacés acá?
-Soy payasa de hospital, y vengo a hacer sentir un poco mejor a pacientes y familiares
-Ah... Está re bueno eso
-Sí...¿Vos?¿Qué hacés acá Flor?
-Bueno yo...- Pero fue interrumpida por la llegada de Miranda a la cafetería, junto a la payasa Carcajada que le hacía un sinfín de monerías para hacerla reír, su maquillaje y su característica nariz de payaso, hizo palidecer a una sorprendida Carla que salió de su trance:
-¡Aaaaaahhhhhh!
***
Leonor, luego de pasar la mañana en la empresa, se dirigió a ver a su marido.
No habían podido hablar de nada, los calmantes que le daban en aquella clínica privada, lo mántenían más horas dormido que despierto.
Necesitaba desahogarse con el pedido de su hija de irse a vivir sola, no podía dejarla ir así como así, ni tampoco la podía seguir reteniendo, ya estaba cerca de cumplir 25 años, y toda su adolescencia la pasó en la cama de un hospital; era lógico que quisiera la mayor libertad posible.
Pero la que no estaba preparada era ella.
Condujo su nissan blanco, sin rumbo aparente, no le gustaba ir con chofer, prefería manejar por su cuenta sin tener que dar indicaciones ni explicaciones, simplemente yendo a donde quería ir y parando a dónde quería parar.
Y entonces paró.
Otra vez estaba ahí, fernte a la florería "Francisca", juntando coraje para ver a su Flor. Los años le habían hecho muy bien y el hecho de que se sacara el rubio y dejara su melena negra natural era un detalle exquisito que no pasaba por alto a la mujer de 44 años.
Pero ¿Qué le iba a decir?¿Qué excusa le iba a inventar?
Hace años que Flor no era su paño de lágrimas, ni su pozo de desahogo, ni su sostén cuando más frágil se sentía. Ya no eran nada.
Pero era más fuerte que ella.
Bajó de su auto y se dirigió a ese local, que el día anterior había sido testigo de su encuentro, cuando ve a un señor muy extraño, vestido con harapos, oliendo muy mal, husmeando en el local.
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Blomster
RomanceFlozmin AU. Luego de años de estar en el exterior, Flor vuelve a Bs. As. a saldar cuentas pendientes con su pasado. Con lo que no contaba, era reencontrarse con un viejo amor: Leonor Fuentes, su exprofesora mientras estuvo radicada en Francia ni tam...