Capítulo I

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Sonó el despertador y como de costumbre, Tobías lo apagó sofocando un soplido de cansancio, eran las 7 de la mañana y no quería levantarse. Sin embargo, recordó que día era hoy, hoy era el último día de exámenes, hoy acababan los 4 años que se había pasado en la Universidad y empezaba una nueva etapa de su vida. La vida adulta.

Con ese pensamiento en la cabeza, Tobías, se fue al lavabo a ducharse, se miró al espejo mientras se rascaba el pelo. Esa maraña de pelo rubio le tapaba los ojos verdes, entreabiertos y sin muchas ganas de acabar de abrirse. Cuando salió de la ducha ya era otra cosa, una melena dorada peinada hacia atrás brillaba empapada en su cabeza, sonriendo y con los ojos bien abiertos se miró una vez más y salió hacia su habitación para vestirse. Miró el reloj, las 7:30, el examen no era hasta las 9 y vivía prácticamente a dos calles de la universidad, todavía tenía algo de tiempo. Encendió la radio y puso sus canciones favoritas de Extremoduro mientras se cambiaba y danzaba por la casa poniendo un poco de orden, y mientras bebía su café matutino, se puso a repasar.

Hoy, hoy era el último examen, hoy acababan 4 años de carrera, 4 años de lucha continua por mantener unas notas impecables sin desperdiciar un momento de su vida social, la verdad es que le había costado mucho esfuerzo, vivir solo, trabajar, tratar de no perder las amistades antiguas mientras conocía a la gente nueva de su clase y estudiar una Ingeniería. Habían sido 4 años muy intensos pero preciosos, con vivencias únicas y con gente estupenda.

Salió de casa y se fue andando hacía la Universidad, justo antes de llegar, como era costumbre se encontró con Raquel, la primera persona que había conocido al entrar.

Raquel era una chica bajita, con una melena negra corta y unos ojos azules más claros que el propio cielo en un día de verano. Siempre, lucía una bonita sonrisa, con dos hoyuelos muy pronunciados, que le hacían parecer una chica muy dulzona e inocente. Raquel y Tobías habían congeniado desde el primer día de clase, eran muy similares en cuanto a gustos y se podían pasar horas hablando, la cosa era que se había vuelto su mejor amiga.

- ¡Eh, Tob! No vayas tan rápido, que tengo las piernas cortas, ¿qué prisa tienes? – exclamaba Raquel mientras aceleraba el paso para alcanzarle.

- Hoy es el último día, quiero acabar ya. Vamos, corre paticorta – se burlaba Tobías.

En ese momento, mientras cruzaban la calle que separaba la parada de tranvía y el edificio gris que ellos llamaban facultad, Tobías vio de reojo un destello plateado. Se paró un segundo desconcertado, pero Raquel ya lo estaba empujando para que no le atropellase ningún coche.

- Ahora si que te paras, ¿qué quieres librarte del examen o qué? – le empezó a regañar burlonamente.

- Esto... eh.... Ah... lo siento, no me he dado ni cuenta – contestó desorientado Tobías.

- ¿Qué? – preguntó extrañada Raquel – bueno, tú no te distraigas, que ya hemos llegado y céntrate, por dios, que ya acabas.

A Raquel aun le quedaban un par de asignaturas para acabar, había decidido tomárselo con más calma y disfrutar un poco más de la vida universitaria.

Con ese desconcierto en la cabeza llegaron a la puerta del aula del examen, allí esperaba sentado su amigo Roberto, con la cabeza agachada, un montón de apuntes a su alrededor y tres latas de bebida energética a su alrededor. Parecía mucho más demacrado de lo que realmente era. Roberto no era un chico que llamara la atención especialmente, su pelo castaño siempre sin despeinar y sus gafas redondas que constantemente subía eran sus rasgos más descriptivos. Siempre llevaba un montón de apuntes pegados al brazo y Tobías lo apreciaba mucho por ello, por eso y porque se habían criado juntos, casi desde que nacieron. El chico, los vio y se levantó recogiendo sus apuntes.

La caída de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora