Capítulo III

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Tobías durmió profundamente hasta bien entrada la tarde, hacía tiempo que no dormía tan tranquilo y con tanta paz. Cuando abrió los ojos se encontraba solo en la cama con el ruido de la televisión de fondo. Se levantó y fue directo al salón, donde se encontraba Raquel viendo una serie, que le sonrió alegremente haciéndole un gesto para que se sentase a su lado en el sofá. Él, sin pensarlo dos veces, se sentó a su lado rodeándola con el brazo, después de coger un plátano para tener algo en el estómago.  

Tras un rato abrazados, Raquel se apartó y se quedó mirándolo fijamente, como tratando de adivinar que le pasaba por la cabeza a Tobías, fijandose en sus ojos verdes con una curiosidad imperiosa por conocer.
- ¿Quieres qué hablemos de todo esto? – preguntó Tobías con media sonrisa en la boca.

-¿Deberíamos? No sé, ¿tú qué piensas de todo lo que ha pasado?

-La verdad es que estoy muy confuso, todo el tema de los sueños, el ataque y lo real que parece, me tiene bastante… distraído… Pero lo que yo quería que hablásemos es de esto – dijo señalándose a él mismo y a Raquel – quería que hablásemos de nosotros. Desde hace cuatro años hemos sido íntimos amigos, tú has sabido todos mis líos y problemas y… yo quiero pensar que he sabido los tuyos. Y ahora, que haya pasado esto… No sé, Raquel, la verdad es que no he tenido mucho tiempo para pensar, ya sabes. Sin embargo, si que me gustas, me encanta pasar tiempo contigo, siempre me ha encantado eso, en la cama nos entendimos muy bien, las cosas como son – rio para quitarle tensión al momento – y, honestamente, creo que haríamos una pareja espectacular, mírate y mírame. De todas formas, no sé, me siento raro con todo lo que está pasando, pero no me gustaría perderte. No tengo claro a donde llevaría esto, si será un febril verano o puede ser algo más. Ten en cuenta que yo acabaré yéndome, ya sabes la oferta de Nueva Zelanda que recibí a principio del curso. Eres mi mejor amiga y ante todo no te quiero perder, pero me gustaría ver donde lleva esto que está surgiendo.

Después de aquel monólogo de Tobías, Raquel, totalmente sonrojada y con una sonrisa tímida en la boca se abalanzó sobre él y le besó. Un beso que erizó la piel. Único y apasionado. Y ella, aun abrazada a él lo tumbó en el sofá, se sentó encima suyo, impidiendo que se moviera, aunque él no pusiera mucha resistencia, y le dijo:

- Sí, vamos a intentarlo, Tobs, quiero hacerlo. Después de todo lo que ha pasado, yo si que he tenido tiempo para pensar. Y… verte tirado en aquella cama, sin moverte, sin hablar, sin poder hacer nada… tuve mucho miedo de perderte, ¿sabes? – se acurrucó sobre si misma, cogiendo fuerzas para continuar hablando - pero estás aquí, y sí, no sabemos donde puede llegar, has sido y serás mi mejor amigo, ¿y qué mejor que dos personas que se entienden tanto para empezar una historia juntos?

Raquel se recostó sobre el pecho de Tobías encima de él, éste la rodeo totalmente con sus enormes brazos y cerrando los ojos, le dio un beso con ternura en la delicada cabeza de ella. Y ahí se quedaron tumbados en el sofá, abrazados, con los ojos cerrados y disfrutando del momento que les había dado la vida. Ajenos a todo lo que se estaba mascando en el mundo. Ajenos a la realidad que se adivinaba por el horizonte de aquel verano de comienzos y finales.

Pasaron los días entre sábanas, amigos, alcohol y alguna que otra escapada. Todo en la vida de Tobías emanaba felicidad y calma. Como quién no quiere la cosa, llegó agosto. Raquel y Tobías, vivían prácticamente juntos, y Roberto les visitaba casi todos los días. La verdad era, que después del incidente del hospital, Roberto no se había separado mucho de ellos. Era un placer tenerlo y salir los tres juntos, pero a veces era excesivo el cuidado que tenía de su mejor amigo.

En casa estaban una mañana de sábado, el día libre de trabajo de ambos, cuando llamaron a la puerta. Era Roberto, y se le veía preocupado, pasó, se sentó en el sofá y le dio una carta a Tobías.
Esta mañana me han traído a casa esto, lo han pasado por debajo de mi puerta, mi madre me la ha dado por que pone tu nombre – dijo Roberto extrañado.

Era un sobre marrón, sin nada escrito más que “Tobías” en la parte trasera y un sello negro del gran árbol de la vida. Tobías y Raquel se miraron sorprendidos y éste prosiguió a abrir la carta. Una vez abierta, Tobías empezó a leerla en voz alta, mientras Raquel y Roberto le escuchaban con atención desde el sofá.

Querido Tobías,

Te escribo porque es la única forma en la que puedo comunicarme sin que interfiera nadie. Creo que es hora de que nos reunamos, el mundo está cambiando y sé que ahora mismo no querrás. Tras tantos años de desconocimiento, tras tantos años sin saber nada, ahora, de repente te reclamo, cuando más feliz estás, cuando has encontrado a una chica estupenda y has acabado tus estudios. Pero es totalmente necesario que por favor acudas a la dirección que te adjunto ese día y hora. Si vienes, trataré de responder todas las preguntas que tengas, pero por favor, ven, solo o acompañado de esa monada que tienes por novia, como quieras, pero ven.

Día: 7/Agosto/2020

Hora: 04:00h

Lugar: Plaza de la Reina, en la puerta del Micalet

Yo te reconoceré, y me acercaré a ti, tranquilo por eso.

Siento hacerte esto, y siento todos estos años.

Con cariño,

Papá.

Tobías se quedó blanco, paralizado, no sabía qué hacer, como actuar. Un calor intenso de rabia subió desde su pecho y las lágrimas hicieron aparición mojándole las mejillas. Nunca había conocido a su padre, desde que nació había estado solo. Había crecido en un orfanato hasta que al llegar su mayoría de edad consiguió reunir suficiente dinero para alquilar el piso en el que vivía y un trabajo fijo que le ayudaba a vivir. Toda su vida, había tenido que aprender él solo, sin un apoyo paternal que le ayudara o le enseñara que hacer o que no hacer. Y había aprendido a no hacerse preguntas acerca de sus padres desaparecidos, porque nadie respondía.

Raquel, se acercó a él, conocedora de los problemas de Tobías con el asunto del orfanato y el desconocimiento de sus padres. Le abrazó y él se hizo pequeño en sus brazos, un manojo de lágrimas y rabia, hundido en la pequeña Raquel.

-Iré – dijo incorporándose y limpiándose las lágrimas – no puedo quedarme con la duda de saber quién es esa persona. Y no puedo pasar mi vida sin saber porque me abandonó.

La caída de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora