Capítulo IV

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La noche era fría para ser Agosto, el cielo, cubierto totalmente de nubes y el aire que venía del mar helaba el cuerpo en una noche atípica veraniega Valenciana.

Eran casi las 4 de la mañana, las calles estaban desiertas, al ser un día entre semana, a pesar de ser Agosto, al día siguiente probablemente sería cuando la gente saliera y llenara las calles de Valencia.

Tobías y Raquel iban caminando por la plaza de la Virgen en dirección al Micalet, arropándose mutuamente apreciaban la belleza de una Valencia nocturna, silenciosa y vacía. No hablaban pues ambos sabían la tensión del momento, pero si que había una pregunta flotando en el ambiente: ¿Por qué a esta hora de la madrugada?

Conforme se acercaron al Micalet, vieron dos figuras en la puerta. Una de las sombras emanaba poder, era de gran envergadura y su presencia, aún sin ver su rostro imponía respeto. La otra figura, era más bien bajita, no llamaba la atención al lado de la imponente figura que se alzaba a a su lado. Hablaban entre ellos hasta que notaron la presencia de los chicos acercándose.

La figura más grande dio un paso al frente y quedó iluminado por la luz de una farola. Su rostro era viejo, con rasgos de guerra en su cara y el pelo totalmente blanco, acompañado de una frondosa barba. Era un hombre de gran tamaño, y como bien se adivinaba de lejos, tenía un aura de poder e ira a su alrededor. Sonreía a Tobías directamente, haciendo caso omiso de Raquel.

- Tobías, hijo mío, gracias por venir. - dijo el hombre acercándose un poco más

Tobias se quedó totalmente paralizado. Ese hombre era el mismo hombre que vio justo antes de despertar tras el accidente. ¿Cómo podía estar allí? ¿Quién era ese hombre? ¿Cómo había podido contactar con él?

Mil dudas asaltaron la mente de Tobías que colapsó y no pudo ni reaccionar.

- Tobías, tranquilo, es normal todo lo que estás pensando, es normal que no puedas reaccionar – dijo la persona que estaba en la sombra, con una voz extrañamente familiar – pero relájate, vamos, subamos arriba y hablemos todos. Hola, Raquel.

En ese momento salió a la luz la persona que había hablado, la pareja se quedó boquiabierta al ver salir a la figura que se mostraba justo enfrente suyo, al lado del hombre misterioso.

- ¿Qué? ¿Tú? ¿Cómo? – balbuceaba Raquel sin poder creerse todavía lo que sus ojos estaban viendo.

- Sí, soy yo, seguidnos, ahora os explicaré todo.

Subieron a lo más alto del Micalet transportados rápidamente. Una vez allí, tomaron asiento y mirando al cielo se dieron cuenta de que estaba lloviendo pero, aún estando al aire libre, no se mojaban. Todo era nuevo y muy extraño, Tobías trataba de calmarse para poder hablar. Al cabo de un tiempo de silencio, cogió aire y empezó a preguntar.

- La verdad, es que tengo varias preguntas, pero empecemos por lo que me perturba más, ¿qué haces tú aquí con este hombre y por qué no nos habías dicho nada?

En ese momento, Roberto se levantó del lado del hombre gris y sonrío. Era Roberto sí, pero tenía un aspecto diferente. Mantenía la cara de Roberto, sin embargo, sus facciones se habían vuelto más bonitas, sin gafas y totalmente erguido, su cuerpo era ancho y fornido, tan solo vestía unos pantalones vaqueros largos, dejando al aire su torso totalmente tatuado.

- Sí... bueno... - dijo Roberto, sonriendo vergonzosamente – todo empieza en el momento en el que naciste. Yo soy Hermes, el dios Griego, sí, existimos. Cuando naciste Zeus y tu padre, me encargaron cuidarte, Tobías, por el bien del mundo celestial. Me disfracé de bebé y he ido creciendo a tú lado, vigilando que ningún ser infernal pudiera acercarse a ti. Por eso nos conocemos desde que llegaste al orfanato, por eso nunca nos hemos separado y he tratado de cuidar de ti lo mejor que he podido. Aunque debo reconocer que, gracias a ti, este viejo dios se ha podido mantener en forma.

La caída de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora