Capítulo VII

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Tobías abrió los ojos, a su alrededor no se veía nada, únicamente el brillo de una antorcha hacía las veces de foco de luz. Miró directamente hacia ese brillo e intento levantarse. No podía moverse. Unas cadenas muy pesadas le atrapaban los pies y los brazos. Tobías gritó.

El humo de la antorcha empezó a hacerse denso, la luz del fuego tintineaba a punto de apagarse. Y la luz se apagó. Tan solo se apreciaba un humo gris que envolvía lentamente la habitación, Tobías empezó a toser cuando este se le colaba por los pulmones. De pronto, una risa maligna brotó del interior del humo y unos ojos amarillos como los de una serpiente se abrieron paso entre la densa capa que se formaba. Morrigan.

Con un movimiento de brazo, la diosa celta, dispersó la niebla formada por el humo y volvió a reírse una vez más mirando a Tobías.

- Querido mío – dijo la diosa acercándose a la boca de Tobías – siendo hijo de Baldr, ¿cómo es que no te mueves? ¿cómo es que empiezas a asfixiarte y a morir?

- Suéltame y dime donde estamos. ¿Para qué me quieres a mí? – dijo Tobías apartando la cara.

- ¿No te dije que algún día serías mío? – rio Morrigan, mientras le robaba un beso de los labios a Tobías – estas en "La perdición de los amantes", todo lo que ves a tu alrededor... oh... espera –

Con un salto, se despego de Tobías y chasqueando los dedos hacía arriba iluminó de golpe el lugar donde se encontraban. Tobías, se quedó boquiabierto, sin articular palabra. Dos grandes paredes se alzaban imponentes, con dibujos en ellas, contaban historias de muerte y violencia, historias de amantes desafortunados, historias de todo tipo donde la mala fortuna y el mal parecía cobrar vida. Hacia un lado, Tobías podía ver el final de esta especie de cueva o grieta, hacia el otro lado, con la luz se apreciaba una zona amplia.

- Veo que eres observador, sí, ahí nos vamos – sonrió Morrigan señalando la zona amplia – si te portas bien, luego te diré porque estamos aquí.

- No me moveré de aquí – dijo Tobías – no, hasta que me digas que quieres de mí.

- Eres valiente, pero la valentía no te servirá de nada si estas muerto, mi amor, así que pórtate bien, ¿quieres? – ordenó la diosa celta.

Lamiéndose los labios de forma juguetona y coqueta, le sonrió a Tobías y acercó su boca a la del muchacho. Le besó intensamente. Tobías intentó apartarse, pero era incapaz de moverse, notaba como la larga lengua de la diosa invadía su espacio, una cálida sensación invadió el cuerpo de Tobías y entonces, nada. Tobías cerró los ojos, incapaz de moverse, notando como todos sus sentidos se apagaban, lo único que podía sentir en ese momento era a Morrigan, hasta que de pronto la oscuridad volvió a él y no sintió nada.

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Raquel gritaba con rabia, Tobías había desaparecido. Había dejado que se fuera otra vez. Frustrada, ya era la segunda vez que su mejor amigo, que su pareja, que el chico que siempre había querido, se lo volvían a robar y ella no había sido capaz de ayudarle.

Por otro lado, Alexa, arrodillada junto al cuerpo inerte de Hermes lo agarraba sin poder reaccionar de otra forma. Los dos lobos que habían salido del orbe estaban sentados a su lado, impasibles. Los cuerpos de los dioses egipcios y las diosas griegas habían desaparecido.

Hnos estaba con Heimdall que había quedado inconsciente ante el brillo que había desplegado los lobos de Alexa. Esta, se levantó y fue directa a las muchachas.

- Chicas, debemos volver a la cabaña – dijo la valquiria en un tono serio desconocido para ella – tenemos que acostar a estos dos dioses y tratar de sanarlos.

- Pero... está muerto – dijo Alexa casi con total inexpresividad en su voz, sujetando a Hermes.

- ¿Y Tobías? ¿Qué vamos a hacer ahora? – susurró secándose las lágrimas, Raquel.

- Primero, hasta que su cuerpo no desaparezca, no estará del todo muerto, segundo, vamos a la cabaña, curemos a Heimdall y a Hermes y pensemos que podemos hacer.

Las muchachas acataron las ordenes de Hnos y cogieron los cuerpos de los dos dioses caídos en combate y los llevaron, con la ayuda de los lobos de Alexa, a la cabaña.

Dejaron los cuerpos inertes en sendas camas contiguas y Hnos se quedó analizando al detalle las heridas y la fatiga de sus compañeros. Raquel se encaminó a la habitación donde tenía guardados unos libros y se puso inmediatamente a leer totalmente ajena al resto del mundo. Alexa, por su parte, cogió el violín y se dirigió fuera de la cabaña. Al salir, los dos lobos la miraban con solemnidad y respeto. Ella los acarició y siguió caminando hacia el borde del acantilado. Y ahí, en medio del desastre de la batalla, desenfundó el violín y se puso a tocar una triste y melancólica sonata que inundó el aire de nostalgia y tristeza. Mientras, los dos lobos, se tumbaron a sus pies, protegiéndola y descansando mientras escuchaban esa melodía calmada.

El sol empezaba a asomar en aquel pequeño paraje y Alexa continuaba tocando cuando una mano se posó en su hombro con delicadeza. La muchacha se giró y vio a Hnos que le sonreía familiarmente.

- Hermes está curándose y Heimdall ya ha despertado, aunque necesita reposo. Le cegaste con tus hermosos lobos, tiene unos ojos muy sensibles – comentó con ternura Hnos.

- ¿En serio? – dijo con alivio la muchacha – Por cierto, Hnos, ¿quiénes son? ¿cómo los he traído? Son preciosos y... la verdad es que les tengo la sensación de quererlos con locura, aunque creo que no los he visto nunca.

- Son Sköll y Hati, los hijos de Fenrir, supongo que la historia de Fenrir la sabrás. Ellos, perseguían a la luna y al sol respectivamente, hasta que acabaron siendo somo los astros. Uno brillante como la luz del día y otro oscuro como la noche. Son grandes guardianes protectores, aunque muy difíciles de amansar y cuidar. Pero parece que tú no tendrás ese problema – sonrió la valquiria – ahora, son tus compañeros, supongo que ese orbe era lo que los contenía hasta que llegaste tú. Eso ya no lo sé. Cuando Heimdall despierte, hablaremos con él. Ven vamos dentro, tienes que comer y descansar, también.

Entraron en la pequeña casa y Raquel estaba sentada en la mesa, esperándolas sin parar de leer un pequeño libro desgastado con unas escrituras extrañas en la portada. No hablaba, no miraba a nadie, simplemente se dedicaba a leer, enfrascada y con el ceño fruncido. Sus manos se estaban tornando blancas como la nieve y un mechón blanco se había dibujado en su pelo. Sus ojos brillaban con más intensidad y toda ella emanaba un aura de poder creciente.

Hnos y Alexa, la miraron con preocupación. Y ambas decidieron pararla y obligarla a descansar. Una vez acabaron de desayunar, las tres mujeres se fueron a sus respectivas zonas de reposo, cada una enfrascada en sus pensamientos. La casa se quedó totalmente en silencio. Todos dormían y recuperaban fuerzas, los dos lobos guardaban la puerta de la cabaña firmes y serenos, el Sol ya había salido por completo y los vientos de cambio empezaron a hacer sonar su melodía. 

La caída de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora