Capítulo 10

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—Muéstrame. Necesito ver que lo que dices es cierto.

Las Nhaides tenían la habilidad de observar otros mundos a través del lago Morag. Utilizaban su magia para convertir el agua en un espejo, de ese modo se nutrían de conocimientos fuera de los límites de Ranaan. Sin embargo, aquella magia no había hecho más que obsesionarlos con la existencia de otras realidades. Se aferraban a ellas y deseaban obtener las fuerzas necesarias para poder abrir portales. 
Cuando el líder de los Kiar vio a su propio hijo en el reflejo, la ira lo invadió de inmediato. Se inclinó y con el puño cerrado golpeó el agua, borrando la imagen de Mael y Jigen, que en ese momento estaban tomados de las manos. 

—¿Qué vas a hacer ahora, Maedhros? Mael no va a traer el libro para ustedes, se alió con ese Joia. ¿No dijiste que tu hijo no caería en ninguna trampa? 

—Cállate, Nhaide. Tú no sabes nada de mi hijo. 

—Yo interpreto lo que el reflejo me muestra, y lo que vi fue que tu hijo está siendo amigable con el enemigo. No estás cumpliendo con tu parte.

El Kiar apretó la mandíbula, furioso con la actitud altanera de la criatura que claramente se burlaba de él. 

—Envié a alguien más para que termine el trabajo. Tendré el libro en mis manos. No me importa si Mael se opone... Yo mismo lo mataré si es necesario. 

El Nhaide sonrió con malicia. 

. . . 

—Así que son ustedes... 

La madre de Gabriel observó a los dos Joias frente a ella con una sonrisa. Llevaban puesta la ropa de Gabriel, y el cabello recogido en una coleta. Sin embargo, a pesar de el esfuerzo que hacían por pasar desapercibidos, su apariencia exótica llamaba la atención. 

—Gabriel no nos había mencionado que tú eras la guardiana del libro. No pudimos detectar tu magia cuando llegamos aquí, ¿cómo fue que llegaste...?

—De la misma forma que llegaron ustedes: los Nho y su ingenio... —contestó ella, tomando un sorbo de té—. Asumo que están buscando la fuente de magia para activar el péndulo y encontrar un portal. Yo podría darles la magia que necesitan, pero...

—¿Es en serio? —Gabriel se inclinó, sorprendido—. Eso sería genial. Si consiguen encontrar la flor, entonces podrán regresar a Raanan y acabar con la guerra, ¿no es así?

La mujer hizo un gesto negativo, dejando la taza sobre la mesa. 

—No somos los únicos que estamos aquí. Hay alguien más, un intruso. Su magia es oscura y seguramente está buscando el libro. Además, mi magia está muy debilitada. Podría intentar darles lo poco que me queda y quizá encuentren el portal, pero él también lo hará. Jigen, el hechizo que pusiste en el libro es fuerte, pero debes tener cuidado porque el mal que lo acecha es muy poderoso. 

—¿Entonces cómo se supone que vamos a conseguir la flor? —preguntó Mael—. En algún momento tendremos que enfrentarnos con quien sea que haya conseguido llegar hasta aquí, no podemos ocultarnos por siempre. 

—Es que tú no lo entiendes, Mael, él ya los encontró, solo está esperando que ustedes encuentren el portal para emboscarlos. No se trata de luchar, hay que ser más astutos que el enemigo. Tu padre quiere el libro para tener el poder de Raanan, y si lo consigue, tú sabes lo que va a suceder. 

Mael asintió, bajando la mirada. 

—Mamá, ¿qué podemos hacer para resolver esto?

La mujer sonrió. Se llevó la mano al cuello, buscando entre su ropa un relicario ovalado, con una piedra ámbar en el centro. Lo abrió, y de su interior sacó una flor pequeñísima. 

—Esto es lo que los llevará de vuelta a Raanan. Lo que el enemigo está buscando. 

—¿Es la flor de Ataria? —preguntó Jigen, con los ojos brillantes. 

—Pero... está marchita —observó Mael. 

Ella asintió, guardando la flor nuevamente en el relicario. 

—En este mundo no hay magia, queridos. La magia la tenemos nosotros. Está aquí dentro —dijo, señalándose el pecho con el dedo índice. 

—Entonces... La flor cobrará vida cuando esté en contacto con la magia. 

Ella asintió. 

—¡Exacto! Pero deben tener mucho cuidado, porque si se descuidan, el intruso tendrá ventaja sobre ustedes. 

Cuando abandonaron el establecimiento, las primeras estrellas se veían pintadas en el cielo oscuro. Gabriel guardó ambas manos en los bolsillos del abrigo cuando el frío le erizó la piel. Jigen y Mael iban más adelante, hablando entre ellos sobre la charla que habían tenido con su madre. 
De pronto, una figura extraña apareció frente a ellos; una sombra negra que emergió desde los árboles comenzó a tomar forma. Gabriel levantó la cabeza cuando vio que sus compañeros detuvieron el paso, en completo silencio. Cuando su mirada se cruzó con aquel par de ojos pardos, no pudo ocultar su sorpresa. 

—Así que eras tú... —dijo Mael, con los dientes apretados. 

—¿Te sorprende? Tu padre debió confiar en mí desde un principio para esta misión. Yo sabía que tú no ibas a poder cumplir ninguna orden, siempre fuiste un rebelde, Mael. 

Gabriel se adelantó a prisa, como si no pudiera contener el impulso de querer verlo de cerca. Enfrentó al ser que ahora tenía la apariencia de un hombre que él conocía. Negó lentamente, intentando caer en cuenta de que no era un engaño. Estaba indignado, decepcionado, confirmando aún más la opinión que siempre sostuvo sobre él. Era un monstruo. 

—Gabriel, ¿qué haces? Vuelve, es peligroso —sugirió Jigen sin entender la situación.

—Es... mi padrastro.

Conocía a ese hombre mejor que nadie. Él lo vio crecer, compartió la mesa con él durante toda su infancia y adolescencia. Pero también era el responsable de que su madre estuviera internada en un hospital psiquiátrico. Poco a poco, todo comenzaba a tener sentido. Aquel hombre no era humano, se las había arreglado para esconder su identidad durante muchos años. Su padrastro era el intruso del que su madre les había hablado. 

—Apártate, Gabriel —ordenó, y su voz sonó grave, potente como un rugido—. No tienes nada que ver con este asunto.

—Ahora lo entiendo... ¡Tú encerraste a mi madre porque le tenías miedo! —gritó Gabriel—. ¡Por tu culpa ella está en ese maldito centro! ¡Tú—tú lo sabías todo! ¡Me dejaste creer que estaba loca!

Cuando Gabriel se abalanzó para golpearlo, bastó solo un movimiento para apartarlo. Su cuerpo se estrelló contra el asfalto con tal violencia que acabó desmayándose. 

 

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Raanan: la tierra ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora