Capítulo 11

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Escuchaba un sonido ahogado, como si estuviera debajo del agua. Alguien repetía su nombre con ahínco. Abrió los ojos despacio, todavía aturdido. No conseguía recordar el motivo de su enorme malestar, del dolor que iba manifestándose en sus brazos, en sus rodillas, espalda y cabeza. La primer imagen difusa que vio fue el rostro de Jigen.

—¡Gabriel! —exclamó ahora más claro que nunca.

Gabriel pestañeó, todos los sonidos se intensificaron de repente junto al dolor instalado en su nuca. Jigen lo ayudó a incorporarse, ofreciéndole estabilidad. En ese momento vio a Mael y a su padrastro a un par de metros de donde estaban, envueltos en una violenta pelea.

—Hay que ayudar a Mael... —dijo en un hilo de voz, sosteniéndose del delicado cuerpo de Jigen.

—Tú no puedes hacer nada, Gabriel. Tan solo levantó su mano y tú acabaste estrellándote contra el suelo. Su magia es muy poderosa...

—Entonces... Ve con él y ayúdalo. Ustedes dos juntos quizás puedan frenarlo.

Jigen asintió obedeciendo a la petición de Gabriel. Si ese Kiar era capaz de derrotarlos, también podría romper el hechizo y llevarse el libro con él. Necesitaban actuar juntos; unir su magia para detenerlo, al menos hasta que el libro estuviera fuera de su alcance.

—¿Tienes algún plan? —preguntó Mael, con la respiración agitada y varias heridas repartidas por todo su cuerpo.

Jigen negó, mirándolo de soslayo.

—Entonces solo nos queda pelear hasta que se canse.

En ese momento, ambos tomaron su forma de lobos y arremetieron contra su enemigo. Pero justo cuando estaban a punto de golpearlo, él extendió ambas palmas y conjuró un sello que viajó a través de un haz de luz negra, y se grabó en el pecho de Mael. El kiar cayó de rodillas, adoptando nuevamente su forma humana. Se llevó una mano al pecho, gruñendo al sentir cómo el sello le quemaba la piel. Jigen intentó ayudarlo, pero cuando se acercó, Mael lo tomó del cuello y lo alzó.

—Ay Mael... eres un tonto. ¿De verdad eres hijo del gran Maedhros?

Jigen pataleó, apretándole la muñeca con las dos manos. Los ojos de Mael se habían vuelto completamente negros, estaba siendo controlado por el sello.

—Mael... despierta... por favor...

Notó como el chico apretaba la mandíbula, como si estuviera librando una batalla en su interior. Finalmente, sus dedos aflojaron el agarre y Jigen cayó al suelo.

—Atácalo, Mael, acaba con él. Eso era lo que tenías que hacer desde un principio.

Mael obedeció a la voz del hombre; se puso de rodillas y tomó a Jigen del cabello.

—Dijiste... —murmuró Mael, con los dientes apretados—, que no podía atacarte... ¿Qué está... pasando...?

Jigen se quejó cuando Mael cerró la mano alrededor de su cuello nuevamente.

—Mentí —contestó—. El hechizo que puse... solo fue para Gabriel y para el libro. No tenía suficiente magia como para cubrirme a mí también, y además... sabía que no me harías daño.

—Mátalo, Mael, ¡rompe su cuello!

Mael apretó su mano, mientras las lágrimas empapaban su rostro. Sentía los huesos de Jigen crujiendo bajo sus dedos; ya no le quedaban fuerzas para resistirse.

En ese momento, Mael recordó su primer encuentro con Jigen. Las palabras de aquel Joia se habían quedado grabadas en su corazón, y fueron más poderosas que cualquier hechizo que pudiera existir. Mientras estuvo en la tierra, aquel sentimiento nuevo que se alojó en su corazón lo mantuvo inquieto. Aquel cosquilleo era similar a lo que sentía cuando la magia recorría su cuerpo y se concentraba en las palmas de sus manos. O como cuando corría por el bosque y sentía la tierra húmeda y el crujido de las hojas y las ramitas bajo sus pies. Ese sentimiento desconocido que le calentaba el alma y lo hacía sentirse vivo y completo, solo aparecía cuando Jigen estaba cerca. Cuando escuchaba su voz, o cuando sentía sus manos tibias acariciarle la nuca mientras le trenzaba el pelo. Y en ese momento, sintió que si Jigen moría, su alma también se iría con él. Porque Jigen se había convertido en alguien importante para él; el único que había visto la chispa de luz entre tanta oscuridad, el único que le prometió un verdadero hogar.

Raanan: la tierra ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora