Capítulo 13

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Jigen y Laetitia se pusieron en guardia de inmediato cuando la figura de Maedhros emergió de entre los demás. Incluso habiendo tomado su forma humana su aspecto era imponente. Ambos sabían que la verdadera lucha sería con él; no sería tan sencillo evitar que se llevara el libro.

—Padre —Mael se puso delante de Laetitia y Jigen. Sintió de inmediato la mirada cargada de odio de su padre en cuanto lo vio —. Esto no te va a llevar a ningún lado. Ese poder que tanto quieres...

El kiar interrumpió su discurso de inmediato con una bofetada que acertó de lleno en la mejilla de Mael.

—¿Te atreves a pararte delante de mí cuando me desobedeciste deliberadamente? Me has fallado a mí y a todo tu clan, y has fallado a tu propio honor. Tú no mereces hacerte llamar mi hijo.

—Y tú no mereces poder. No mereces que todos te respeten cuando fuiste tú quien nos condenó— respondió, apretando la mandíbula.

Maedhros avanzó hacia su hijo y, sumido en cólera, lo tomó por el cuello para alzarlo. Mael sostuvo su muñeca con ambas manos, pero su fuerza no era nada en comparación con la del líder de los kiar.

—No te atrevas a faltarme el respeto de nuevo, Mael. Yo no soy como tú.

—¿Piensas matar... a tu propio hijo? —preguntó Mael e un hilo de voz.

Maedhros soltó una risa burlona. Dejó caer el cuerpo de Mael al suelo, y lo observó con desprecio mientras este intentaba recuperar el aliento.

—Tu vida no vale tanto como para que acabe con ella. Pero eres mi hijo, desgraciadamente, y no voy a permitir que te sigas aliando con el enemigo. Así que vendrás conmigo ahora mismo e intentarás recuperar tu honor.

—Si tú le llamas honor a lo que haces, entonces yo no necesito nada de eso. Soy un joia, y la forma en la que podré recuperar mi verdadero honor, es impidiendo que tú te lleves el libro y acabes con Raanan.

El hombre gruñó, molesto ante lo que él consideró un completo descaro. Las palabras de su hijo no tenían poder alguno sobre él, pero sabía que podía llegar a tenerlo en los kiar más vulnerables, y no estaba en condiciones de perder subordinados cuando estaba tan cerca de conseguir su objetivo.

Pasó junto a Mael para llegar hasta Jigen, que se encontraba detrás de él. Laetitia intentó detenerlo cuando leyó sus intenciones, pero Maedhros la detuvo con un movimiento de su mano.

—¿Crees que con la poca magia que tienes vas a poder detenerme, mujer?

Tomó a Jigen de la muñeca y lo arrastró hasta donde estaban los demás kiar. El Joia intentó poner resistencia, pero el gruñido amenazante de sus enemigos le recordó que estaba en desventaja.

—Te conviene venir conmigo y no intentar nada si quieres que este Joia viva —dijo Maedhros, dirigiéndose a Mael—. Y también quiero el libro de inmediato.

—Eso no será posible, Maedhros —intervino Laetitia —. ¿De verdad creíste que sería tan fácil arrebatarnos algo tan preciado? Mientras tú discutías, yo me encargué de ponerlo fuera de tu alcance. Tal vez mi magia todavía sea débil, pero sigo siendo la guardiana del libro, y no voy a entregártelo.

Al ver sus planes frustrados —una vez más—, el Kiar decidió hacer uso de su ventaja para poner a sus enemigos en otro aprieto. Aprovechando la cercanía, tomó a Gabriel como rehén.

—¡Gabriel no tiene nada que ver en esto! —exclamó Jigen —Él no tiene magia, ni siquiera pertenece a Raanan.

Ignorando los reclamos del Joia, Maedhros continuó con su amenaza;

—Quiero el libro antes del próximo anochecer, o lo primero que haré antes de venir por él, es matar a este humano y al joia.

. . .

Un golpe certero, luego otro, y otro más. Ya no sabía cuánto tiempo llevaba de rodillas en el suelo. Las manos atadas detrás de su espalda se habían entumecido, y las múltiples heridas en su cuerpo le recordaron, una vez más, que su padre era un ser cruel y despiadado.

Escupió sangre y saliva luego del último golpe. Sentía la sangre también escurriéndose por sus sienes. Mael sabía que ya no podría revelarse más, porque ahora, la vida de Jigen y Gabriel prendía de un hilo. Su padre buscaría cualquier excusa para matarlos, pero Mael no se la daría, aunque eso significara recibir una paliza tras otra.

—Llévenlo a la mazmorra.

Se quejó cuando los dos Kiar lo alzaron por los brazos y lo arrastraron hasta el interior de la cueva. Tenía muy malos recuerdos de aquel lugar, su padre solía encerrar allí a cualquiera que se atreviera a desafiarlo. Jamás imaginó que él también sería uno de sus tantos prisioneros.

Los dos kiar abrieron la reja de la celda y lanzaron su cuerpo como si fuera un costal de papas. Mael sintió la tierra fría bajo su pecho, y el olor a humedad inundó sus fosas nasales. Estaba a punto de entregarse al cansancio cuando la voz de Jigen lo obligó a despertarse.

—¡Mael! ¡Mael! —El chico, que estaba en la celda contigua junto a Gabriel, estiró las manos para intentar tocarlo—. ¿Estás bien?

Mael intentó levantar la cabeza, pero ya no tenía fuerzas para seguir moviéndose.

—Ji... gen... —murmuró, pegando la frente al suelo.

La tierra se pegó a su piel cuando entró en contacto con la sangre fresca.

—Hay que hacer algo, tenemos que desatarlo —dijo Gabriel, estirando el brazo para tratar de alcanzar a Mael, pero sin éxito.

—Maedhros anuló mi magia, no puedo convertirme en ningún animal.

Gabriel retrocedió, e intentó patear la reja, pero el material con el que estaba hecha era completamente imposible de romper.

—Estas celdas están selladas con magia. No puedes salir de ella a menos que uses magia para abrirla o destruirla. Eso no va a funcionar, Gabriel.

El hombre se dejó caer al suelo, agarrándose la cara con las dos manos.

—En los cuentos que mi madre solía leerme, los buenos siempre ganaban. ¿Cómo es posible que ahora mismo esté metido dentro de uno y los malos vayan a ganar? —dijo con la voz apagada —. Se supone que los villanos nunca ganan.

Jigen se acercó hasta él, y apoyó su mano en el hombro con gentileza.

—Una de las cosas que siempre están presentes en los cuentos, es la esperanza. No la pierdas, Gabriel, porque si lo haces, le estás dando la victoria asegurada al enemigo. 

 

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Raanan: la tierra ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora