Capítulo 18

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—Muéstrenme dónde está.

La criatura obedeció de inmediato a la orden de su diosa. Extendió su mano y al tocar el agua, el lago Morag se transformó en un espejo, que reflejó las cuevas Kier.

Las Nhaides tenían la ventaja de ver todo lo que sucedía tanto dentro como fuera de Raanan. Pero aquel don no solo les dio conocimiento sobre otros mundos; aprendieron a ser astutos y maliciosos, y ayudaban a quien quiera que les brindara algún tipo de ventaja.

—Ahí está, diosa —una de las Nhaides se dirigió a Lugh, con su voz suave y melodiosa. Señaló el espejo y en él se vio reflejado Rogh, entrando a toda prisa hacia las cuevas.

Lugh se inclinó sobre el borde del lago para observar a su enemigo. De inmediato sintió que algo en su corazón se removía. Era un sentimiento negativo: la rabia.

—Ese maldito... —masculló Lugh, incorporándose.

—¿Qué va a hacer con él, diosa? —preguntó otro Nhaide, asomando apenas la cabeza fuera del agua.

—Lo mismo que haré con ustedes si vuelven a ayudar al enemigo. Castigarlo.

Sin decir más, se marchó en dirección hacia el pie de las montañas.

Al llegar, el frío y la oscuridad envolvieron a Lugh, estrujándole el pecho. Utilizó su magia para crear un pequeño haz de luz, que la guió por un estrecho camino de rocas hacia las mazmorras. En aquel lugar estuvo su hijo, Mael y Jigen. Era un sitio hostil, húmedo y desagradable, algo atroz que solo pudo haber sido creado por Maedhros.

—¿Me buscabas, Laetitia?

Lugh se giró sobre sus talones, sobresaltada. La figura del hombre se iluminó con la luz de su magia. Él todavía conservaba su melena oscura, y aquellos ojos verdes, rasgados, carecían totalmente de sentimientos.

—No me llames así, ya no estamos en la tierra —espetó con severidad.

—Oh, es cierto, lo siento, gran diosa Lugh —dijo en tono burlesco, haciendo una reverencia.

Lugh sintió que sus entrañas se retorcían de rabia. Aquel ser despreciable tenía el descaro de burlarse de ella incluso cuando era el único rebelde que quedaba.

—No te conviene burlarte de mí. No estás en posición de hacerlo.

El hombre se incorporó, y aquella sonrisa burlona no abandonó su rostro. Se acercó a Lugh y ella por inercia retrocedió, chocando contra los barrotes de la mazmorra. Rogh estiró la mano para tomarla del cuello, y aunque intentó, la diosa no pudo utilizar sus poderes para repelerlo.

—Antes de venir a aprisionarme, debiste tener en cuenta un pequeño detalle, Laetitia. —El hombre apretó su cuello, y Lugh comenzó a asfixiarse —. Aunque aquí seas una diosa, sigues teniendo sentimientos humanos. Me odias, es por eso que quieres cazarme, no te importa el futuro de Raanan. Abandonaste tu tierra y a los tuyos por irte a otro mundo, y por si fuera poco, trajiste a ese humano contigo.

—Es... mi hijo... —murmuró Lugh, intentando recobrar el aliento.

—Es un maldito humano sin magia, igual que su padre.

—¡No te atrevas a mencionarlo!

Rogh apretó el agarre, estrellando el cuerpo de la diosa contra los barrotes. Lugh se quejó, arañando la muñeca de su enemigo, pero no consiguió hacerle ningún tipo de daño. Sus sentimientos la dominaron de tal forma que anularon por completo su magia, convirtiéndola nuevamente en una humana ordinaria. Rogh la arrastró dentro de la mazmorra y dejó caer su cuerpo al suelo.

—No eres nada, Laetitia. Me das lástima. Te vas a pudrir en esta mazmorra mientras yo me encargo de acabar con todos tus miserables seguidores.

—En cuanto se den cuenta de que yo no regresé, vendrán a buscarme. Las cosas son diferentes ahora, Rogh, nosotros les ofrecemos algo mucho mejor que la esclavitud en estas asquerosas cuevas. Mátame si quieres, pero no podrás contra ellos.

—¿Ah, no? —la risa de Rogh hizo eco en toda la cueva—. Solo espera. Acabaré con cada uno de esos malditos traidores, y para que veas que hablo en serio, comenzaré con ese humano que trajiste. Tu "hijo". Le arrancaré la cabeza y te la traeré como un regalo. O aún mejor: si viene a buscarte, lo mataré frente a ti.

—¡No te atrevas a tocar a Gabriel! —Exclamó Lugh, poniéndose de pie —Si le haces algo...

—¿Qué vas a hacer?

Lugh no contestó. Se sostuvo de los barrotes y bajó la cabeza cuando las lágrimas se escaparon sin su permiso. No quería seguir mostrándose vulnerable frente a su enemigo, pero sus sentimientos estaban tan a flor de piel que no pudo evitarlo.

—Eso es, llora, es lo único que sabes hacer, ¿verdad que sí, Laetitia? Ni siquiera mereces que te llame Lugh. No eres nada.

Cuando el hombre se fue, la mazmorra quedó en completa oscuridad. Lugh cayó sentada al suelo, derrotada. Sus lágrimas empapaban sus mejillas, la angustia la había embargado.

. . .

—Ya debería haber vuelto.

—Gabriel, deberías calmarte. Nuestra diosa es fuerte, no creo que Rogh pueda vencerla —dijo Jigen, intentando calmarlo.

—¿Qué tal si le tendió una trampa? Yo lo conozco, sé cómo es él, y sé de lo que es capaz. No me voy a quedar cruzado de brazos mientras mi madre lucha contra ese tipo sola, no me importa que sea una diosa, sigue siendo mi madre.

—Pero Gabriel, ¡no tienes poderes! ¿Qué vas a hacer si lo encuentras? La última vez solo tuvo que extender su mano para que quedaras inconsciente.

—Prefiero intentarlo antes que quedarme aquí sin hacer nada.

—Bueno —continuó Mael —entonces voy contigo. Por lo menos déjame acompañarte. Conozco Raanan de norte a sur, puedo guiarte.

—Yo voy también —dijo Jigen—. Quiero ayudarlos.

Gabriel lo pensó durante unos momentos, pero al final no tuvo más opción que aceptar. Jigen y Mael eran sus compañeros de equipo y sus amigos, y sabía que ninguno de los dos aceptaría un no por respuesta.

Después de poner al tanto al jefe de la manada, los tres emprendieron marcha. Uno de los Nho le regaló a Jigen algunos pergaminos con hechizos para crear prisiones de magia, en caso de que fuera necesario. Todos ellos sabían que luchar contra Rogh no sería una tarea sencilla, pero habían llegado demasiado lejos como para permitir que un solo rebelde arruinara todo su esfuerzo, y si debían luchar hasta el final, estaban dispuestos a hacerlo. 

 

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Raanan: la tierra ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora