La noche había llegado fresca. El cielo permanecía despejado y se podían apreciar las estrellas, tintineando brillantes en el cielo, gracias a la ausencia de luces artificiales.
Jigen llevaba más de una hora parado en el portal, sosteniendo un péndulo de cuarzo a la altura de su rostro. Los Nho le habían dicho que aquel objeto estaba encantado para detectar portales mágicos incluso a varios kilómetros de distancia, pero hasta el momento no había tenido suerte.—¿Qué estás haciendo?
La voz grave y profunda de Mael lo hizo voltear la cabeza hacia su dirección.
—Nada de tu incumbencia —dijo y escondió el péndulo en su puño.
Mael se acercó con timidez. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. Jigen seguía molesto por la charla que habían tenido, pero no sabía qué decirle para cambiar la situación. Había sido criado con muy pocos sentimientos, todos ellos negativos. Sus palabras eran el reflejo de lo que su padre le había inculcado durante su niñez, sin embargo, lo que sentía cuando estaba cerca de Jigen era algo completamente nuevo y distinto a todo lo demás; algo que le calentaba el pecho y le hacía latir el corazón con fuerza, aunque no entendía de qué se trataba.
—¿Vas a seguir furioso conmigo por lo que te dije? —preguntó de golpe, poniéndose de pie.
Jigen se alejó cuando sintió la presencia de Mael muy cerca de su espalda.
—Ya me dejaste claro que tú y yo nunca podremos ser amigos ni convivir en paz. Así que a partir de ahora voy a dejar de intentar convencerte de algo que no quieres hacer. Encontraré la manera de regresar a Raanan y me llevaré el libro conmigo, y no vas a impedirmelo.
Mael avanzó para alcanzarlo. Cuando sus dedos entraron en contacto con los de Jigen, un cosquilleo le recorrió la espalda.
—¿Qué pasa si no quiero hacerlo? —preguntó en un hilo de voz.
Las palabras de Mael encendieron una chispa de esperanza en el corazón de Jigen
—¿Qué es lo que quieres entonces...?
—Hace mucho tiempo me encontré con un Joia al pie del lago Morag. Yo había tomado la forma de un cuervo para ocultarme entre los árboles. —Jigen lo escuchó con atención, con la sorpresa plasmada en su rostro—. Me dijo que los Kiar estábamos cegados por la ambición, pero que él tenía la esperanza de que algún día eso cambiaría. Ese Joia... eras tú. Me dijiste que todos éramos iguales, que yo también era un Joia, y te creí, porque fuiste el único que me aceptó a pesar de ser diferente. Me aferré a tus palabras porque me dieron esperanza, pero mi padre me convenció de que todo eso era una mentira, me dijo que ustedes nos odiaban.
Jigen se acercó con timidez, estirando la mano para recoger un mechón de cabello que había caído hacia la mejilla de Mael. Lo colocó con delicadeza detrás de su oreja.
—Mi padre cree lo mismo que yo. Y así como nosotros hay muchos más. Lo que hace falta es que alguien convenza a los Kiar de que la guerra es absurda. Todos siguen a tu padre sin pensar por sí mismos. Incluso tú.
—Yo fui obligado a seguirlo, pero nunca olvidé tus palabras, una parte de mí siguió manteniendo la esperanza. Pero no es tan sencillo, los Kiar están dolidos, tienen resentimiento y odio en el corazón —explicó Mael.
—Y es por eso que debemos intentar cambiarlo. Tú sabes lo que sucederá si tu padre consigue el libro. Será el fin de Raanan como lo conocemos, la guerra nunca terminará y los nuestros seguirán muriendo por nada. ¿Es eso lo que quieres?
Mael negó, bajando la mirada. A pesar de que sabía que Jigen estaba en lo cierto, el miedo y el respeto que le tenía a su padre le impedía ir en contra de su voluntad. Él había sido enviado para recuperar el libro y acabar con quien se cruzara en su camino, esa era su misión. Había estado fallando a propósito porque ya no quería seguir siendo un peón.
Jigen abrió el puño, enseñando el péndulo en la palma de su mano.—Si confío en ti, ¿prometes que no vas a traicionarme?
Mael tomó las manos de Jigen entre las suyas, llevándoselas al pecho.
—Si tú confías en mí a pesar de ser un Kiar, te seguiré hasta el final, aunque eso signifique mi exilio. Solo te pido que me prometas que habrá un lugar para mí y los que quieran seguirme en la cima de Kier.
—Te lo prometo.
Luego de pronunciar estas palabras, el péndulo vibró de forma débil entre sus manos, y una chispa de luz blanca brotó desde el centro.
—¡Mira esto! —exclamó Jigen, mirando el objeto con los ojos brillantes por el entusiasmo.
—¿Qué fue lo que pasó?
—No lo sé, pero algo hizo que la magia dentro del péndulo despertara. ¡Es grandioso! Hay que avisarle a Gabriel.
A lo lejos, oculto en la sombra de un ciprés, ubicado a unos pocos metros de la casa de Gabriel, un intruso se puso al tanto de lo que estaba ocurriendo. Su pelo, oscuro como una noche sin luna, le acariciaba la nuca en ondas disparejas. Dirigió su vista a Mael y de inmediato una mueca de asco se dibujó en sus labios gruesos.
—Ese traidor... —gruñó, mordiendo las palabras.
Había perseguido una pista incierta durante años, hasta que esos dos aparecieron, llevándolo justo de vuelta a donde había comenzado.
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Raanan: la tierra oculta
FantastikGabriel es un hombre de veinticinco años que ejerce como veterinario en su ciudad. Una noche se encuentra con un lobo herido, y movido por la compasión, decide ayudarlo. A partir de ahí, la vida de Gabriel dará un giro; conocerá un mundo nuevo que s...