Mael Y Jigen llevaban un buen rato dando vueltas en círculos. Habían perdido de vista a Gabriel luego de que escucharon la voz de Lugh; desapareció en la oscuridad como si la cueva se lo hubiese tragado.
—Esto está mal —dijo Mael, peinándose la melena hacia atrás —. Si Rogh anda suelto y atrapa a Gabriel no podremos protegerlo.
—Escuchamos la voz de Lugh un poco más adelante, las mazmorras no deben estar demasiado lejos. Tal vez Gabriel tomó otro camino y se perdió.
—¡No hay más caminos, Jigen! —exclamó Mael, nervioso—. Se supone que las mazmorras están más adelante, en línea recta. Pasamos por allí mil veces y no hay nada. Ese maldito de seguro supo que estábamos aquí... No debimos traer a Gabriel, esto es nuestra culpa.
—Él iba a venir de todas maneras, Mael. Lugh es su madre y tiene sentido que quiera venir a buscarla. Sigamos caminando y tratemos de concentrarnos para ver si logramos detectar la magia de...
En ese momento, un rayo de luz emergió de las profundidades de la cueva, cegándolos. Escucharon el sonido de algo similar a un cristal rompiéndose en pedazos, y en ese momento, cuando recuperaron la visión, vieron las mazmorras, a Gabriel y a Rogh aparecer delante de ellos.
—¡Gabriel! —exclamó Jigen.
Los dos Joias corrieron hacia ellos. Mael utilizó su magia para romper el sello que mantenía aprisionada a Lugh, mientras Jigen verificaba que Gabriel se encontrara bien.
—Estuvimos buscándote, de repente desapareciste en la oscuridad y ya no pudimos verte más, ¿qué fue lo que pasó, Gabriel?
—Yo no... No lo sé...
—¡Jigen, Rogh se escapa! —alertó Mael.
Jigen se giró, pero antes de que pudiera hacer uso de los hechizos que le habían dado los Nho, Lugh, quién había recuperado nuevamente sus poderes, creó una prisión de magia para atraparlo. El cuerpo del hombre cayó al suelo cuando el aro de luz lo inmovilizó. Lugh se acercó a él y conjuró un hechizo que anuló por completo sus poderes.
—Se acabó, Rogh. No volverás a lastimar a nadie más —sentenció.
. . .
—¿Entonces tienes magia? —preguntó Mael —¡Eso es genial!
—Pero no puedo hacer nada —respondió Gabriel, mirándose las manos.
—Necesitas entrenarla, Gabriel —dijo su madre—. La magia es algo que se cultiva y se practica, debes ir de a poco.
—¿Pero por qué se manifestó en ese momento? —preguntó Jigen.
—Porque yo pude ver los recuerdos de Rogh. Como cuando tuve esos sueños premonitorios sobre Raanan, solo que esta vez, en vez de ir al futuro, pude ver lo que sucedió en el pasado. Todas las cosas que me provocaron dolor.
Lugh soltó un suspiro pesado. No había querido preguntarle a su hijo qué tanto había visto, porque no quería remover malos recuerdos. Gabriel tampoco tocó el tema en ningún momento, quizás porque prefería volver a guardar su dolor en aquel rinconcito de su corazón donde no hacía tanto daño.
—En este caso, tus sentimientos fueron los que hicieron que tu magia despertara. Quizás porque tú naciste en la tierra y eres humano.
—Quise protegerte —dijo Gabriel a su madre—. Durante todo este tiempo quise protegerte. Del dolor, de Rogh, de todo.
Lugh sonrió. Se acercó a su hijo y le regaló un caluroso abrazo.
—Y lo hiciste. Me salvaste, hijo.
—Pude haber hecho mucho más. Le prometí a papá que cuidaría de ti aquel día y durante muchos años me engañé a mí mismo haciéndome creer que había cumplido con mi promesa. Pero todo eso no fue más que una tonta mentira. Dejé que Rogh te encerrara y que todo el mundo te tratara de loca, y no hice nada al respecto.
—Gabriel, eso no...
Gabriel cerró los puños, y en ese momento, aquella luz que apareció en las cuevas envolvió sus manos. Se miró a sí mismo, con la sorpresa plasmada en su rostro. Sentía la magia vibrando en todo su cuerpo, como un montón de mariposas revoloteando todas al mismo tiempo en su interior.
—¡Eso es! —exclamó Lugh —Los sentimientos intensos son los que hacen que tu magia aparezca.
—¿Y qué hago? ¿Puedo transformarme en animales como lo hacen Jigen y Mael?
Lugh se carcajeó.
—Bueno, no lo sé. Eso es algo que irás descubriendo. Lo que debes hacer es seguir entrenando para manejarla a tu antojo, luego veremos qué tanto puedes hacer con lo que tienes. Lo importante es que ya está despierta, y está dentro de ti, Gabriel.
—Nosotros te entrenaremos — intervino Jigen, entusiasmado —. Iremos a Lesra a pedirle consejos a los Nho, ellos de seguro sabrán muchos métodos para que puedas controlar tu magia. ¡Serás un experto!
Gabriel sonrió.
Tiempo atrás probablemente hubiese respondido que aquello era una completa locura, pero esa locura fue la que le devolvió la felicidad. Recuperó a su madre, hizo dos excelentes amigos, y descubrió que tenía magia, entre otras cosas.
"El ser humano le teme a lo que no conoce", solía decirle su madre, y aquella frase resonó en su cabeza muchísimas veces. Él le temía a la magia, temió muchas veces que su madre perdiera la cordura, y en ese momento supo que por culpa de su temor su magia se mantuvo escondida. Vencer a Rogh fue como enfrentarse al fantasma más aterrador de su pasado. Allí fue cuando comprendió que Raanan estuvo presente durante toda su vida: de niño, cuando el monstruo que vivía bajo su cama lo aterrorizaba por las noches, solía cerrar los ojos y recordar aquella tierra mágica de la que su madre le hablaba antes de dormir. Se trasladaba allí y se imaginaba a sí mismo montado sobre el lomo de algún Joia, que corría bajo los matices de los atardeceres rojos y naranjas que besaban la cima de las montañas Kier. Se veía jugando con los Nho, armando casitas de piedras y palitos para ellos, o viendo otros mundos con el espejo mágico de las Nhaides. Pero todo aquello murió en su imaginación cuando se vio obligado a madurar de golpe, y enfrentarse al dolor que dejó la muerte de su padre. Sin embargo, cuando el sufrimiento se hacía insoportable, cerraba los ojos y la oscuridad de su habitación volvía a vestirse de Raanan, y allí se refugiaba hasta quedarse dormido. Aquella tierra mágica que tantas veces visitó en sueños, siempre fue parte él, y ahora lo comprendía más que nunca: él siempre fue parte de Raanan.
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Raanan: la tierra oculta
FantasyGabriel es un hombre de veinticinco años que ejerce como veterinario en su ciudad. Una noche se encuentra con un lobo herido, y movido por la compasión, decide ayudarlo. A partir de ahí, la vida de Gabriel dará un giro; conocerá un mundo nuevo que s...