Gabriel salió de la carpa a los tropezones. Observó a su madre con la sorpresa plasmada en su rostro. Lucía brillante, imponente; ya no quedaba vestigio de aquella mujer demacrada y triste que vio hace apenas un par de semanas en el hospital psiquiátrico. Por un momento creyó estar teniendo una visión; se permitió dudar si realmente aquella diosa fantástica era su madre, pero en el instante en que ella giró el rostro y le dedicó una sonrisa llena de dulzura, supo de inmediato que se trataba de la misma mujer. Su madre; la diosa de Raanan.
Caminó con lentitud hacia ella, pero cuando extendió la mano para tocarla, los Joia se interpusieron. Algunos incluso tomaron su forma de lobo y le gruñeron a modo de advertencia.
—Deténganse ahora mismo. Él es mi hijo.
De inmediato, los Joia retrocedieron para dejarle el camino libre a Gabriel. Los demás habían optado por inclinarse a modo de respeto.
—Mamá... —dijo Gabriel, abalanzándose a sus brazos.
Laetitia lo abrazó con fuerza, como cuando era un niño.
—Lamento mucho que no pudieras saberlo antes. Era muy peligroso...
—No importa —interrumpió él —, ya no importa. Lo único que me interesa es que estamos juntos de nuevo. No voy a permitir que nadie vuelva a separarnos nunca más. Es una promesa.
—¡Diosa! —La voz de Jigen interrumpió el momento —, es Nahím...
Mael sostenía el cuerpo de su madre entre sus brazos. La mujer, que había perdido demasiada sangre, mantenía apenas los ojos abiertos, con una fuerza de voluntad increíble.
Lugh se acercó a ellos y extendió las palmas sobre su herida. El haz de luz blanca la cubrió por completo y en cuestión de minutos, la herida había desaparecido. La mujer exhaló un suspiro pesado, como si el aliento de vida hubiese regresado a su cuerpo. Mael la estrechó con fuerza entre sus brazos.
—Gracias —dijo entre llantos.
—No puedo revivir a quienes dieron su vida, porque no es posible traer de vuelta a los muertos, ni siquiera con magia. Pero puedo curar a todos los que están malheridos.
Lugh se puso de pie para dirigirse hacia los Kiar. Todos ellos permanecían inclinados, con la mirada gacha. Lugh supo de inmediato que aquello era una muestra de sincero arrepentimiento, y de vergüenza por los actos cometidos. Ella entendía que aquellos actos fueron producto del odio que les fue impuesto por Maedhros, de los sentimientos negativos que él había traído a Raanan.
—Sus acciones han estado marcando su destino desde que decidieron seguir a Maedhros. Y este día, fueron ustedes mismos los que decidieron cambiar su futuro al enfrentarse a él para proteger el libro. Es por eso que merecen mi perdón y el de todos los Joia, porque hoy, ustedes han demostrado que todavía queda algo de pureza en sus corazones.
El murmullo no tardó en hacerse presente entre los Kiar. Ninguno de ellos se atrevió a levantar la cabeza. Incluso Mael, que aún sostenía el cuerpo débil de su madre entre los brazos, abrió los ojos de par en par, completamente sorprendido por las palabras de Lugh.
El perdón. Eso era todo lo que necesitaban.
Lugh extendió ambas manos y su magia viajó a través de ellas. A medida que la luz iba tocando el cuerpo de cada uno de los Kiar, su pelaje fue tiñéndose de un blanco inmaculado. Mael observó primero cómo el cabello de su madre iba esclareciéndose, y luego, le tocó el turno a él, y con aquel cambio, también llegó un sentimiento de completa paz. Como hijo de un maldito, Mael jamás supo lo que era lucir como un Joia. Vivió condenado a la oscuridad, a la sombra de su padre, y hasta que se cruzó con Jigen creyó que su vida siempre sería de la misma manera. Pero al ver que al final sus palabras se habían convertido en una realidad, un nuevo sentimiento nació dentro de él. Uno que se cultivó dentro de Raanan, que no le impuso su padre ni la tierra de los humanos: la felicidad.
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Raanan: la tierra oculta
FantasíaGabriel es un hombre de veinticinco años que ejerce como veterinario en su ciudad. Una noche se encuentra con un lobo herido, y movido por la compasión, decide ayudarlo. A partir de ahí, la vida de Gabriel dará un giro; conocerá un mundo nuevo que s...