Prólogo

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Con un último movimiento brusco de espada, la legión romana se detuvo. Aurelio, su tío abuelo, cruzaba el río hacia la Galia hace varios años por primera vez, pendiente de las hostilidades de sus habitantes; ahora lo hacía confiadamente delante de ellos, guerreros fuertes y audaces, sometidos ante el Imperio Romano como tantas otras veces el emperador soñó. Cuán feliz era su sonrisa al divisar el campo y al pensar que regresando y enfrentando al senado, su triunfo era motivo de adoración hacia él.

Arthur, sobrino nieto del emperador, de marcadas facciones britanas por su indomable carácter y seriedad, miró a su alrededor mientras seguía los caminos de tierra de la Galia. Escondido en una tienda, lo encontró. Reducido su porte aguerrido, sus ojos llorosos, Arthur pudo ver la valentía extinguida en su mirada azul. Estaba amordazado, atado de pies y manos, y Arthur ordenó su inmediata liberación. Solicitó al comandante y a su tío abuelo, Aurelio, llevárselo como esclavo.

Supo que se llamaba Francis, que era hijo de un guerrero y una campesina gala, y que al igual que su padre, fue educado como un soldado desprovisto de instrucción teórica militar, a diferencia de él. Le ofreció su libertad, le ofreció refugio, y Francis aceptó lo último, porque mientras lo iba conociendo, se dio cuenta de que su corazón elegía la libertad que le significaba estar al lado del príncipe pese a su título.

Francis no era bien mirado en la Galia. Yacer con hombres allí no era bien visto, y los romanos tenían costumbres que resultaban extrañas a los pueblos bárbaros. Cuando Arthur lo vio, lo acompañó y le ofreció todo cuanto podía ofrecerle y Francis supo que sus intenciones eran buenas y reales, y aceptó quedarse con él, pese a las miradas reprobatorias del senado, de los primos lejanos del príncipe, los nietos directos del Emperador, y se enamoró de él con la inocencia de un niño y la pasión de un hombre.

Desde la Galia, Aurelio fue hacia todavía más al norte y llegó a las tierras altas de Britania. Arthur fue con él, era mano derecha en la tarea de la conquista de todo cuanto los ojos del emperador alcanzaran a ver, y al conocer a Allistor, supo que su vínculo con Francis estaba incompleto. Allistor llegó a terminar su lazo, Arthur lo supo de inmediato, encontrándolo en soledad, lejos de los clanes y las batallas internas de las islas, lejos de los sacerdotes y religiosos, y Arthur se preguntó por qué un hombre tan bello como él significaba repudio a un pueblo que si bien resultaba un misterio para él pese a sus raíces, sus costumbres aún no terminaban de instruirlo en qué tan fuerte eran sus tradiciones.

Francis, entonces, también lo conoció cuando Arthur volvió de Britania e hizo pasar a Allistor a los aposentos. El galo lo miró con desconfianza, celoso de él, y Allistor le respondió de la misma forma, sin cruzarse palabra, sin amenazarse, sólo manteniendo distancia, hasta que llegó el punto en que pudo comprenderlo. Encontró en él un igual, charlaron durante horas pese a la limitación del idioma que pronto se volvió latín, tal como Arthur les enseñaba, sobre los desprecios y precariedades que vivieron en sus pueblos. Ninguno de los dos sentía especial afecto hacia esos lugares cuyos ojos los vieron nacer y crecer, pero cuando debían reconocer delante de alguien su origen, lo hacían sin ningún problema.

Allistor vio a Arthur por primera vez cuando en Britania las guerras internas entre los clanes rivales comenzaban a disiparse en función de enfrentar a Roma, sin éxito. El imperio contaba con recursos, estrategias y víveres tan vastos que parecían infinitos, y las islas se rindieron. Arthur fue en busca de él, y encontró en los ojos del celta lo mismo que en los del galo: una valentía apagada y un corazón ardiente. Su carácter era más fuerte que el de Francis, pero su perseverancia y paciencia dieron frutos y consiguió finalmente que Allistor, el salvaje britano, le concediera su corazón.

Arthur vio con emoción cómo Allistor y Francis comenzaban a acercarse, a encontrarse a sí mismos en el otro, y percibir por primera vez comprensión. Llegaron a comprenderse tanto, que incluso pudieron entender que ninguno de los dos quería a Arthur por separado. Francis, entonces, hizo suyo su propio sentir: no quería amar a Arthur sin Allistor, y Allistor no quería amar a Arthur sin Francis, porque entre ellos también había amor. Se necesitaban juntos, siempre, los tres.

Forjaron un amor tan genuino como implacable que los ha hecho felices en conjunto desde la conquista romana hasta hoy, donde yacer en el lecho se ha vuelto más que una expresión.

Es el amor mismo, formándolos.

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Hola otra vez c:! aki iop empezando disparates desde cero. Tenía muchas ganas de publicar esto, este proyecto medio extraño que no es el ScotEngFra que tenía pensado subir, pero hubieron cosas y bueh, aquí estoy. Advierto desde ya que esto es más bien con afán de experimentación para practicar el lemon más cochinote ¬v¬ así que gran trama no tiene... xD no me culpen por favor, yo a estos tres los amo con el alma, y necesitaba hacerlos felices en la misma historia sin que nadie saliera herido, así que sí, es un poliamor. Espero que tenga sentido todo lo que voy a ir poniendo acá porque de esos temas sé poco y nada, pero hago lo que puedo y con todo el corazón ;v;!

Como ven es un universo alterno ambientado en el Imperio Romano, intenté hacerlo lo más históricamente exacto que pude, pero sigue siendo un fic así que si hay errores sepan perdonármelos por favor.

Y eso. Espero subir en un ratito más el primer drabble. c: Desde ya, agradezco sus lecturas ❤

APH: Primus Inter Pares | ScotEngFraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora