Noche XXV. Cabello

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Arthur los mira, como si jamás se fuera a cansar de mirarlos. Los ve besarse en la cama, desnudos los dos, acariciándose la piel con la punta de los dedos y rozando sus piernas. Ve que Allistor enreda sus dedos entre las hebras amarillas hasta hacerse infinitas sortijas, que Francis tironea un poco el cabello rojo cuando los dientes del celta se entierran en su labio. Y como si se sincronizaran intencionalmente, abren los ojos y miran a Arthur. El beso no se detiene, es más, se vuelve más obsceno que nunca, más explícito que antes, sus lenguas acariciándose fuera de sus bocas.

No se resiste, y se acerca. Francis lo toma con rudeza de la muñeca y lo atrae violentamente hasta recostarlo en la cama, Allistor toma su quijada para devorarle la boca y Francis, sin perder el tiempo, besa su cuello mientras sus traviesas manos deambulan bajo el estómago, los muslos, y se cuelan bajo la túnica blanca del príncipe hasta rozar su sensible piel.

Allistor lo desnuda rápidamente. Después vuelve a besarlo, a besar a Francis, erguidos en la cama, con Arthur mirándolos aún, quien les acaricia el cabello a los dos. No se había dado cuenta de cuánto le gustaba la rareza del cabello rojo del celta y la suavidad de las hebras largas de Francis, y sin dejar de tocarlos como los toca, dejando que el galo rodee su sexo con su mano para acariciarlo con una delicadeza delirante, Arthur clama su más reciente fantasía sin palabras: lo hace con un gesto suplicante de sus manos.

Presiona sus cabezas, no una contra otra, sino hacia abajo. Quiere que la boca de Allistor y la boca de Francis le hagan el amor.

Francis lo mira, abriendo la boca para dejar que la lengua de Allistor lo pruebe aún más. Éste, como si adivinara, dirige su mano al miembro de Arthur también para brindarle caricias más intensas que las del galo.

Entonces sus dos amantes descienden hasta su cadera, y la humedad del beso lo contagia también, lo llena de calor, lo encierra uno con los labios, después el otro, y cuando lo hacen los dos al mismo tiempo, subiendo y bajando por él al rozarse sus propios labios también, Arthur mira la imagen que tiene delante y acaricia los cabellos rojos, los cabellos dorados, se enreda allí, se pierde allí, como si quisiera sostenerse para no caer en la más absoluta locura a la que lo empujan.

Y ellos lo lamen, lo succionan, lo besan y Arthur siente todo con grotesco detalle. Escucha la risa sutil de Francis, los gruñidos extasiados de Allistor, y su propia voz ahogada en delirio. Pero siente, por sobre todo, las hebras enredándose en sus dedos. Hilos rojos y dorados lo mantienen sostenido en el aire, y cuando siente el orgasmo acercarse como un monstruo dispuesto a devorarlo, arquea violentamente la espalda y aprieta fuertemente los cabellos al punto en que los tironea, derramándose en sus amantes, quienes sonríen complacidos.

Cuando lo miran, absolutamente rendido sobre el colchón, desprolijo, agotado y agitado todavía, bellísimo, como un semidiós, se dan cuenta de que él también les está sonriendo.

Teme,sinceramente, que por amarlos tanto, el mundo no lo soporte y se los arrebatede raíz de su lado.    

~Noche XXV. Fin~

Volvió la suculencia 7u7

APH: Primus Inter Pares | ScotEngFraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora