.:Capítulo 26:.

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—Hay algo diferente esta vez, Sasori. —Itachi le mostró el mensaje que el asesino había dejado en el cuerpo de su tercera víctima.

—¡Cielos! —Sasori abrió su maletín y después de calzarse los guantes tocó los surcos rojos que había dejado la incisión en la piel de Tobi Hodgins—. El corte es casi simétrico, parece estar hecho con una especie de daga pequeña o un bisturí —indicó.

—Deidara, dile al fotógrafo que venga a sacar las fotos antes de mover el cuerpo.

—Enseguida, Uchiha.

Se dispuso a abandonar la habitación cuando algo llamó poderosamente su atención, junto a la ventana, algo blanco relucía bajo los rayos de sol que se filtraban por el cristal.

Caminó hasta el lugar y se agachó para observar mejor. Lo reconoció de inmediato: era maquillaje en polvo; alguien lo había pisado y se había impregnado en la alfombra.

Se levantó y caminó hacia el tocador de la víctima. Como había imaginado, la polvera no estaba. Se inclinó, había más polvo en aquel lugar; echó un vistazo debajo del armario y encontró la polvera abierta y casi vacía. La levantó y la sujetó con cuidado.

—Itachi, ven aquí.

—¿Qué sucede?

—¡No te lo vas a creer! —Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro.

Lo llevó hasta donde había encontrado la huella parcial cerca de la ventana.

Itachi no quería ilusionarse demasiado; la huella de calzado que el polvo había desvelado solo era parcial, y tal vez pertenecía a la víctima.

—Busca al fotógrafo, y que luego hagan un molde de la huella —le indicó.

Deidara asintió.

—Quizá tengamos suerte, y haya cometido el primer error —auguró.

—Esperemos que sea así; por el momento, no podemos adelantarnos.

Deidara fue en busca del fotógrafo, e Itachi regresó junto a Sasori.

—Esto es completamente nuevo, Itachi. La primera vez que deja un mensaje —le comentó el forense.

—Lo sé. —Se pasó la mano por la nuca y trató de relajarse con una respiración profunda, pero no le sirvió de nada—. ¿Cuánto hace que murió?

—El rigor mortis ha alcanzado ya su máxima rigidez —indicó mientras movía el cuerpo—. Lleva muerto entre seis y doce horas; sabré más cuando tome la temperatura de su hígado. La incisión fue post mortem, no hay rastros de sangre.

Itachi lo observó mientras sacaba un largo termómetro del maletín y lo colocaba en el costado derecho de la víctima.

—La temperatura apenas alcanza los trece grados centígrados. — Quitó el termómetro—. Eso nos da un parámetro más exacto: diez horas.

Itachi miró su reloj de pulsera.

—Significa que murió a las diez y media de la noche, aproximadamente.

—Exacto.

El fotógrafo forense y uno de los peritos llegaron.

Tras tomar algunas fotografías del cuerpo y de la escena del crimen, el fotógrafo se marchó, no sin antes avisar a Itachi de que su compañero había salido de la casa para interrogar a los vecinos.

—Debe de ser abrumador para él cada vez que se enfrenta a una escena como esta —comentó Sasori mientras extraía unos tubos de plástico de uno de los tantos compartimientos de su maletín de trabajo.

—Creo que, sencillamente, está acostumbrado —repuso Itachi mientras observaba cómo el perito volcaba el yeso sobre la huella.

—¿Lo crees de verdad? No considero que alguien pueda acostumbrarse a la muerte una y otra vez, y salir indemne después.

—¿Y lo dices tú?

Sasori asintió mientras levantaba las cejas.

—Parece ilógico, pero es así, llevo más de siete años haciendo esto y creía que, con el tiempo, me acostumbraría. Por supuesto que me he habituado a los cadáveres, porque convivo con ellos —sonrió—, ya sé que «convivir» no es el término adecuado, pero paso la mitad del día entre ellos. Solo que es a esto a lo que nunca podré adaptarme —señalo el cuerpo inerte de Tobi Hodgins— personas inocentes que caen en las manos equivocadas y terminan siendo asesinadas de manera demasiado cruel.

Itachi le sonrió con comprensión.

Entendía a lo que se refería, él podía fingir que no lo afectaba pero era inútil hacerlo.
Había elegido ser policía no solo para complacer a su padre, sino porque creía en lo que hacía. Proteger y salvaguardar la vida de las personas era lo que siempre había considerado su principal regla a seguir, aunque en la academia no le habían enseñado qué hacer con el resentimiento y la impotencia que lo aturdía cada vez que era testigo de una escena grotesca como aquella.

—Estrangulado como los demás muchachos —afirmó Sasori.

—Sí. —Los ojos negros se desviaron otra vez hacia el vientre del muchacho

—¿Quién será «Naru»? —preguntó Sasori y se rascó la barbilla. No tardó en llegar a una conclusión—. ¿Es él, verdad? ¿El joven al que intenta representar a través de sus crímenes?

Itachi lo miró y no pronunció palabra. En aquel momento, Sasori comprendió que su silencio encerraba un «sí» como única respuesta.

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