Vuela

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Apreciable señor Dehr, acá le resumo lo que me solicitó, espero que no se haya perdido ninguna hoja de este escrito y que pueda serle de ayuda. 

Todo empezó años atrás, no huí solamente por rebeldía sin sentido, sino más bien por un conjunto de situaciones que se acumularon con los años, permítame contarle.

Cuando tenía 3 años, recuerdo a un señor, mi madre me comentó que fue mi padre, él como muchos otros se fue de la ciudad y jamás regresó. Con el tiempo me enteré que tenía una hermana mayor en otra ciudad, pero que ella ya había hecho su vida; supe también que quizás mi hermana buscaba a mi madre, pues hacía 20 años que mi madre se cambió de ciudad para una vida mejor; mi hermana desapareció y según mi mamá, ya no tenía sentido buscarla, porque... ¿quién perdona a una madre que te abandona?, sin embargo siempre le dije que mi hermana lo haría, pero mi madre cegada en su vergüenza prefirió no insistir. Y así pasaron los años.

Mi época estudiantil pasó sin más ni menos, fui una alumna promedio y quizás de las más comunes, hasta que empezó la crisis del 99, donde me tocó ayudar a mi madre en la panadería, pues ya no podíamos darnos el lujo de contratar a más personas. La panadería apenas nos servía para sobrevivir, así que dejé la escuela de cierta forma, siempre me dijo que regresaría pero siempre posponía el día, y así hasta que llegué a mis 13 años. 

Llegué a clase, me tocaría estar en primer año de secundaria, pero no fue así, no llegué a estudiar sino a ofrecer algo de pan. Noté como habían muy pocos alumnos, como todo ese caos que había dejado el gobierno que ni siquiera vivía en el país, había casi acabado incluso con el sistema educativo. Cuando entré al salón, vi a algunos antiguos compañeros, me sonrieron y el profesor me observó con una sonrisa similar, era de muy avanzada edad, me pareció tierno así que entré con un poco de confianza al salón y le sonreí.

«Buenos días, ¿se le ofrece algo de pan?»

Él asintió y me ofreció lugar y tiempo para ofrecerle a mis compañeros. Aunque sabía que muy pocos tendrían el dinero para comprarme, les sonreí amistosamente para que no sintieran la obligación de comprarme nada. Aún así el profesor me compró 1 empanada, me volvió a sonreír y me dijo: espero verte mañana tan linda como hoy.

Nunca pensé en nada malo, debo aclarar, pero me pareció un poco incómodo, pues colocó su mano sobre mi hombro y lo acarició de tal forma que sentí que nadie más que mi madre tenía el derecho de aplicar aquellas caricias a mi cuerpo. Así que solo asentí muy seria y me retiré del lugar, sentí un poco de miedo, aceleré el paso y llegué corriendo con mi madre. Ella siempre me decía que no debía usar nada escotado, que no debía sonreír a los hombres, que tenía que ser una buena niña para llegar a ser una buena esposa, y tantas cosas más que retumbaban en mi mente y que hicieron que el miedo apareciera y me guardara tal escena, de la que llegué a pensar que quizás yo tenía la culpa.

Tomé todos esos recuerdos, los guardé y así quedó ese día. Al día siguiente, volví a uno de los mercados que todos visitábamos en aquel entonces, llevé mi canasta y ofrecí sonriente, algunas personas como de costumbre me sonreían amablemente y otras me ignoraban, pero para mí eso ya era natural. Como «la niña del pan» que era conocida, no prestaba mucha atención a los malos gestos, incluso con la lluvia tan ligera que empezó ese día, me movía de lugar en lugar tratando de no mojar el canasto y la gran manta que lo cubría. El lugar era de un empedrado de aquellos tan comunes de nuestras ciudades, ya se empezaba a utilizar la carretilla y era ideal para los caballos.

Me tomó un poco más de 4 horas terminar y la mayoría de gente en el mercado se había retirado ya, así que decidí tomar camino a casa, aunque ese mediodía estaba nublado, sonreí con mi cabello húmedo por llevar dinero a casa, muy confiada crucé a la derecha de la siguiente cuadra que me tocaba caminar cuando de pronto sentí como alguien dijo una palabras que no entendí, así que ignoré y seguí caminando... caminando hasta que sentí como me jaló alguien de mi brazo, tomándome muy fuerte.

«¡Con que te haces la difícil!»

Escuché decir, mientras me daba la vuelta y observé que era aquel profesor, me asusté, mi rostro denotó aquella sorpresa pues tenía bien en claro que mis antiguos profesores nunca habían hecho algo como eso conmigo, no entendía qué pasaba aunque lo intuía, después de tanto tiempo de pasar en las calles, uno aprende cosas que uno no quisiera haber aprendido, así que aunque observé su sonrisa, le negué con la cabeza.

—¡No sé de lo que está hablando!
—Ya, ven, no te hagas del rogar, ambos sabemos que lo deseas —dijo aquel hombre sin parar de sonreír.
—¡Solo déjeme en paz! —dije empujando y luego jalando de mi brazo para intentar safarme.
—Vi como me sonreías con lujuria ayer... —realmente él no paraba de sonreír.
—¡Jamás!

Entonces me tomó del otro brazo, y empecé a gritar. Obviamente no le gustó porque luego de ello me empujó al suelo mojado, donde mi canasto rodó y mi manta se mojó, me hice unos raspones y aunque mis lágrimas caían en mi rostro y se confundían con la leve llovizna le grité.

—¡Púdrase!

Me levanté y salí corriendo, con un gran enojo en mi vista. Llegué por fin a casa. 

Abrí la puerta dando mis primeros pasos llenos de lodo, manchando el limpio piso que mi madre acababa de dejar luego de un par de horas de limpieza como lo hace todos los días. Ella al voltear lentamente su cabeza para confirmar mi presencia, abrió sus ojos, frunció el ceño y fue corriendo hacia mí. Mis ojos se llenaron de lágrimas y caí en llanto, estaba asustada... no sabía muy bien por qué y justo entonces me sujetó los brazos observándome de pies a cabeza.

—¡¿Qué te pasó?, ¿te robaron?! —dijo mientras buscaba entre mis bolsos el dinero, hasta que lo encontró, entonces echó un suspiro y tomó asiento.
—El... el nuevo profesor me empujó...

Ella sabía quién era, pues fue un rumor del establecimiento que todos sabían, pero sin decir nada más me observó luego de guardar bien en su delantal el dinero. Su mirada era desafiante y llena de duda.

—¿Por qué estabas con él?
—N...no, yo no... —entonces se puso de pie y se acercó a mí gritando.
—¡¿Por qué estabas con él?!
—No, yo pasaba por la calle cuando me lo encontré
—¡Y de seguro le coqueteaste!
—No... mamá, en verdad —sin dejarme terminar, me abrió el suéter a la fuerza.

Solo observé lo que hacía mientras me revisaba los brazos, notando como las marcas en mis brazos se hacían notables.

—¡¿Cómo fregados te dejaste hacer esto?! —me gritó mientras levantaba mi blusa, a lo que me opuse un poco y me levantó más.

—¡Mamáááá!
—¡¡Es tu maldita culpa!! —me dijo cubriendo mi torso de nuevo y dándome una bofetada mientras se daba la vuelta, gritándome demasiadas cosas que decidí omitir.

Mi llanto empezó en ese momento, tomé mi suéter y salí a recorrer un poco la nublada tarde.


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⏰ Última actualización: Jan 08, 2020 ⏰

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