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Espero una eternidad, hasta mucho después de que desaparezca el sonido de helicópteros y motores. Permanezco ovillado en el saliente rocoso, mojado y tembloroso, abrazándome las piernas, frotándome las pantorrillas, deslizando las manos por mi piel dorada y rojiza. Me duele el ala herida, que palpita mientras yo aguardo aguzando el oído, pero no oigo nada. Solo me rodea el susurro del bosque y el suave suspiro de la cascada. No hay rastro de hombres. Ni de cazadores. Ni de Hyunjin. Frunzo el entrecejo. Por alguna razón, eso me disgusta. Nunca volveré a verlo. Nunca sabré por qué me ha dejado escapar. Nunca averiguaré si de verdad ha susurrado lo que creo que ha susurrado: «Qué preciosidad». En ese momento único hemos conectado. Ha sucedido de algún modo, aunque es difícil de entender. Estaba convencido de que él iba a delatarme, pues los cazadores no son conocidos por su compasión, precisamente. A los drakis solo nos ven como presas, como una subespecie a la que hay que abatir y vender a nuestra mayor amenaza: los enkros. Desde que el hombre es hombre, los enkros sienten avidez por los dones de nuestra especie, y están obsesionados con despedazarnos o tenernos prisioneros para usarnos a su antojo: desean las propiedades mágicas de nuestra sangre, nuestra carne acorazada, nuestra habilidad para detectar piedras preciosas debajo de la tierra... Para ellos no somos nada. Nada con alma ni corazón. De modo que ¿por qué Hyunjin me ha dejado escapar? Su rostro arde en mi mente, donde ha quedado grabado. Su pelo mojado y lacio. Esos penetrantes ojos que me miraban enigmáticamente. Yo debería ver la cara de Siwon... Siwon es mi destino. Lo he aceptado, aunque refunfuño y me arriesgo a volar a la luz del día para librarme de él. Espero tanto como me es posible, hasta que ya no puedo soportar más la fría humedad de mi escondrijo. Temiendo una trampa, salgo cautelosamente y me meto en el agua helada. Luego escalo la escarpada pared de piedra. Mi única ala trabaja duro, batiendo el aire, con las membranas tirantes y doloridas por efecto de la desesperación. Respiro entrecortadamente al izarme a lo alto. Allí me derrumbo, y absorbo el denso aroma de la tierra, en la que hundo las manos. La tierra me sustenta y vibra por todo mi cuerpo. Enterrada mucho más abajo, hay roca volcánica ronroneando como un gato dormido. La percibo perfectamente: la oigo, lo siento, me alimento de ella. Siempre ocurre lo mismo: tenemos una conexión especial con la tierra fértil y cultivable. Ninguna medicina sanará mi ala, solo ese contacto: obtengo la fuerza de la tierra próspera y vivificante. La pegajosa niebla arrastra el olor a lluvia. Me levanto y me introduzco en su abrazo, de vuelta hacia el lago en el que me esperan mi bicicleta y mi ropa. Una débil luz solar se filtra a través del dosel de ramas, combatiendo con la bruma y transformando mi piel helada en un bronce rojizo. Estoy convencid de que Felix ha conseguido regresar a casa. No pienso contemplar otra posibilidad. A estas alturas, la manada ya sabrá que he desaparecido, así que empiezo a buscar explicaciones. Mis pisadas no producen ni el menor ruido mientras avanzo entre los árboles, aguzando el oído en busca de sonidos ajenos al entorno, temiendo que los cazadores vuelvan..., aunque bajo el temor se oculta una esperanza. La esperanza de que un cazador en concreto vuelva y responda a mis preguntas, a mi curiosidad y al extraño aleteo que me nace en el estómago al recordar las palabras que susurró. Poco a poco se impone un ruido que serpentea por el aire y ahuyenta a los pájaros. Siento un hormigueo en mi piel draki, que destella de rojo a dorado y de dorado a rojo. Me estremezco de miedo al oír el débil gruñido de motores cada vez más cerca. Al principio creo que los cazadores han regresado. ¿Habrá cambiado de opinión el chico? Pero luego oigo mi nombre. -¡Jeongin! El grito resuena desesperadamente a través del laberinto de pinos gigantes. Levanto la cara, formo un altavoz con las manos, y chillo: -¡Estoy aquí! En un momento estoy rodeada. Los vehículos frenan en seco y yo parpadeo mientras las portezuelas se abren y se cierran de golpe. Aparecen varios de los mayores con expresión ceñuda, avanzando impetuosamente a través de la niebla, que empieza a evaporarse. No veo a Felix, pero Siwon está entre ellos, muy parecido a su padre, con la boca apretada en una
línea implacable. Normalmente le encanta mi forma draki -de hecho, es la que prefiere-, aunque en estos precisos instantes no hay admiración en sus ojos. Se me acerca, irguiéndose ante mí. Siempre es así: muy grande, muy masculino, muy avasallador. Durante unos segundos, recuerdo la cálida fuerza que transmitía su mano ayer, cuando agarró la mía en Maniobras de Vuelo Evasivas. Sería tan fácil aceptarlo y hacer lo que todo el mundo quiere, lo que todo el mundo espera... No puedo sostener su mirada, de modo que examino el brillo de su cabello, negro como la tinta. Él se inclina hacia mí, moviendo levemente el pelo de mis sienes al gruñir con su voz ronca: -Menudo susto, Jeongin. Pensaba que te había perdido. Se me tensa la piel, con un hormigueo de rebeldía ante sus palabras. Que la manada crea que somos el uno para el otro no significa que las cosas tengan que ser así. Por lo menos de momento. Probablemente por centésima vez desearía ser un draki del montón, no el gran piroexhalador de la que todos esperan tanto. La vida sería más simple así. Y sería mía. Mi vida. Mi madre se abre paso a través del grupo, empujando a Siwon como si no fuera más que un chiquillo, en vez de un ónix de casi dos metros capaz de aplastarla. Enmarcado por rizos saltarines, su rostro es hermoso, agradablemente redondeado y con ojos ámbar como los míos. Desde que mi padre murió, varios drakis han tratado de cortejarla. Incluso Severin, el padre de Siwon. Afortunadamente, mi madre no ha sentido interés por ninguno de ellos. Ya es bastante duro tener que lidiar con ella, así que no necesito a ningún macho draki intentando ocupar el lugar de mi padre. Sin embargo, ahora mi madre parece mayor. Unas líneas tensas le bordean la boca. No tenía este aspecto ni siquiera el día que nos contó que papá no iba a volver a casa. Y comprendo que es por mi culpa. Se me forma un nudo en el estómago. - ¡Jeongin! ¡Menos mal que estás vivo! - exclama, abrazándome, y yo suelto un grito cuando me aplasta el ala herida. Entonces retrocede y me pregunta-: ¿Qué ha pasado? -Ahora no -tercia el padre de Siwon, agarrando a mi madre del hombro y apartándola para poder situarse delante de mí. Con su metro noventa y siete, Severin es tan alto como Siwon, y yo tengo que doblar el cuello para poder mirarlo a los ojos. Tras lanzar una manta sobre mi cuerpo tembloroso, me espeta-: Desmanifiéstate. Ahora mismo. Obedezco, mordiéndome un labio por culpa del dolor mientras mi cuerpo reabsorbe las alas, estirando la herida, haciéndola más profunda con los tirones de mi carne en transformación. La herida sigue ahí, pero ahora en forma de corte abierto en el omóplato. La sangre desciende cálida por mi espalda, y yo me ciño más la manta. Mis huesos se reajustan, encogen, y mi piel draki, más gruesa, desaparece. El frío me golpea con más fuerza, azota mi piel humana, y empiezo a temblar. Mis pies descalzos se van entumeciendo. Mamá está a mi lado, echándome otra manta por encima. -¿En qué estabas pensando? -me pregunta con esa voz crítica y cortante que tanto detesto-. Jisung y yo estábamos muertos de preocupación. ¿Es que quieres terminar como tu padre? -Sacude la cabeza con fiereza, y con una ardiente determinación en los ojos-. Ya he perdido un marido. No pienso perder también un hijo. Sé que esperan una disculpa, pero antes preferiría tragar clavos. Es de esto de lo que estoy huyendo: de una vida llena de decepciones para mi madre, de mordazas para mi verdadero yo. De normas, normas y más normas. - Jeongin ha quebrantado nuestro principio más sagrado -declara Severin. Hago una mueca y recuerdo: «Solo se puede volar bajo la protección de la oscuridad». Supongo que el hecho de que unos cazadores hayan estado a punto de matarme acaba con mis argumentos sobre la inutilidad de esa regla... -Es evidente que hay que hacer algo con el - añade. Severin y mi madre intercambian una mirada mientras se oyen murmullos en el grupo, sonidos de asentimiento. Mi draki interior se pone alerta con un hormigueo. Yo miro como una loca a todo el mundo: hay una docena de rostros que conozco de toda la vida, pero ni un solo amigo entre ellos. -No, eso no - susurra mi madre. ¿No qué? Me aprieta un brazo con más fuerza, y yo me recuesto contra ella, anhelando consuelo. De repente, mi madre es mi único aliado. -Jeongin es nuestr piroexhalador... -No. Jeongin es mi hijo -espeta mi madre como un latigazo. Eso me recuerda que ella también es draki, aunque haya llegado a lamentarlo. Aunque no se haya manifestado en años, y probablemente ya no sea capaz de hacerlo. -Es necesario... -insiste Severin. Hago una mueca de dolor cuando mi madre me clava los dedos a través de la manta -Solo es una niño. No. Yo recupero la voz y pregunto: - ¿Qué? ¿De qué estáis hablando? Nadie me responde, pero eso no es raro. Es exasperante, aunque no insólito. Todo el mundo -mi madre, los mayores, Severin- habla sobre mí, de mí, por mí, pero jamás a mí. Mamá continúa con los ojos clavados en los de Severin, y sé que, aunque no abren la boca, se están comunicando. Mientras tanto, Siwon me observa con ávida concentración. Su oscura mirada purpúrea enloquecería a la mayor parte de las chicas, incluida mi hermano; especialmente a mi hermano. Discutiremos sobre esto más adelante. -Ahora mismo me llevo a Jeongin a casa. Mi madre me conduce rápidamente al coche. Yo miro atrás, a Severin y a Siwon, padre e hijo, rey y príncipe. Ambos me observan mientras me marcho, y en sus ojos centellea una reprimenda. Y algo más. Algo que no puedo descifrar... Un negro escalofrío me sube por la columna vertebral.

🔥Alma de Fuego🔥 [Hyunin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora