Capítulo 22 - Una triste melodía

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El día pasaba con extrema lentitud. Mis nervios estaban a flor de piel, sentía que no iba a poder aguantar hasta el final de la jornada, no podría. Mordía la borra de mi lápiz repetidas veces para calmar mis ansias, sin resultado, al notar que justo hoy el profesor de matemáticas se le había antojado extender la clase varios minutos que para mí fueron horas.

Al fin, cuando terminó la clase, salí disparada del salón. No tenía que pasar por Hitomi porque Tomoyo le había mandado un mensaje a mi tía para decirle que saldríamos tarde. Por eso corrí con todo lo que daban mis pies para llegar al cambio de hora y así poder sorprender a Shaoran.

La escuela estaba a la vista y al acercarme, atravesé la puerta sin detenerme, esquivando a varias personas que estaban allí. Observé a mi alrededor, algunas personas se acercaron a saludarme y Rika lo hizo desde su escritorio. No quería ser grosera, pero en ese momento, no me interesaba mucho corresponder saludos... así que solo sonreía y asentía con mi cabeza mientras seguía avanzando.

Suspiré tranquila al notar que Hitomi y Kai estaban sentados en una de las sillas de la recepción. Me acerqué a ellos con rapidez y esperanza. Si estaba allí cuando él saliera, por lo menos debía saludarme.

—¡Sakura!

—Hola, chicos —dije sonriéndole a ambos.

—Pensé que... no ibas a volver —dijo Hitomi, con voz queda.

Me acerqué a mi pequeña primita y me agaché a su lado para darle un abrazo. Era notoria su preocupación por mí y eso me conmovió.

—Nunca rendirnos sin luchar ¿Cierto? —le susurré al oído y luego le sonreí.

Los ojos de mi primita brillaron alegres y asintió enérgicamente. Las primas Amamiya, apellido de nuestras madres, no se rendían sin luchar. Nunca.

Hitomi abrió sus ojos preocupada y frunció sus labios en una línea... esa era la señal que esperaba. Shaoran venía en camino.

Me levanté a su lado y me giré para encararlo. Sus ojos se veían completamente apagados, sin vida. Las ojeras que tenía, eran evidencia de que no estaba durmiendo bien. Su cabello estaba más desordenado de lo normal y... ¡Dios! ¡Quería abrazarlo con desesperación! ¡Quería decirle que no había problemas entre nosotros! ¡Hacerle entender que jamás sería una molestia para mí!

Tomé aire varias veces y miré al frente con determinación. Su ceño se había fruncido, ya sabía que estaba aquí.

—Buenas tardes.

Después de haber pasado más de una semana sin escuchar su voz, tuve que morder mis labios con fuerza para evitar soltar un suspiro. Las sensaciones que él provocaba en mí, volvieron con violencia. Mi cuerpo temblaba más que una hoja seca, las palmas de mis manos sudaban horrible y no podía hablar de mis mejillas... ¡Las sentía hervir!

Seré la luz que te guíeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora