Toqué la puerta de Madison una vez más mientras soltaba otra groseria. Ella no abría o simplemente no estaba, pero ya me estaba desesperando.
Había llegado el día y no quería que nuestra última interacción haya sido la pequeña discusión que tuvimos en mi departamento dos día atrás.
Traté de usar la llave de emergencia de nuevo pero fue inútil. Ella había cambiado la chapa.
Estaba hace diez minutos tocando su puerta con la vaga esperanza de que ella haya estado durmiendo a esa hora del día, pero algo me decía que no era así. Incluso había ido hasta la zotea, pero no había ningún rastro de ella.
Le mandé mensajes y la llamé pero su celular me llevaba directo al buzón de voz.
¿Donde estaba?
Me había despedido hasta de Ellie pero de ella no, y sabía a ciencia cierta de que no sería un vuelo tranquilo sin saber nada de la rubia.
—Louis— dijo Becca a mi espalda, acomodando su cartera. Sentí su delicada mano sobre mi hombro en forma de apoyo.
—Necesito despedirme de ella.
—El avión sale dentro de una hora y media— susurró— La puedes llamar desde el aeropuerto.
Asentí en completo silencio y luego deslicé el papel por debajo de la puerta. Aquel que llavaba un simple "lo siento" escrito por mi puño y letra.
Miré mis maletas, aquellas que estaban en el pasillo y las que me decían de que era el comienzo de una nueva era.
Mis ojos fueron una última vez a la puerta de mi departamento y la de ella. Ignorando por completo los tantos recuerdos vividos en ambos lugares.
Las películas, la comida chatarra que pedíamos, las risas, llantos, sexo y las largas conversaciones que solíamos tener.
Salí del edificio luego de dar varios suspiros. Me despedí del conserje con un simple apretón de manos para luego subir al taxi que estaba esperando por mi y por Becca.
—Nos lleva al aeropuerto John Kennedy, por favor— indique al conductor mientras yo tomaba la delicada mano de Rebecca entre las mías.
Me acerqué y besé cortamente sus labios.
—Sé que querías despedirte de ella, pero no es un para siempre Louis — alentó ella— No es como si no se fueran a ver nunca más.
—Lo sé— fue todo lo que pude responder.
Pero para mi se sentía de esa forma. En mi pecho estaba esa gran sensación vacía, eso que me decía que estaba haciendo lo incorrecto de nuevo. Sin embargo, bien sabía que cada vez que estaba con ella, yo renunciaba a una pequeña parte de mi.
Porque me sentía tan dentro de ella, sentía que éramos exactamente la misma persona que me perdía a mi mismo.
Y la amaba. Mierda la amaba tanto.
Ella era mi mejor amiga.
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